—De nada – respondió él, y algo dentro de sí le hizo tener la sensación de que iba a reír. De que su sonrisa se había ensanchado o cambiado.

  Le preguntó si ella tenía hermanos, después de un segundo, disculpándose enseguida, al recordar que ya le había hablado de su pequeña familia. Diana le aseguró que no importaba. 

—Mi mamá no se volvió a casar, y mi tía es soltera, así que no. Pero no sentí que hubiera necesitado más. –

—Has sido muy feliz con ellas, ¿no? – indagó él.

—La verdad es que sí. Tuve una buena infancia, siempre se preocuparon por mí –

Entonces Willem le dirigió una mirada perspicaz, con el tenedor a medio camino de su boca.

—¿Y qué te hizo alejarte de todo eso? –

Diana reconoce su propia frase, y él le roba una sonrisa. Suspiró, posando la mirada en el mediodía a través de la vidriera, haciendo descansar la cabeza sobre el dorso de la mano en un ademán que rozaba la displicencia.

—Oh, ya no sentía que perteneciera allí – respondió con voz aligerada, batiendo las pestañas con gracia. Willem arqueó una ceja, y sonrió también, apuntándola con el extremo del tenedor. 

—Touché –

Diana soltó una risita, al mismo tiempo que unos trabajadores rurales entraban por las puertas, sumando sus voces al parloteo envolvente, y se dispusieron a sentarse junto a la barra. Willem insistió que continuara, tras hacer un mohín. Ella ladeó la cabeza.

—No sabría decirte, creo que fue algo impulsivo. – respondió – Compré sin más un boleto hacia el otro extremo de adonde tendría que haber ido.

—¿Y haber perdido el autobús a mitad de camino también lo fue? – Willem había arqueado la ceja, incapaz de borrar la media sonrisa de su boca. Diana se rió.

—Completamente improvisado – aseguró.

—De sólo verte, jamás habría dicho que fueras impulsiva –

—Es que no lo soy para nada – replicó ella, negando firmemente con la cabeza. Willem se mostró escéptico.

—¿Y qué fue entonces todo lo que hiciste? – Ella se encogió de hombros.

—Supongo que todos tenemos un ataque de locura alguna vez, pero eso no nos convierte en personas netamente impulsivas, sólo en gente que necesitaba un impulso de vida – 

Se produjo entre ambos un silencio. Willem la contempló detenidamente durante largos segundos, como si la estudiara, como si quisiera entender la idea completa, conocerla, ver a través de ella. Como si, por un momento, hubiera sido capaz de darse cuenta del detalle que ella había omitido decir, o como si quisiera saberlo, aún sin preguntar.

Aquella sonrisa se acentuó en su rostro, y una vez más, con un detalle que ella no pudo descifrar.

—Y así van dos a tu favor –

Diana no evitó la nueva risa que brotó de sus labios, ni el destello de sus propios ojos. Lo ignoró todo, aun cuando él se hubo excusado para ir al baño, y se encontró sola, con la sensación de que había tenido una ansiedad, el principio de un miedo, viviendo dentro de ella por mucho tiempo. Al mañana, a la vuelta de la esquina. Cosas absurdas, como la celeridad.

Recordó un salmo, la promesa por medio de la fe. Se llevó una mano al pecho, sintiendo el aire en sus pulmones, sin presiones, sin nudos.

Lo había dejado pasar por alto, porque no importaba lo suficiente. El haber dormido en estacionamientos, las sobremesas largas, la pasta casera, ningún plan.

Sonrió para sí y miró la explosión de carcajadas salir desde la mesa larga al otro lado del salón, donde los hombres robustos que habían entrado hacía no mucho, estaban sentados a ambos lados. El dueño del restaurante salió de detrás de la barra, dejando la copa de vino sobre ella, y comenzó a imitar el caminar de un borracho, señalando a uno de ellos, riéndose también sin discreción alguna.

Willem regresó con las manos todavía húmedas, pasándoselas por los pantalones desgastados, con expresión circunspecta de mirada flotando hasta detenerse en ella. Sus ojos se toparon y ella recordó cuando comenzó todo, algunas noches atrás, cuando él la encontró en la estación de servicio, con una mochila, el frío y la incertidumbre.

Él se había acercado a ella, le había preguntado si necesitaba algo. Las primeras gotas habían salpicado la aviadora que llevaba puesta, su rostro expresaba una inquietud discreta, sin sonrisa. En ese momento, se había sentido aliviada, incluso cuando su respuesta fue vacilante, y él se disculpó por ser entrometido. Excepto que no lo había sido.

Le explicó que había perdido el autobús, que estaba esperando encontrar un lugar dónde dormir. Él le ofreció que viajara con él hasta que hallara la manera de regresar a su camino.

Su respuesta le causaría incredulidad toda la vida, la rapidez con la que se dio todo, el por qué aceptó, por qué no dudó al encontrarlo confiable, y la innegable verdad de que estuvo segura de ver honestidad en sus ojos.

Un momento más tarde, se encontró en el asiento del copiloto, en una charla sobre una universidad de Sicilia, con la lluvia deslizándose por el parabrisas, teléfonos sin batería, hasta que él le extendió la mano en la semi penumbra, y vio su sonrisa.

—Willem – dijo, su timbre grave volviéndose un poco más suave.

Ella buscó algún sentido de alarma en su interior, un bosquejo de temor en el espacio de un segundo, pero no halló nada de eso.
Sus ojos, de nuevo, ella vio sus ojos, y se sintió tranquila. Entonces, respondió:

—Diana – Y le estrechó la suya. 

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Oh, este par... ♥. Una parte algo larga, pero con muchas piezas para armar el rompecabezas.

Gracias por haber llegado hasta aquí :)  

Pd: ¡Escuché que votar es gratis, o algo así! 🙈😂

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