Cuarta Parte: EL SEPARADO - CAPÍTULO 115

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—¿Qué pasó con los fomores, capitán?

—Cuando usted nos liberó, los aniquilamos a todos, señor, hasta el último. Estábamos débiles por la tortura y la falta de alimento, pero los superábamos ampliamente en número y en motivación.

—No lo dudo.

—Mientras usted estuvo inconsciente, envié a mis hombres a tratar de conseguir comida. Algunos pescaron algo en el arroyo y otros cazaron algunos pequeños animales, haré que le traigan algo enseguida, debe reponer fuerzas.

—Lug no come carne— le señaló Cariea.

Morrigan, inquieto, paseó la vista entre Cariea y yo. Le preocupaba no tener nada que ofrecerme para comer.

—Capitán, hacia el este, subiendo por la colina, hay una formación rocosa con tres rocas grandes que parecen dedos enterrados en la tierra. Mi mochila y mi espada están escondidas ahí. Tengo algo de fruta ahí. También hay hierbas medicinales para hacer un té sedante que le vendría muy bien a Cariea para disminuir el dolor.

—Enviaré a alguien a buscar sus cosas enseguida, señor.

—Mi caballo también debería estar pastando por las cercanías.

Morrigan asintió, y ordenó a uno de los soldados que estaba parado detrás de él que partiera de inmediato a buscar mis cosas y mi caballo. Noté que había cuatro soldados en la tienda además de Morrigan. Todos habían estado allí en silencio, pero con los rostros ansiosos al ver que yo había despertado. Incliné la cabeza como mejor pude en forma de saludo, ellos respondieron con una reverencia. Vi el cuerpo de Ailill aún tirado a un costado de la mesa con los mapas.

—¿Qué quiere que hagamos con él, señor?— me preguntó Morrigan al ver lo que yo estaba mirando.

—¿Qué hicieron con los fomores?

—Hicimos una pila con sus cuerpos y los quemamos.

—Hagan lo mismo con él— dije.

—Sáquenlo de aquí— ordenó Morrigan. Dos de los soldados que estaban allí arrastraron el cuerpo inerte fuera de la tienda.

Morrigan observó a sus hombres cumpliendo sus órdenes y luego se volvió hacia mí:

—Señor, si me permite, ¿cómo lo mató?

—No murió por mi mano, capitán, sino por la suya propia.

Morrigan me miró, incrédulo.

—Nunca me pareció un hombre propenso al suicidio...— dijo despacio.

—Creé un espejo usando mi habilidad, un espejo que reflejó el ataque hacia su origen. Todo lo que Ailill intentaba hacerme, se lo hacía a sí mismo. Cuando intentó matarme, solo se mató a sí mismo. Aún cuando le advertí que solo tenía que dejar de atacarme para detener el dolor, su odio avasalló a su capacidad para razonar— expliqué.

—Eso sí lo creo. Nunca había visto a un hombre tan obsesionado con hacer daño a otros— murmuró Morrigan, mirando a Cariea de soslayo.

—Lamento lo que te hizo ese maldito— le dije a Cariea—. Cuando me reponga, intentaré curar otra vez el ala.

Ella negó rotunda con la cabeza:

—Casi perdisteis la vida tratando de sanarme. No quiero que nadie más muera por mí.

—¿Nadie más?— inquirí.

LA PROFECÍA DE LA LLEGADA - Libro I de la SAGA DE LUGKde žijí příběhy. Začni objevovat