Voces sin rostro

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Enel porteño Hospital de Clínicas se cuentan muchas historias. En susdoce pisos hay excelentes servicios médicos y, por su ubicación ycalidad profesional, su atención es buscada por muchísimoshabitantes de Buenos Aires y el Conurbano.

Aesta historia me tocó escucharla de boca de un paciente de la salade traumatología una noche de agosto de 2012 en la que cuidaba allía mi abuelo, mientras él dormía. El que me la contó lo hizoconvencido y serio, por lo que bien fue una narración totalmenteverdadera o fue la obra de un gran mentiroso. Fuera como fuese, estoperturbó las noches en que estuve junto a mi abuelo, que serecuperaba de una rotura de cadera. Intentaré ser fiel a lo narrado,aunque hayan pasado pocos años de aquella charla.

Aquelinternado que me contó la historia tenía media pierna izquierdamenos, amputada a causa de su diabetes. Se llamaba José y era unhombre delgado, moreno y de baja estatura. Tenía 60 años y de jovenhabía sido jockey. Estaba internado por unas lesiones óseas que lehabía provocado la prótesis. Era algo natural tras más de veinteaños de usarla, según me dijo. A pesar de no ser un hombre deletras, tenía una buena forma de narrar historias, tal vez portalento propio o sus lecturas. A duras penas hizo unos meses de lasecundaria, pero en su adultez (sobre todo después de la amputaciónque le había valido una pensión por invalidez), se había vuelto unautodidacta literario. En mi estadía como acompañante lo encontréleyendo Tito Andrónico, de Shakespeare.

Unahistoria que él había escuchado, que a la vez juzgaba poco creíble,era la de "El juego de losmuertitos", unassupuestas apuestas que hacían las enfermeras en la sala dondeestaban internados los pacientes que esperaban cirugías cardíacas.Ellas tenían anotado un listado en el que si acertaban qué pacienteno sobrevivía a la operación, ganaban el monto de dinero juntado."Es una leyenda urbana queseguro se generó por el miedo que tienen los que salen de cirugía",me dijo. Pero la otra historia, la que él conocía vehementemente,me aseguró que sí era totalmente verídica: le había ocurrido a élmismo, en esa misma sala de ese mismo hospital.

Eraa fines de junio de 1992, él todavía tenía las dos piernas yestaba en traumatología esperando para que lo pasaran a buscar parair a cirugía: le harían una amputación desde abajo de la rodillaizquierda por la diabetes. Me dijo mirándome serio a los ojos:"Estaba asustadísimo,pibe, porque no era una operación más, me iban a tener que dormirtotalmente y nunca sabés qué pasa, si el anestesista se equivoca,se pasa un poco y te vas para el otro lado.La ansiedad y el miedo que tenia era indomable y terrible."

Mecontó que esa mañana lo pusieron en una camilla y se lo llevaron alquirófano del piso 12. Allí comenzaría la operación y saldríacon media pierna menos, por culpa de esa enfermedad de porquería (élusó otra palabra, pero cuidaremos el vocabulario). El anestesista lehacía bromas para distenderlo y para quitarle un poco el pánico queera evidente en su rostro, cosa que le disgustó terriblemente,. Enun momento, antes de inyectarlo, le dijo: "Cerrálos ojos que vas a sentir un poco de mareo".No recordó nada más hasta que despertó esa misma tarde enTraumatología. Todo le daba vueltas, a destiempo. Quedó allíinternado en observación. En la sala, de seis camas, había ocupadasotras dos aparte de la suya. Había una hilera de tres camas hacia laizquierda y otras tres hacia la derecha, todas con los respaldoscontra la pared. En el centro, desde la puerta hasta las ventanas,había un pequeño corredor. Entre cada cama había un cortinado paraque dar una leve privacidad. Las camas ocupadas eran las dos junto alas ventanas, y la suya, junto a la puerta de acceso, a la derecha.Sentía mucho dolor en la herida por lo que un enfermero le dio uncalmante fuerte en el suero. Lo que él no sabía eran los efectossecundarios. En el prospecto figura que una de las consecuencias nodeseadas es la de las alucinaciones, ya que era un derivado de lamorfina.

Memiró a los ojos nuevamente y serio dijo: "Teaseguro pibe que lo que vino después no fue una alucinación".Yo, luego de escuchar la historia, quería que sí lo fuera, que loque pasó a contar esa noche hubieran sido los delirios másfantásticos de un paciente drogado con un derivado de la morfina ola obra de un mentiroso garrafal.

Elcalmante en el suero goteaba lentamente, yendo a sus venas,introduciéndose en su sangre, diseminándose en sus nervios y sucerebro. De a poco el dolor comenzó a ceder. Cerró los ojos porqueestaba cansado de todo o tal vez el medicamento le dio algo de sueño,pero los abrió cuando escuchó que alguien lo llamaba, pero no porcualquier nombre. Abrió los ojos, pero no podía observar conclaridad. La voz le dijo "Notengas miedo, Pipo, que ya pasó lo peor".Carraspeó y prosiguió: "Creoque dije gracias o algo así.Pipoera como me llamaba miabuelo José. Yo me llamo José por él. Nadie salvo él me llamabaasí. Pero tenemos un problema con esto: él llevaba muertodiecisiete años en aquel momento y ningùn otro usó ese apodoconmigo. Luego de esto me dormí y me desperté unas horas después.Cuando vino el traumatólogo le conté y me dijo que seguro habíasido un sueño. Me dijo que generalmente los derivados de la morfinageneran este tipo de alucinaciones, incluso auditivas y visuales,creyendose que son totalmente reales."

