Un extraño planeta

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El viaje hasta el planeta Earl IV fue bastante bien, por no decir estupendo. Ya la cosa se complicó algo más con lo de subirse al artilugio ese terrestre llamado avión. Pues más que un avión era una avioneta bien chiquita. Y parece ser que en el planeta también existían las turbulencias aéreas.

 Es difícil describir la sensación de volar en avión, sobre todo para una persona acostumbrada a viajar en nave estelar o simplemente ser teletransportada

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Es difícil describir la sensación de volar en avión, sobre todo para una persona acostumbrada a viajar en nave estelar o simplemente ser teletransportada. Primero, no puedes dejar de pensar cómo un artilugio así, que parece tan obsoleto, es capaz de levantar el vuelo. Y claro, al ser tan obsoleto realmente, no puedes evitar la sensación física del despegue y posterior vuelo. Una sensación que para nada se nota en una nave estelar. De entrada, habría que acordarse de cuando la nave levantó el vuelo de la superficie de un planeta, si es que alguna vez pisó un planeta, claro está. Supongo que los aviones no tienen potentes mecanismos gravitacionales ni compensadores de inercia y cosas de esas tan sofisticadas que tienen las naves estelares e incluso muchas lanzaderas, que evitan que uno sienta en algún momento que está volando por el espacio, a veces a velocidades de vértigo. Pero como iba diciendo, parece que lo peor son las turbulencias una vez ya en vuelo. Unas turbulencias que zarandean el aparato a su antojo, teniendo uno la sensación de que eso se va a venir abajo en cualquier momento y no sabiendo muy bien dónde agarrarse, pues aunque te agarres fuertemente al reposabrazos del asiento, sabes que el asiento caerá igual con todo el resto del avión, incluido el reposabrazos. Yo, por suerte, tenía un valioso maletín al que agarrarme.

El caso es que en mi planeta, al igual que en la Tierra de hace unos siglos, existen unos curiosos aparatos llamados atracciones, que a pesar de su nombre, puede ser que no te sientas muy atraído por ellos, como es mi caso. Son atracciones de feria, unos ingeniosos chismes que se supone que son para el disfrute del personal: te subes a ellos y te zarandean también. Te hacen sentir las llamadas emociones fuertes y parece ser que eso es bastante divertido a la par que emocionante. Pues señores, a mí nunca me han llamado mucho las atracciones. Y como en este caso del avioncillo de Earl IV, me producen bastante mareo y malestar general.

Por suerte, el viaje no duró demasiado, aunque a mí me pareciera bastante eterno. Me provocó un gran mareo, hasta el punto de usar unas bolsillas que suelen llevar los aviones, sobre todo en los vuelos comerciales, me supongo, llamadas bolsas de mareo o algo así, que son eso, unas bolsas donde depositar los frutos del mareo intenso.

A ver si para la próxima vez, de cara a una posible nueva misión en lugares exóticos, recordaba comentarle al Gul la posibilidad de viajar en algo no tan arcaico o al menos en un sistema de transporte terrestre realmente o, en su defecto, fluvial o marino.

En cualquier caso, llegué a mí destino, aunque en unas no muy buenas condiciones, pero como se suele decir, lo importante es llegar o haber llegado.

Entonces cogí un taxi. Supongo que la mayoría de personas de este siglo XXIV no sabrá qué es eso, qué es un taxi. Diré que este sí que es un vehículo terrestre (en la mayoría de ocasiones así es) y dentro de él suele haber un señor (o señora o robot) que maneja dicho vehículo y que te lleva dentro de él, dentro del vehículo quiero decir, ¿eh?

Little JimWhere stories live. Discover now