Capítulo 2: La advertencia de que algo terrible va a pasar

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—Muchacho, no puedes abrir esa puerta sin una llave—La voz de aquella persona mayor me hizo volver a mi realidad, arqueando una de mis cejas—Llámame Gretel, seré tu guía por esta hermosa sala. Me encanta que algún hijo de Rodolf sepa leer. Los otros no han salido muy bien educados.

La anciana tenía el cabello blanco, con la espalda recta muy fina para ser una guardiana de los libros. Su voz era dulce, algo que me hacía localizar paz interior. Su coleta tenía el cabello amarrado suponiendo que si se la quita, debía traerlo por los hombros.  Le sonreí amablemente, dejando que ella abriera con la llave sacada de su delantal. Era la primera bibliotecaria que conocía que no usaba lentes.

—Muy bien, adelante—Dijo ella, haciéndome un ademán con la mano. Le sigo el rollo, entrando en la habitación.

A pesar de la puerta de la habitación lucía pequeña, dentro era una habitación enorme. Había un retrato grande de mi padre con mi madre al final del pasillo. En esta ocasión, el suelo no traía a la alfombra del todo el hotel, sino que traía su suelo de granizo suizo cómo el de la entrada. Las estanterías de arriba (porque tenía dos pisos al llegar al retrato) eran pequeñas, de madera color marrón puro dividida por secciones. Las de arriba, me decía Gretel, que eran los libros de los últimos autores de moda de la era. Mi cara se veía realmente de asombro.

—Vaya… ¿Todo esto lo construyó mi padre? —Le pregunté a ella, cuando asintió con la cabeza—Joder… esto está interesante. Mi padre de verdad que se ha lucido, ¿No?

—Me dijo que lo había hecho por ti—Me sonrío cuando regresó a su pedestal. En frente de ella, había dos computadoras inalámbricas. Dónde ponías el dedo en la pantalla, y podrían interactuar más fácil sin necesidad del teclado—Eres libre de explorar, está la sección de juvenil, moda, romance, revistas, lo que quieras.

Por mucho tiempo me sentía feliz. Me sentía lleno de vida. Miré a Gretel, que tenía una enorme enciclopedia abajo del podio. Sonrío, y miré hacia otro lado con las manos en los bolsillos sujetando bien mi mochila.  Me senté en unos de los sillones que estaban de un lado de las estanterías, sacando mi libro.

Comenzaba a leerlo tranquilamente, meneando la cabeza de un lado a otro ignorando el sueño de hace rato. ¿Cómo era posible que soñara despierto?  ¿Cómo podría sentir que la piel me quemaba a través de esos rayos ultravioletas? Y la pregunta más importante… ¿Por qué sentía que lo conocía?; Apreté tanto el libro, que la hoja se me había doblado dándome un pequeño dolor. Este libro lo tenía conmigo desde siempre, y aún no lo terminaba de leer. Traté de acomodarlo de nuevo, soltando un suave bostezo pasando la hoja. Pasé horas en aquella biblioteca sin darme cuenta. Miré el reloj de pared que marcaban las cinco de la tarde. Ya había avanzado un poco de la lectura, despegando mi vista del libro dándome cuenta de que no estaba sólo.

—Estaba dándome cuenta de que es un excelente libro—Dijo aquel muchacho con el cabello platinado, con una sonrisa en su rostro. El traía uno antiguo. O al menos era lo que podría ver desde dónde estaba sentado—Me refiero, a que me gustan esos tipos libros. Lleno de suspenso, y un poco de picardía.

—A veces no sé diferenciar los géneros antes de acabar un libro, aunque ya en la portada venga titulada en ella—Le sonreí amistoso. Su acento en la voz demostraba que no era de Katzuky—No eres de aquí, ¿Cierto?

—Llegué hace un par de semanas—Dijo él, cerrando el libro contemplándome fijamente—Mi madre es la que me trajo de Pigmeon—Sonríe—Me llamo James.

—Yo me llamo Shawndller—Dije, queriendo extinguir la mano, pero se encontraba lejos—Mi familia ama los nombres largos por alguna razón desconocida—Le sonreí al momento en que él se había reído—Me puedes llamar Shawn.

Kautziky - O. L. R SteaWhere stories live. Discover now