PARTE I

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Desperté tiritando y mojada. Había vuelto a llover después de todo. Antes de levantarme de un salto, me estiré y comprobé que nadie me hubiera robado nada. Todo parecía estar en orden. En el momento en que erguía por completo mi cuerpo, me fijé que había un chico mirándome fijamente desde la otra punta del parque. Creo que me puse roja de la vergüenza. Seguramente me había visto dormir en la hierba. Pero éste no se acercó ni dijo ninguna palabra. Simplemente cogió una bicicleta que estaba tirada en el suelo, se montó en ella y se marchó. No sabía qué había pasado pero no pensaba quedarme ahí para averiguarlo. Así que, tras coger las pocas pertenencias que tenía, salté la valla del parque y me fui caminando hacia ninguna parte. No sabía a dónde ir ni qué hacer, así que estuve vagando por el barrio toda la mañana. Cuando me entró hambre paré en un bar a comer algo. Al pagar el bocadillo de queso que compré, se me cayó el Post-it al suelo, ya me había olvidado de él, y volví a leer lo que ponía. Dudaba entre llamar a esa persona o apañármelas yo sola. Pero pronto comprendí que no podría sobrevivir muchos días con el poco dinero que tenía. Así que, después de comerme el bocadillo, saqué el móvil y marqué el número. Pero al llegar al último cinco volví a dudar. ¿Y si no era de fiar? ¿Y si no quería ayudarme? Cerré los ojos y pensé en mi madre. ¿Estaría bien? ¿Me echaría de menos? Agité la cabeza. No debía pensar en ella ahora. Ella era la culpable de mis problemas, además de que no le importaba nada. Marqué el último número y esperé, sentada en un bordillo, su respuesta. Lo único que sabía era que tenía mi edad. Nada más. Pero si lo conocía mi padre, seguramente sería alguien agradable. Estuvo comunicando un buen rato hasta que sonó una voz al otro lado:

—¿Quién eres?

Me quedé un rato callada. No sabía ni qué decirle. Me había quedado sin palabras.

—Ho-hola, soy Paula. La hija de Hugo. Llamaba porque mi padre me dijo que si necesitaba ayuda hablara contigo.

—¿Hugo? ¿Qué Hugo? ¡Yo no conozco a ningún Hugo! ¡No será esto una broma pesada, ¿verdad?! ¡Da la cara, Gonzalo!

No sabía qué decir. Mi padre no me había dicho ni cómo se llamaba ese chico. ¿Y si todo esto era una broma? Un momento después rechacé esa idea. Él no era de esas personas que gastan bromas a sus hijos. No podía ser eso. Tragué saliva y dije:

—Bueno, no sé quién ese tal Gonzalo ni te estoy gastando una broma. Mi padre se ha tenido que ir por un tiempo y me ha dejado una nota en la que dice que si necesito algo, te llame a ti. Que ayudaría hablar con alguien de mi edad. Pero lo siento mucho. Sabía que era una estupidez llamar, pero...

—Espera, espera, espera —me interrumpió como si no hubiera escuchado nada de lo que le había dicho—. ¿Cómo decías que te llamabas?

—Paula. Soy Paula —recapacité un momento. ¿Conocería el nombre completo de mi padre? No perdía nada por darle más información—. Paula Lara, hija única de Hugo Lara —un pinchazo por poco me taladra el corazón al mencionar esto último.

No hubo respuesta, por lo que continué hablando, aunque ni siquiera sabía si me escuchaba o se había ido dejando el teléfono encendido.

—Vivimos en un bloque de pisos en la calle...

—¿Y, tu padre —me cortó de golpe. Recuerdo que pensé que la paciencia y él no parecían haberse conocido—, no será por casualidad un hombre alto, rubio, con gafas y de unos treinta y pico años?

—¡Sí! —exclamé aliviada al oír la descripción del hombre—. Ése es mi padre.

—Bueno, pues cuando lo veas, dile que me debe cuatrocientos euros. Un placer conocerte, Paula. ¡Adiós!

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⏰ Laatst bijgewerkt: Sep 03, 2015 ⏰

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