Capítulo 4

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Aquella noche me costó dormir debido a la excitación que me producía embarcarme en la búsqueda del oráculo de Lizbeth. Me levanté antes de que aparecieran las luces del primer amanecer, cansado de dar vueltas en la cama, y me di un baño de agua caliente para ver si así podía sujetar un poco los nervios. Después me vestí, puse al día mi diario y me dirigí a la cocina a desayunar.

Me sorprendió no encontrarme a Hugo allí, pero al mirar por la ventana lo vi fumando apoyado en la baranda del porche. Parecía estar abstraído contemplando el cielo plomizo.

—Te has levantado temprano, amigo —le comenté desde el quicio de la puerta.

—Buenos días, Gabriel —me saludó echando la mirada atrás—. Me encanta ver como despiertan los colores del valle con la luz de la alborada, sobre todo cuando está a punto de llover. ¿Qué tal has dormido?

—Lo mejor que he podido, dadas las circunstancias —le confesé mientras salía al porche—. Me he dejado el tabaco en la casaca, ¿no tendrás un cigarro?

—Si te conformas con esto —dijo pasándome la pipa.

En ese momento comenzó a lloviznar. Le di una calada, pero el efecto no fue el deseado. Me mareé y tuve que agarrarme a la barandilla para no caer.

—¿A quién se le ocurre fumar en ayunas? —me sermoneó cuando le devolví la pipa— Ve a comer algo, anda. El café aún estará caliente y te he dejado unos huevos estrellados en la sartén.

Me abstuve de preguntarle de dónde había sacado los huevos y me limité a decir:

—Creo que será lo mejor. Nos espera un duro día y no será cuestión de afrontarlo con el estómago vacío.

Cuando hice el gesto de encaminarme a la cocina, Hugo me sujetó ligeramente de la manga y me miró fijamente a los ojos.

—No te preocupes, patas largas. Confía en ti y todo saldrá bien —comentó leyéndome el pensamiento.

Después del desayuno nos dirigimos hacia un cerro que coronaba el punto más alto del valle y en un claro vi el lugar idóneo donde iniciar nuestra búsqueda. Durante el camino aleccioné a Hugo en el proceso de abstracción, que sería la técnica que emplearíamos para buscar el oráculo. La esencia de aquel método, como decía el maestro, era evadirse de todo lo material pero manteniendo el contacto con la realidad interior. Así había conseguido reencontrarme con mi karma y esperaba hacer lo propio con el oráculo.

Afortunadamente había dejado de llover y el cielo comenzaba a clarear cuando estiramos unas mantas en el suelo. Nos sentamos, el uno enfrente del otro, y cerramos los ojos para iniciar la abstracción. «Ahora, relájate, deja la mente en blanco y acompasa tu respiración con la mía», le comenté a Hugo. Fui desoyendo las estímulos procedentes del exterior hasta que el silencio lo ocupó todo. Entonces sentí cómo los pensamientos de Hugo se fusionaban con los míos concretándose en una misma idea; el armónico y musical canto del agua. «¡Ha llegado el momento, amigo mío! ¡Sígueme!». Nos dejamos llevar por aquella cadencia hasta que percibí el suelo bajo los pies y un fresco perfume a azucenas.

Al abrir los ojos me encontré a los pies de una laguna rodeada por un frondoso jardín. Algo se movió en el agua y vimos a una muchacha de rubia cabellera nadando en mitad del estanque. Sus movimientos eran ágiles y equilibrados. ¿Sería una sirena? Hugo me dio un codazo cuando se percató de que la joven se iba acercando a la orilla a nado. Por un momento me ruboricé ante la idea de que aquella chica menuda, de cara aniñada y grandes ojos azules, pudiera salir desnuda del estanque, pero, cuando emergió del agua, las gotas se le fueron adaptando al cuerpo convirtiéndose en un ceñido vestido turquesa.

Crónicas de Gabriel. En búsqueda de la verdad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora