Prefacio

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Esperé escondido entre los matorrales del parque hasta que ella subió al autobús que la llevaría a su casa. Antes de eso y para mi mala suerte él se acercó con sus delicados gestos y le plantó un beso en los labios. Un maldito beso.

Las manos me temblaban tanto que no sabía si iba a controlarme lo suficiente como para no abalanzarme contra ellos y destrozar todo lo que se pusiera por medio, pero eso no ocurrió. La besó y ella subió los dos escalones del autobús para, tras picar el billete, sentarse con rapidez junto a la ventana, llevando una preciosa aunque estúpida sonrisa pintada en su cara. Esto era el colmo. Esperé hasta que el autobús se había alejado lo suficiente como para que Nicole no pudiera ver la escena desde dentro del vehículo y entonces salté los arbustos intentando parecer fiero. En cambio mi pie se enredó en una de las ramas del matorral y caí de morros en un gran charco de barro. Wallace me miró alzando una ceja, con cara de suficiencia, después comenzó a andar hacia casa.

—No es justo —grité notando como mis brazos temblaban con violencia.

—James, la vida no es justa —murmuró con aquella asquerosa voz que siempre había tenido. Agarré un pegote de barro y se lo lancé con todas mis fuerzas. Este pasó por su lado sin mancharle la chaqueta si quiera. Se giró para mirar la distancia desde la que le había arrojado la bola y puso los ojos en blanco—. Cuándo dejarás de ser un...

La segunda bola de barro atinó en su cara, llegando a metérsele dentro de la boca. Wallace escupió con repugnancia, era demasiado fino como para morder el polvo, o en este caso el barro. Pero después de eso negó con la cabeza, mientras se pasaba una mano por la cara para quitar los restos del barro y siguió andando.

—Nicole era mía —farfullé mientras me levantaba y corría tras él.

—Ella no es un objeto que se pueda poseer.

Miré al cielo sin querer aguantar un segundo más y entonces la luna se descubrió entre las oscuras nubes que la cubrían. Aquella perla del cielo lucía anaranjada, casi rojiza. Roja, como sangre en la tierra. Me quedé petrificado unos segundo mirándola mientras notaba las palpitaciones aumentar, mis pupilas dilatarse y como mi cuerpo se contorsionaba ante ella. La ropa estallaba en girones y el pelo comenzaba a plagar todo mi ser. Gruñí bien alto, molesto por la tardanza de la transformación, pero cuando terminé de hacerlo un júbilo inmenso me invadió.

Wallace se giró en la lejanía para echar un vistazo, no pareció sorprendido. Aullé a la luna y después corrí hacia él. El ladrón de chicas, aquel horrible ser que se escondía en la biblioteca del instituto, al que todos bailaban los vientos, aquella mala bestia que se reía de mí con su gran intelecto.

Mis fuertes patas traseras soportaban todo el peso de mi nuevo ser, y a cada paso que avanzaba el suelo temblaba a mis pies. Acabaría con él. Acabaría con Wallace. Acabaría con mi hermano.

Talbot. Mi segunda vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora