Extracto 2: Chicharros fríos

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Las horas pasaron rápidas, tiñendo el cielo de un suave rosa y un apasionado naranja que danzaban en armonía en torno a figuras esponjosas poco definidas. Era un buen día para salir a capturar peces y realizar cualquier tipo de tareas al aire libre. Muchos de los pescadores ya se habían puesto en marcha y habían dejado atrás un puerto menos bullicioso del que se podrían encontrarse a su vuelta.

Laura se despertó, se preparó y desayunó contando con la compañía de su madre. Andrés, como la mayoría de días, ya se había marchado, por lo que únicamente las voces de las dos mujeres llenaban la planta baja de la casa.

— ¡Por favor, no me diga esas cosas, madre! —exclamó Laura sintiéndose realmente molesta. Escuchar el mismo discurso día tras día estaba agotando su paciencia.

— ¡Tienes que hacerme caso, Laura! ¡Si sigues así no vas a encontrar marido nunca! —vociferó Ana mientras lanzaba una mirada intimidante a su hija. Lo único que deseaba era que encontrase un hombre decente.

— ¡No quiero ir a ese encuentro! —replicó la muchacha de forma tajante.

— ¡Eso ya lo veremos! —afirmó enérgicamente Ana— Y ahora vete a trabajar o vas a llegar tarde, que yo tengo mucho que hacer.

—No se enfade. Luego nos vemos— se despidió Laura metiéndose el último trozo de una rebanada de pan tostado en la boca. Después se dirigió a la puerta, salió al exterior y sintió como su cuerpo se estremecía al sentir la caricia de los rayos del Sol.

Al llegar a la fábrica la muchacha siguió los mismos preparatorios de siempre: recogió su cabello para cumplir con las normas establecidas en torno a la higiene, y se colocó unos guantes algo grandes para sus manos, de un tamaño un poco más pequeño de lo habitual.

Mientras realizaba la limpieza de un gran número de anchoas no pudo dejar de pensar en lo que le había dicho Ana. Tenía que acudir muy pronto a un encuentro con el hijo del panadero porque sus padres así lo habían concertado, sin contar con su opinión o consentimiento.

—No —se dijo a sí misma Laura. Después de todas las cosas que le habían dicho día tras día, ¿cómo iba a sentirse cómoda para encontrar una pareja? Sabía que no era agraciada y su familia tampoco tenía poder alguno como para hacer una posible unión con ella más atractiva.

El hijo del panadero, Pedro, era un hombre bastante bruto al que era difícil comprender. En vez de vocalizar las palabras, parecía que las escupía sin orden alguno. Esto y algún rumor que las malas lenguas de la villa habían lanzado acerca de él, hacía que Laura no sintiese motivación alguna por conocerle. Sin embargo, Andrés y Ana seguían empeñados en que surgiese un casamiento fugaz que les diese nietos.

La voz grave de Marcos, uno de los encargados de la supervisión del proceso de fabricación, sacó a Laura de su ensimismamiento y esta se apresuró a vestirse con sus ropas habituales. La larga jornada había terminado de una forma muy productiva; Giovanni Vella se habría sentido orgulloso de cada una de las conservas hechas artesanalmente.

Laura se dirigió a su casa dispuesta a ayudar a su madre con varias de las tareas que seguramente quedarían pendientes: preparar la cena, remendar ropa, quitar todo rastro de povisas que pudiese encontrar en escondidos rincones, etc. A pesar de que ya no tenía tan presente su futura cita, en ciertos momentos la imagen de Pedro pasaba fugazmente por su mente.

—Ayúdame a limpiar los chicharros para la cena —ordenó Ana tomando dos piezas de un tamaño mediano. Después, comenzó a quitar las escamas con rapidez. Los tonos verdosos de la parte superior de los verdeles brillaban bajo la luz modesta de la cocina.

—Ya voy —afirmó Ana mostrando una amplia sonrisa. En realidad la idea de limpiar más pescado aquel día le resultaba tediosa, pero para Laura no tenía sentido quejarse por cualquier cosa, especialmente si era algo tan irrelevante.

Las dos mujeres pasaron al salón para llevar a cabo su espera diaria. Los minutos se hacían eternos en aquellas incómodas butacas color azul marino. Andrés estaba tardando más de lo habitual en regresar, lo que era realmente extraño. Una cosa era llegar una hora tarde, pero habían pasado ya al menos dos horas y media.

La cena esperaba sobre un plato con motivos florales a ser engullida. Los chicharros estaban fríos, mucho menos apetecibles de lo que podrían haber estado de haber sido tomados a su hora.

—Hija, ¿por qué tarda tanto? —preguntó Ana mientras jugueteaba con los dedos de su mano izquierda.

—No lo sé, madre —contestó Laura algo inquieta—. Debería haber llegado ya porque el tiempo de hoy era bueno.

— ¿Y si le ha pasado algo? —inquirió la esposa de Andrés temiéndose lo peor.

—No diga tonterías. Ya verá como en unos minutos entra por la puerta.

La espera se prolongó aproximadamente cuarenta minutos más, hasta que un sonido lejano alertó a las dos mujeres.

— ¿Qué ha sido eso? —preguntó Laura dirigiendo su mirada al pequeño recibidor de la entrada.

—Llaman a la puerta. Voy a abrir —contestó Ana haciendo un esfuerzo para mover sus piernas cansadas.

El corazón de Ana palpitaba fuertemente a medida que se acercaba al lugar del que provenían aquellos sonidos rítmicos. Tras abrir la puerta lentamente, una figura masculina le hizo sentir un escalofrío, lo que consiguió que sus pupilas se dilatasen y todo se cuerpo se pusiese en un estado de alerta. Aquel hombre de bigote blanquecino y ojos azules no era su marido.

—Buenas noches —dijo el hombre todavía en el exterior.

—Buenas noches, Juan —contestó Ana con los ojos muy abiertos—. ¿Qué ha pasado?

—Tengo que darte una mala noticia, Ana

— ¡No, por favor! —exclamó ella abriendo exageradamente la boca.

—Lo siento. Andrés ha muerto —afirmó Juan con el semblante serio.

— ¡Lo sabía! —gritó la mujer envuelta en un halo de histeria. Después se derrumbó y cientos de lágrimas comenzaron a rodar bajando por sus mejillas.

La Conservera #GK2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora