El recuerdo (Etapa 2)

104 29 29
                                    

No se altere. No tiene que preocuparse por nada. Yo me encargaré de todo. Solo... relájese. Puedo bajar la silla de ruedas sin problemas. Lo he hecho en infinidad de ocasiones.

Pero que despistado soy, casi olvido las herramientas. Espere aquí: no se mueva. Es una broma. ¿Entiende? Porque, ya sabe, con las correas... Da igual, no tiene gracia.

...

Bueno, estoy listo. Bajemos. Poco a poco. Escalón a escalón.

Disculpe mi curiosidad, pero ¿tiene hijos?

La vida cambia con los hijos. Nos hace ser mejores. Cambiamos el yo, mío, para mí, por el ellos. Porque al final todo es por ellos. ¿Acaso hay algo más puro que el amor hacia los hijos? ¿Existen límites morales o éticos acerca de lo que somos capaces de hacer por los hijos?

No lo creo.

Aunque le confieso que es agotador, muy agotador. Y requiere de muchos sacrificios. Yo, en realidad, ni siquiera quería ser padre. Lo cierto es que, poco antes de conocerlos, pensaba suicidarme.

Qué paradoja, ¿no es verdad? Fue precisamente, durante el acto de quitarme la vida, cuando ésta adquirió un nuevo y revelador sentido.

No fue una decisión peregrina. Me había convertido en un paria, en un marginado. Expulsado de la facultad de medicina. Menudos hipócritas. Allí todo el mundo juega con los cadáveres. Ni se imagina las cosas que les hacen. No tiene ni la más remota idea. Yo solo fui... Creativo. Innovador.

Pero me alegro. Sabe lo que le digo, que me alegro de que me expulsaran. De no haber sido así jamás habría intentado quitarme la vida, ni habría conocido a mis retoños.

Un segundo. Deje que recupere el aliento. Pesa más de lo que pensaba. Eso es bueno.

¿Por dónde iba? Ah, sí. Quise que mi final tuviera un componente romántico. Me imaginé a mi mismo recostado sobre la tierra húmeda de un cementerio. Los brazos extendidos. Las venas liberadas. Como un ángel sangriento. Y resulta que en eso me convertí, aunque no de la forma en que había planeado.

Elegí como mi morada eterna una antigua necrópolis. Preparé una mortaja con rosas recién cortadas. Y si hubiera actuado con mayor urgencia, si no me hubiera demorado tanto con los preparativos, mi destino habría sido muy diferente. Pero no fue así.

Porque entonces la tierra empezó con sus contracciones. Llegó el alumbramiento y, oh Dios, le puedo jurar una cosa: los cementerios dan a luz a las más hermosas criaturas.

Un acto de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora