Roraima

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  • Dedicado a Erika García Gavilán
                                        

Desperté  pensando que algo importante iba a suceder, había llegado el gran día, me levanté de inmediato para avisar a Ysandra y la encontré con los ojos muy abiertos y una sonrisa en su rostro.

-¡Vamos! Levante perezosa, tenemos un largo camino por delante.

Al  rato, ya habíamos tomado la vía que nos llevaría al punto de encuentro, allí nos reuniríamos con el grupo y los guías Pemones que nos acompañarían en el recorrido para alcanzar la cima del Roraima.

Ysandra y yo llevábamos en las mochilas lo indispensable, aunque pienso que la de ella pesaba más pues era muy precavida y  llevaba más ropa de abrigo para las noches frías en la montaña.

Terri, el guía del grupo, esperaba a que llegaran al campamento  los pocos que faltaban, entre ellos Celso, un indio de la misma tribu que se había marchado a la ciudad a estudiar y  prepararse para trabajar luego en su comunidad y  con su gente. Desde que se había marchado años atrás, no había vuelto y recordaba con nostalgia cuando había alcanzado la cima por primera vez junto a su padre, uno de los porteadores más viejos de la zona. Apenas hacía unas semanas, había abandonado este mundo y él, había vuelto a su sabana para participar en los rituales fúnebres junto a su familia, este hecho coincidía con el fin de curso en la universidad así que no tenía prisa en volver. Quería sentir su tierra, caminar los senderos que tantas veces había recorrido el viejo Morok y dejarse llevar por la magia del lugar. Solo una cosa le molestaba un poco, eso de subir con un grupo que no entendía la esencia de la montaña, que venían de la ciudad con zapatos nuevos y mucha teoría aprendida, aunque siempre se encontraba alguna que otra persona sensible y él tenía un sexto sentido para reconocerlos.

Comenzamos el recorrido a través de la sabana, siguiendo a Terri, el indio que sería nuestro guía y que junto a los otros que conocían la ruta, se ocupaba de llevar la comida y las carpas que nos servirían de refugio. Todo esto lo cargaba en una especie de bulto que llevaban en la espalda y que llamaban guayare hechos de palma y bambú.  Atravesamos el rio Tek de aguas heladas y más tarde el caudaloso Kukenan, cuya corriente era tan fuerte que para cruzarlo debimos sujetarnos  a unas cuerdas que nos servían de soporte, a pesar de eso, resbalé y caí ya que el fondo era de piedras lisas, Celso, otro de los indios me ayudó y logre llegar del otro lado.

Caminamos unas cinco horas, la ruta era intrincada pero la emoción era tan grande al ver la inmensidad de la montaña frente a nosotros, que el cansancio daba paso a la energía. No lograba comprender de qué manera podríamos subir la montaña, que aparecía ante nosotros como una dama azul de paredes lisas y rectas, coronada por una planicie inmensa. Una de las formaciones más antiguas del planeta respiraba cerca de mí, vibrante, esplendorosa, adornada de nubes que la abrazaban.

Andábamos en silencio, y de vez en cuando los guías entonaban canciones muy suaves en su idioma, le pregunté aTerri acerca de la letra de esas  melodías, y nos contó que forman parte de su tradición, es un pedido de protección a los dioses para que nos guíe  en el camino, también piden protección para sus familias que los esperan.

 Un poco más allá iba Celso, cabizbajo y pensativo, retirado del grupo, sólo. Iba meditando y pedía permiso a los espíritus guardianes para visitar la montaña. Cada vez que pisaba ese lugar sagrado para su etnia, la montaña lo sorprendía de alguna forma, manifestando su naturaleza. En ese momento la veía tan cerca que no podía contener  la emoción de tocar su corteza, acariciar sus rocas y beber de sus lagunas.

Cada vez nos acercábamos más a la base del Roraima, el aire  era diferente se respiraba pureza.  Los colores del paisaje cambiaban rápidamente y el aspecto era de una belleza sobrenatural. Ysandra se había adelantado y estaba con los otros integrantes del grupo, yo seguía muy cerca deTerri, escuchando las historias que él nos iba contando a lo largo del camino. El paisaje había dejado de ser la sabana amplia que nos recibió al principio,  para cerrarse un poco en el bosque que precede a la base, enseguida comenzamos a ascender por escalones naturales, el tepuy Roraima me invitaba a seguir sus sinuosas formas y me permitía adentrarme en sus misterios. A mitad de camino cayó la noche y decidimos acampar, Ysandra y yo compartimos una carpa y tomamos un delicioso chocolate caliente que nos preparó nuestro amigo Terri.

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