Capítulo 01. El Sujeto

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Pensaba aprovechar ese viaje y bajar desde ese paraje lluvioso y nublado, hacia la cálida y soleada Arcadia, para pasar unos días con ella, en la misma vieja, pero cada cierto lapso de tiempo remodelada, casa blanca de inicios del siglo pasado, a las afueras de la ciudad. Claro, eso sería una vez que tuviera un hueco en el asunto que la había llevado hasta ahí en un inicio.

Alquiló un vehículo en el Aeropuerto de Portland, y condujo los casi cien kilómetros al suroeste, directo a Salem. La lluvia la agarró a medio camino por la I-5, y ello frenó un poco su avance. No era ni cerca fanática de conducir en el pavimento mojado, especialmente en carretera. Llegó al Grand Hotel en Salem un poco después de las seis y media de la tarde, pero solamente para registrarse y dejar su maleta en la habitación, pues minutos después ya iba de regreso al camino.

Tras volar siete horas, más el viaje en auto que le sumaba una hora extra, cualquier persona lo que querría en esos momentos es tirarse en la cama a descansar, y dejar cualquier tema que resolver para el día siguiente. Pero Matilda Honey no era cualquier persona. Tenía una cita a las siete en punto ese mismo día, y pensaba asistir sin falta; no por nada la había agendado de esa forma, calculando todo lo que le tomaría el viaje a su destino final.

Sacarle provecho a cada segundo; una mentalidad bastante adulta, que ella no tardó mucho en asimilar mientras crecía. Adelantar grados, hasta el punto de terminar su posgrado en Yale a los veintiún años, no lo había logrado acostada en la cama descansando, eso era seguro.

Se destino era la comunidad de Eola, que se encontraba a unos seis kilómetros de Salem, por la Ruta 22. Era uno de esos puntos en el mapa que muchos describirían como "a la mitad de la nada", compuesto de sólo unas cuantas casas, y pocas tiendas. Lo más resaltante de ese sitio era sin lugar a duda el Hospital Psiquiátrico, construido en épocas en las que la gente deseaba tener a sus enfermos mentales lo más alejados y aislados posible. Aunque eso, en realidad, no había cambiado mucho.

Llamó para avisar que ya iba en camino, pero más tardó en lograr que alguien la comunicara con la persona que vería, que en llegar al lugar. Se estacionó en el escaso aparcamiento frente al edificio blanco de tres plantas. Su fachada necesitaba ya una remodelación, tras años de erosión, casi seguro por las constantes lluvias.

El agua no caía con tanta fuerza cuando bajó del vehículo, pero sí con la suficiente para tener que recorrer el pequeño tramo entre éste y la puerta del recibidor, cubierta con su paraguas azul celeste, con estampado de nubes blancas. Definitivamente no la hacía ver muy profesional, pero había sido un regalo de uno de sus niños, y eso era suficiente.

Sus niños.

De vez en cuando se sorprendía a sí misma pensando en esa expresión, y a veces incluso usándola al hablar. Lo correcto sería decirles sus pacientes; sus niños, era un término más usado por su madre para referirse a sus alumnos. Pero ambas cosas no eran lo mismo.

Entró por la puerta principal, no sin antes escurrir un poco el paraguas para mojar lo menos posible. Caminó por un largo pasillo, con sillas de espera a los lados, y la casi cliché lámpara fluorescente tintineando en el techo, aproximadamente a la mitad. En el extremo, se encontraba una pequeña recepción, donde una jovencita flacucha de cabellos rubios, con traje color verde de enfermería, observaba con interés su celular; lo tenía oculto bajó la pequeña bardita que la separaba a ella de los visitantes, pero era obvio por su mirada y sus movimientos que eso era justo lo que hacía.

El pasillo estaba totalmente solo, por lo que el sonido de sus tacones bajos contra el suelo brillante de poliuretano, resonaban con un claro eco. Al pararse frente a la señorita de recepción, ésta apenas y alzó lo suficiente su rostro para mirarle. A pesar del maquillaje que llevaba, más del que uno esperaría en una enfermera en turno, no se disimulaba del todo su expresión cansada, sus marcadas ojeras, y su ojos ligeramente rojizos.

Resplandor entre TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora