Capítulo 3: Hostilidad en el extranjero

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— ¿Gerida misi a Tyore ieisa?

No tuve ni ganas de intentar entenderla ni de intentar responderle. Sonreí con cara de circunstancias mientras levantaba las palmas de las manos en señal de no entender y que me perdonara por ello. Nuestras sucias caras dirían todo sobre nuestra asquerosa procedencia.

Aquella mujer se fue suspirando tras un arqueo de cejas y unas muecas faciales indescriptibles, poco propias de un ser humano.

— Oye. ¿Sabes si hay algún tipo de guerra silenciosa o algo así entre Tyore y Bei? Es que me está mosqueando un poco demasiado que todo el mundo haga esos gestos extraños después de decirnos una frase en su idioma y luego suspire dando a entender que somos un grano en el culo —me susurró Veimen al oído, recibiendo como respuesta un levantamiento de hombros y una expresión de mártir por mi parte.

Cuando aquella mujer volvió acompañada por otra, que, cómo no, llegó con una arruga de asco en el lado izquierdo de su cara y la barbilla bien alta, nos hizo gestos para que nos acercáramos al mostrador. Hicimos lo que nos dijo y desde allí la que apareció de segunda, lentamente y de un modo articulado, nos preguntó en su idioma si los nombres que ella estaba señalando eran los nuestros. Veimen respondió afirmativamente, como si hubiera entendido algo de la frase y no la estuviese intuyendo. La mujer le sonrió con asco antes de volver a preguntarme lo mismo a mí por separado. También le dije que sí. Luego me dio a mí las dos llaves de las habitaciones, diciéndome que no las perdiera y que cuando termináramos la estancia las devolviera antes de las doce de la mañana. Luego se despidieron de nosotros.

— ¿Tú crees que es por llevar el cello? —me preguntó Veimen.

— No, no creo que sea solo por eso. Me da la sensación de que es la combinación extranjero+músico+hombre. Tengo entendido que en Bei existe la creencia de que los hombres tenéis una inteligencia muy reducida. Algo así leí. Creí que no se notaría tanto, ni que cambiarían los géneros neutros por los femeninos.

— Ahora quiero irme yo de aquí —sentenció antes de recibir su llave de mi mano.

Subimos a nuestras respectivas habitaciones y dejamos nuestras cosas. Eran habitaciones muy pequeñas, en las que había una cama simple, a sus pies una mesa, siendo el fondo de la cama la silla, y al lado un armario de una sola puerta, que dentro tenía dos casilleros de taquilla de instituto como cajones. Calculé que aquella habitación era de alrededor de seis metros cuadrados. Quizá menos.

Algo que me extrañó fue que la habitación no tenía ninguna ventana. No éramos de los afortunados que tenían un lado del edificio. Supuse que eso estaría reservado para los que venían de otras ciudades. Tenía que agradecer que por lo menos no estuviéramos compartiendo habitación con otras diez personas.

Hice malabares para meter lo que traía en la maleta en el armario de un modo medianamente ordenado y luego metí la maleta bajo la cama. En cuanto me disponía a salir, escuché que llamaban a la puerta. Por el ritmo que hizo, supe que era mi hermano. Abrí la puerta y vi su cara de sufrimiento.

— Voy a dormir con el cello —sentenció antes de entrar—. Espero que no se desafine mucho por el calor.

No me había parado a pensar en eso. No había sitio en las habitaciones para un instrumento.

— No creo que sea por el calor, sino por la humedad. ¿O tu habitación tiene ventana?

— Nada. De hecho venía a ver si la tuya tenía para cambiarla, pero ya veo que no —tras una pequeña pausa, continuó—. De verdad que este concurso de música no está hecho para músicos.

Tras decir aquella triste verdad se sentó sobre la cama y suspiró mirando al techo, que era más bajo que el del pasillo. Quizá medía dos metros y un cuarto como mucho, teniendo en cuenta que Veimen no podría estirar los brazos al completo. Parecían jaulas.