Convenciéndosede que no había sido otra cosa que un delirio farmacológico, setranquilizó, pero solo un poco. Llegó la noche y, como seguía eldolor, el enfermero le colocó otra vez el calmante en el suero.Llevaría dormido cinco minutos o dos horas, la negrura del sueñoera atemporal. Se despertó, abrió los ojos y todo estaba oscuro,como en el sueño. Un silencio atroz dominaba esa sala del Hospitalde Clínicas, salvo el suave ronquido de los otros pacientes junto ala ventana. Él estaba boca arriba y tenía la boca reseca. Entoncesfue que lo escuchó claro. Tras el cortinado, en la cama a su derechaque estaba vacía en su última vigilia, alguien tosió. "¿Notiene algo de agua?" ledijo el nuevo vecino. Respondió José que no, que no tenía. "¡Tengotanta sed!" dijo el otro.Él respondió: "Sí, yo también. ¿Hace cuánto llegó? Disculpe que no lo saludé, no lo víentrar". El otro, extrañado, musitó: "¿Nome vió? Que raro, hace cinco meses que estoy postrado en esta cama. Perdí las dos piernas por una mina. ¡A veces duele tanto!"José se preguntó internamente qué clase de mujer le cortaría laspiernas. "No me da muchasesperanzas, me acaban de cortar la pierna izquierda por debajo de larodilla, pero me dieron calmantes",contestó el jockey. "¿Ustedtambién estuvo en la guerra? Yo estaba en el Batallón XIII delEjército. Conscripto Jiménez, mucho gusto", dijo el extraño y parlanchín vecino. "¿Guerra? ¿Cuál guerra? ¿Malvinas? ¿Hace diez años que terminó y lecortaron las piernas recién ahora?" le preguntó José. "Perdone,pero la guerra terminó hace cuatro meses",replicó severamente Jiménez. "No,si estamos en 1992. Si ya pasaron diez años...", le respondió al otro. Nada más se escuchó. "Otro loco más", pensó José.Durante un par de minutos lo único que se oyó fue el ronquido delmismo viejo de antes. Tal vez por efecto del calmante, volvió adormirse. Despertó tras la misma atemporalidad y era de día. Lacortina que lo separaba del conscripto Jiménez estaba corrida y enla cama no había nadie. Una enfermera entró y José le preguntódónde se hallaba el señor que a la noche durmió en la cama de allado. "Disculpe señor,pero anoche no había nadie en la cama 526",le dijo apurada. Él insistió y la mujer, segura, afirmó que no,que no hubo ningún ingreso a la noche. José comentó que el hombredijo que hacía cinco meses estaba postrado en la cama, que estabaseguro que había escuchado eso, pero que cuando entró no lo habíavisto. "Nadie estuvo enesa cama, señor. Disculpe",le contestó secamente la enfermera y siguió con lo suyo. "

¿Nuncamás escuchó o vio nada?",le pregunté curioso. "Nunca.Y eso es lo más raro, porque seguí con la misma droga unos díasmás", respondió. "Perohay algo más: por un médico viejo de traumatología me enteré queen 1982 trajeron a varios conscriptos de Malvinas para que serecuperaran de sus heridas aquí. Todos sobrevivieron, pero vossabés, hubo muchos suicidios. Me contó que un ex conscripto quehabía perdido las dos piernas por una mina antipersonal se suicidótirándose a las vías del Tren Sarmiento en Caballito. Había sidoatendido aquí, en esta misma sala del Hospital de Clínicas. En esacama." Y señaló la queestaba a su derecha.

Finalmenteme dijo: "Por las dudas,desde ese día, no jodí más con la diabetes porque me prometí queni loco me iba a dejar meter esa porquería de calmante en la sangreni pensaba pasar una noche dormido en un hospital. Por eso me vesdormir de día y leer de noche. Desde aquella operación quedébastante traumado. Yo no sé, pibe, si lo que hubo en esa cama fue unfantasma o un delirio. De lo que estoy seguro es de algo: esa nocheyo hablé con alguien. ¿Con quién? Eso lo dejo a tu criterio."Sonrió y me guiñó un ojo cuando vino oportunamente el médico arevisarle el muñón

Nunca le dije al jockey José cuálera mi criterio. Pero si alguien quiere saberlo, yo tampoco piensopasar una noche internado y tampoco voy a permitir que me inyectenalgo así. No vaya a ser que, en esa vigilia de los sueños, en lossueños de la vigilia, en esa puerta entre nuestro mundo y aquel otroque nosotros los vivos no conocemos, algún muerto parlante ande conganas de hablar conmigo.

Voces sin rostroWhere stories live. Discover now