Capítulo 1

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"Ahora eran dos extraños. No; peor que extraños, porque jamás podrían llegar a conocerse. Era un exilio perpetuo." (Jane Austen)

Elisa observó a su alrededor con incredulidad. Nadie adivinaría los pensamientos que se formaban en su mente con solo pisar suelo italiano. ¡Diez años!

Sí, diez largos años de ausencia. ¿Extrañaba Italia? Algunas veces. En realidad, procuraba no pensar demasiado en el tema porque la nostalgia era abrumadora. Años.

El reflejo en el vidrio que traspasó para tomar sus maletas le mostró que en efecto eran años, no días, los que habían transcurrido sin visitar su hogar. Claro, si podía llamar de esa manera a la mansión Sforza.

Hogar. Familia. Amor. Todos eran conceptos relativos en su vida. Condicionados. Sumamente tristes. No, no debía pensar en eso. Estaba ahí, visitaría a sus hermanos y sus familias... pasaría poco tiempo con su padre. Sí, todo iría bien.

Diez años eran mucho tiempo, el tiempo suficiente para... bueno, para dejarlo todo atrás. Sí, lo era. ¡Tenía que serlo!

No debió volver, no en esa estación del año con el sol brillando y los árboles floreciendo por todo el lugar. La primavera hacía semanas que había dado paso al verano. Era un error.

Lo sintió nada más pisar el umbral de la mansión. ¿Cómo no iba a sentirlo si quien la recibió fue su padre? Bien, no fue precisamente un recibimiento ya que casi chocaron en la puerta que él abría al mismo tiempo que ella. Le dirigió una brevísima mirada de sus fríos ojos azules antes de marcharse.

–Bienvenida a casa –murmuró con sarcasmo al dejar vagar sus ojos por el recibidor mientras la puerta se cerraba. Parecía el mismo lugar que había dejado aquel verano lejano.

–Elisa, cariño –los brazos de su madre se ciñeron a ella con fuerza. Isabelle Sforza era una mujer delicada y fría... o eso recordaba Elisa. Pero parecía que había cambiado en ese tiempo lejos. Si bien había visto a sus hermanos y en contadas ocasiones a su padre, a su madre no la veía desde... bien, diez años sería bastante cercano.

–Mamá –pronunció con dificultad, sintiéndose estúpida por las lágrimas que asomaron en sus ojos. ¡Cielos, hacía tanto tiempo que no lloraba! Y pensar que había creído que sus lágrimas se habían agotado aquel verano–. Hola.

Su madre la observó con una pequeña sonrisa dibujada en sus ojos verdes, tan parecidos a los suyos. La condujo al salón y no le permitió marcharse hasta que tomó el té con ella.

Elisa le dio gusto. Era cierto, más valía tarde que nunca. Y no podía reprocharle a su madre que no la hubiera visitado si ella tampoco lo había hecho. Habría podido, desde hacía cuatro años que habría podido y lo evitaba.

–No sabría qué te gustaría por tu regreso pero organicé una pequeña reunión con tus amigas. Espero que te agrade.

Isabelle rebosaba entusiasmo al relatarle a su hija lo que había organizado. No tuvo corazón para decirle que no, preguntándole a qué amigas podía referirse si hacía diez años que no estaba en Italia.

–Está bien, madre –Elisa sonrió levemente, trasluciendo el cansancio por el viaje realizado– tomaré una ducha y bajaré a la cena.

–Estaremos felices de recibirte, Elisa –le palmeó la mano con suavidad, como recobrando la compostura que había olvidado minutos atrás.

Con el agua recorriendo su cuerpo, aún le parecía increíble encontrarse ahí. En el mismo país. Con él.

Sintió un escalofrío inevitable al imaginar un encuentro entre ellos (que no sería, por supuesto). Pensó en su nombre pero no lo pronunció, era prácticamente imposible encontrarlo sin embargo no debía tentar a la suerte.


***

Al día siguiente, Elisa se encontró recibiendo visitas en el salón de la mansión. Tal parecía que su llegada había despertado curiosidad y, por lo visto, tenía muchas personas conocidas en Italia.

–¿Lo recuerdas? Fuimos juntas a la academia de música.

–¡Fue una verdadera lástima que te perdieras la función de ballet! Habíamos entrenado durante tanto tiempo...

–¿Y los paseos por el lago en verano?

Elisa sintió un escalofrío ante la mención. Eso fue el año anterior a su encuentro con él. No, no pensaría en él.

–¿Sí, Elisa? –Agostina la miraba fijamente con una sonrisa amable. Elisa asintió, aunque no sabía a qué–. Perfecto, mañana tomarás un café con nosotras y nos encargaremos de que te diviertas en Italia.

Diversión. Esa palabra había dejado de gustarle aquel verano y a sus entonces quince años, había sido demasiado pronto para darle la espalda.

–Sí, por qué no... –murmuró Elisa tras despedirse de la última visita.


***

Le fue difícil identificar el rostro de la chica a la que debía encontrar para tomar un café después de tantos rostros del día anterior. ¿Agostina? Sí, ese era su nombre. En la mesa que localizó, estaba con sus otras amigas, Clarissa y Mirella, quienes la integraron a la conversación que mantenían.

Tras una hora de preguntas y respuestas por parte de todas, Elisa contaba con la aprobación de las jóvenes aunque fuera reservada con respecto a sus relaciones personales.

–Lo entiendo, es muy poco probable que tengas mi suerte –proclamó Clarissa con un enorme suspiro–. ¿Estoy o no en lo cierto, chicas?

Las otras dos jóvenes asintieron, entre divertidas y serias. Elisa se encogió de hombros pues poco le importaba si tenía suerte o no en buscar un novio adecuado, que aprobara su padre y que de paso fuera el hombre de sus sueños. Eso no era posible. Ya no.

–Me alegro por ti –sonrió Elisa incómoda y se levantó–. Debo irme, tengo una reunión familiar.

Tanto Clarissa como Agostina y Mirella le dieron ánimo entre risitas. En su entorno era conocido lo que significaba reunión familiar para un Sforza: negocios de la Corporación. Elisa les dio las gracias con una burlona reverencia, riendo y al girar se topó de frente con alguien.

Él la detuvo de los brazos, para evitar que cayera. Elisa elevó sus oscuros ojos verdes con sorpresa y... ¡no, no podía ser! Era... él. ¡Era él! Dios, claro que era él. Podría reconocerlo en cualquier lugar sin importar los años transcurridos. Sus ojos de un azul muy claro... ¿Cómo NO iba a reconocerlo?

Adam... era Adam. Lucía atónito, sus ojos se abrieron con sorpresa y supo que la reconoció también. Pero lo enmascaró con rapidez, la soltó con brusquedad apartándola como si no entendiera como había podido tocarla. Fue como una bofetada.

No solo sorpresa contenían sus ojos azules clarísimos sino un profundo, absoluto y nada disimulado desprecio.

Inolvidable (Sforza #4)Where stories live. Discover now