— Menuda primera impresión de un concurso y de un país. Primera vez en uno y primera vez fuera del nuestro. No dan ganas de mirar del mismo modo ambas cosas —dijo él.

— Ya, la verdad es que es un poco raro lo que están haciendo. Creí que tendrían un poco más de consideración por nosotros, no sé. En principio ya saben que venimos como representantes de Tyore, y si quieren ampliar horizontes esta va a ser su única oportunidad.

— Ya no queda duda de que prefieren que nos vayamos y los dejemos en paz —dijo, antes de echar una carcajada sarcástica—. Estamos malinfluenciando a sus niños de ciencias, haciendo solo artes. Es tan raro lo que están haciendo que no tengo claro que sepan qué es un concurso. Una presentación un día por la mañana sin que te dejen estudiar nada durante todo el día. Es verdad que yo me puedo ir al medio de la nada con el cello y puedo tocar, pero, ¿vosotros los pianistas? ¿Qué pretenden?

Respondí con una negación de cabeza y nos quedamos un momento en silencio. Queríamos irnos y solo necesitábamos un pequeño empujón para hacerlo.

— ¿Te fijaste en dos tíos que estaban en la fila de delante a la nuestra en la presentación? Creo que uno de violín o viola y el otro probablemente de piano.

— Sí, me suena. Creo que eran los que vi cuando estaba pensando que nadie estaría a nuestra altura. Me pareció por contradecirme, casi, pero es que ver a gente con este tic que solemos tener de estar tocando mientras escuchamos a gente o pensamos me resultó algo gratificante. ¿Tú te acuerdas del chico de pelo blanco?

Veimen asintió con dificultad, entrecerrando los ojos.

— Creo que sí. El que nos miraba de una manera un poco chunga, ¿no?

— Sí, ese. También me tiene pinta de ser buen músico. No sé. Es como que lo veo como demasiado rarito, como que encaja muy poco entre esta gente a la que casi le puedes leer los pensamientos con solo mirarlos. Que reacciona de una manera poco previsible, vaya.

Veimen volvió a mostrar duda con sus gestos.

— Puede ser. Yo no sé qué decir de él, pero me parece de las personas más extrañas que he visto en mi vida. No me dan ganas de acercarme a él. Para nada. Movimientos bruscos, miradas tétricas... En la presentación estaba inquieto y le daban espasmos. Parecía que en cualquier momento iba a echar espuma por la boca, o algo. No sé.

— Pero como persona es mucho más que el resto. Se nota.

A eso, Veimen ya no podía decirme que no. Seguimos hablando un poco más, pero más sobre nuestros asuntos que sobre Faeindich o el concurso. Queríamos evadirnos un poco de esta horrible realidad que viviríamos durante los siguientes días.

Esa misma tarde nos dedicamos a descansar y a explorar un poco la sobria residencia de extranjeros y vimos algunas caras que nos sonaban de la presentación, entre ellas las de los dos que mencionamos que se sentaban delante de nosotros. Sus cuartos estaban cerca. Eso era que por lo menos eran de otra ciudad. Era una pena que no pudiésemos hablar por el idioma distinto, ya que seguramente ellos no hablarían nuestro idioma y nosotros teníamos problemas con el suyo.

Al día siguiente nos levantamos como teníamos pensado, a las seis de la mañana. Fue lo más cercano a la agonía que viví en unos años. Nos encontramos en la puerta de la habitación de Veimen, ya que le costó más levantarse a él.

— ¿Cogemos un tren de vuelta y dormimos en casa?

Sonreí sin ganas y no le contesté. Yo también quería irme y era evidente, pero no debíamos hacerlo. No podíamos dejarnos llevar por las ganas que teníamos de volver a nuestra zona de confort, sino por la alegría que teníamos que darles a nuestros padres ganando este concurso.

B - Si se ríe es que te ha localizado.Where stories live. Discover now