—Lo soy. Ahora lo soy – 

Caminaron por las aceras, entre cuadras amplias, deteniéndose a ver los escaparates de vez en cuando, las flores de colores, una porción de adoquines. La paz que parecía inexorable se fue perturbando con los nuevos transeúntes, con el sonido de las campanillas detrás de las puertas. Su animada charla se desvaneció en la última parada, junto a una colección de muñequitas de porcelana que Diana aseguró haber visto en alguna parte; sin embargo, no se sintió el vacío, sólo sus hombros, rozando apenas, transmitiéndose calidez.

Algo hizo que la muchacha dirigiera sus ojos hacia él de nuevo, por un pequeño segundo. Contuvo el cosquilleo ante esa mirada perspicaz escudriñando el espacio, entonces se preguntó en qué pensaría, las puntas de sus reflexiones. El porqué de su paciencia, de su caridad desinteresada. La decencia, su grado de encanto. Se encontró ensimismada, pensando en sus palabras claras, su timbre, en su risa fresca, la picardía en sus ojos. Aquellos ojos verdes.

Sintió el latido de su corazón desbocado, otra vez, contra su pecho. De pronto, tuvo miedo de que él pudiera escucharlo también.

Willem chasqueó la lengua, semi perfilándose hacia ella, al cabo de un minuto. 

—¿Duración incierta? – inquirió de pronto. Diana alzó las cejas, con sobresalto.

—¿Cómo? –

—Tú aventura impulsiva – aclaró él. Una expresión divertida se apoderó de su boca cuando pronunció aquellas palabras.

Diana se trajo de nuevo a sí, apaciguándose, articulando una sonrisa al tiempo que negaba con la cabeza.

—No podría, pero hubiera sido lindo que fuera algo indefinido – Hizo una pausa, y después agregó, —Tengo que volver a la universidad

Él asintió, haciendo memoria de lo que ella ya le había dicho.

—Estás haciendo Letras, si no recuerdo mal – tanteó. Diana volvió a asentir.

—Sí, cursé mi primer año –

Willem pareció sorprendido de improviso.

—Entonces tienes... —

—Diecinueve, sí —

—Estás llena de sorpresas – comentó sonriente. La muchacha arrugó la nariz.

—¡No me digas que pensaste que era mayor! – exclamó. Willem se rió.

—Digamos que mi perspectiva estaba un poco distorsionada –

Diana abrió la boca con consternación.

—No estoy segura de sí tomarme esto como un insulto –

—Nada más opuesto que eso, te lo aseguro. –

La muchacha puso los ojos en blanco, fingiendo sentirse ofendida, agachando un poco el rostro para que él no pudiera ver el sonroso de sus mejillas.

—Dígame, Licenciado en Marketing, ¿qué edad tiene usted en este momento? – preguntó.

—Veintitrés —

Diana se sorprendió al darse cuenta de que no era muy diferente a lo que había pensado.

—¿Y piensa seguir con su aventura o debe volver a trabajar? – indagó.

—Si con trabajar te refieres a actualizar la publicidad en línea de un par de empresas, supongo que puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo – respondió él, Diana no consiguió disimular su asombro.

—Eso suena como el trabajo perfecto –

—Tiene su beneficio – le restó importancia, encogiéndose de hombros – Solo necesito una computadora y conexión a internet.

—Y mucho ingenio – alegó la muchacha.

Willem se rió—. Que no te hagan creer eso.

Era entrada la tarde cuando se detuvieron a una cuadra del final de la urbanización. Más allá, frente a ellos, una cerca de madera separaba la estepa de unos puestos artesanales, y gente que comenzaba a andar entre ellos.

Un hombre robusto se los topó, viniendo en dirección contraria, cargando algunas lonas sobre su hombro. Al verlos, los invitó a la feria, con amable acento.

—¡Anímense, no se lo pierdan! —había dicho — Será algo que no van a olvidar.

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Estoy ansiosa por encontrarlos en la siguiente parte :) ♥ 

Gracias por llegar hasta aquí.




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