Capítulo 2

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-Traedlo aquí -dije-. Y servidme una copa de leche de vino.

Las puertas del castillo se abrieron y entraron tres guardias tirando de una pareja. Tendrían diecisiete años como mucho. El ojo derecho de la chica estaba hecho de cristal, y al izquierdo le surcaba una gran cicatriz.

Uno de los soldados dio un paso al frente mientras los otros dos sujetaban a los chicos.

-Su alteza. -Hizo una reverencia-. Soy el jefe de la patrulla del norte de Westmond y...

-La patrulla de mi hermano. ¿Dónde está, a propósito? -Entonces entraron los soldados arrastrando al criminal-. Ya me lo diréis luego -respondí sin apartar la vista del ladrón-. ¿Dónde está mi copa? ¡Para disfrutar del espectáculo necesito la maldita leche de vino!

-Aquí está, su alteza. -Un criado ascendió los escalones del trono y me tendió la copa. La agarré con fuerza y exclamé-: ¡Ya podéis comenzar! 

Los soldados empezaron a torturar al criminal y sentí aquella paz interior que me inundaba cuando alguien sufría. Cerré los ojos disfrutando de sus gritos y le di un trago a la leche de vino. Volví a abrirlos y contemplé los últimos segundos de la vida de aquel hombre a través de mi copa de cristal.

Cuando los alaridos cesaron, sonreí y giré la cabeza hacia los recién llegados. La chica tenía el ojo que aún conservaba cerrado y se mordía el labio. El otro me miraba con odio.

-Conozco esa mirada, chico. No creas que eres el primero que me mira de esa manera. Crees que soy una persona horrible por disfrutar del dolor ajeno. Sin embargo, yo no soy culpable. Mis difuntos padres me crearon así. Y, por si te deja más tranquilo, ese hombre estaba condenado a morir, ya que había abusado de una madre y de sus dos hijas -El rostro le cambió por completo. En ese momento parecía muy confundido-. Además, te demostraría que también disfruto con mi propio dolor, pero no tengo por qué demostrarte nada.

Me puse en pie y caminé delante del trono.

-Estoy esperando a que me cuente por qué están aquí, jefe de la patrulla del norte de Westmond -dije sin detenerme.

-No quería ser yo quién le diera las malas noticias, pero... Recibimos quejas de ruido y...

- ¿Por esa tontería me importuna? -pregunté manteniendo el tono calmado. Aunque podía imaginarme perfectamente por qué estaban en mi castillo.

-Verá... Este chico mató a su hermano.

No levanté la vista del suelo ni dejé de caminar. Aquello confirmaba mis sospechas.

Habíamos compartido buenos momentos, pero siempre había sido un idiota y un patán. Nunca en mi vida había derramado una lágrima, y no iba a hacerlo por primera vez por culpa de la muerte de mi hermano.

- ¿Solo eso? Jefe de la patrulla del norte de Westmond, tengo muchas cosas que hacer y sus noticias solo hacen que me retrase.

-Pensé que querría su cuerpo...

-No -dije girando la cabeza hacia él bruscamente. Miré a los chicos, que parecían no comprender nada-. Pero, por supuesto, no vais a quedar impunes -dije.

- ¡Yo no lo he matado! -gritó la chica llorando-. ¡Piedad, su Majestad, yo no lo he matado!

-Me es indiferente -contesté alzando las cejas-. La sentencia se cumplirá mañana a las once.

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⏰ Última actualización: Jun 07, 2017 ⏰

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