En el campo

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Al terminar nuestro entrenamiento, de inmediato nos enviaron a pelear. Cincuenta de nosotros fuimos enviados a Nigeria, donde ISIS había obtenido muchos adeptos en los últimos años, por lo que a todos nos pareció bien, aunque tenía una sensación de incomodidad.

Un avión nos llevó a kilómetros del lugar, hasta la entrada de un túnel. Me preguntaba quién lo habría construido y con qué propósito. Pudo haber sido ISIS y de ser así estábamos en constante peligro de que nos descubrieran, pero por mi cabeza cruzaba la idea de que fue el gobierno, por lo que se me venía otra pregunta: ¿cuándo y cómo lo hicieron sin que alguien se diera cuenta y lo impidiera? Todo era bastante extraño.

Un chico me sacó de mis pensamientos mientras caminábamos por el túnel. Era afroamericano y de porte muy alto. Nunca supe su nombre pero lo recuerdo como alguien simpático y amable.

—Eres cristiana, ¿cierto? —me preguntó, por lo que asentí con la cabeza—. Bien, solo te voy a pedir un favor: si muero en esto, reza para que mi familia esté bien. Yo haré lo mismo si algo te pasa.

—¿Por qué me pides eso?

Me parecía bastante extraño que un chico se me acercara solo para pedirme algo como eso, pero supuse que entonces estaba bastante desesperado.

—Tengo un hijo pequeño —empezó a contarme—. Hace un mes cumplió dos años y me enviaron esta foto. —Tras decir eso, sacó de uno de los bolsillos de municiones una foto de su hijo con toda su familia y globos de muchos colores.

Guardó de nuevo la foto y se fue para hablar con otro chico. Megan se me acercó y conversamos (fue un gran avance que no me hiciera bromas pesadas).

Todavía se me hace confuso lo que pasó al salir del tunel. Recuerdo que quienes iban primero abrieron fuego, por lo que el solo hecho de pensar en la misión hace que venga a mi cabeza el sonido incesante de disparos. Es un horrible recuerdo.

Debo admitir que no disparé mucho primero. Aaron tenía razón: no servía para el ejército, pero ya estaba metida en eso, así que debía acoplarme. Me preocupé de mantener a salvo a mis compañeros, por lo que las únicas veces en que usé el arma fue para defender a alguno.

Recuerdo que cuando matamos a todos los que estaban ahí, la noche ya había caído. Estábamos agotados así que no queríamos volver al túnel, por lo que decidimos acampar ahí. Yo me quedé en un declive del terreno o, más bien, en una zanja.

Mientras dormía, sentí que alguien me daba unas suaves cachetadas, por lo que abrí los ojos con molestia. Era aquel chico afroamericano; lucía aterrado y jadeaba. No alcanzó a decir algo porque segundos después escuchamos disparos de ametralladoras. Él trató de meterse en la zanja, pero le dispararon en la pierna y empezó a estremecerse de dolor, fue entonces cuando le dispararon en la cabeza, atravesándole el cráneo... lo sé porque vi cómo salió la bala y se incrustó en la tierra. Cayó muerto obviamente.

Mi ritmo cardiaco empezó a acelerar. Mi respiración era cada vez más rápida y retenía menos el aire. El pánico se había apoderado de mí por instantes. Esto era peor que cuando llegamos.

Tomé mi arma y me puse unos lentes de visión nocturna. Asomé mi cabeza para ver dónde estaban, pero no pude ver a alguien. Estaba absolutamente extrañada. Quizás se habían retirado creyendo que habían matado a todos (y tal vez al resto los habían tomado como rehenes) o tal vez estaban ocultos, a la espera de que alguien saliera. Mi mente divagaba imaginando múltiples probabilidades, hasta que escuché una voz detrás mío. No entendí lo que dijo, por lo que definitivamente no era estadounidense.

Me volteé para verlo. Era un muchacho nigeriano, apuntándome con un arma. No quería dispararle, pero no tenía otra opción. Me gritaba cosas y ladeaba la cabeza. Si me movía para alzar mi arma, me iba a disparar, por lo que no tenía esa opción. Realmente sentí que ninguno quería dispararle al otro, pero las circunstancias de la vida nos llevaron a ese lamentable punto.

Empezó a hacer gestos que entendí que significaban que debía pararme, por lo que lo hice mientras él seguía apuntándome. De repente, otro hombre lo llamó, por lo que se desconcentró y vi la oportunidad para dispararle. Saqué una pistola que llevaba en el cinto y rápidamente le disparé en la cabeza.

El otro hombre empezó a gritar cosas y supuse que yo estaba en peligro, por lo que tomé mi arma y al chico afroamericano. Trataba de llevarlo sobre mi espalda mientras corría, pero me costaba avanzar, sin embargo me rehúse a dejarlo tirado. Disparaba a cualquiera que no fuera soldado y se cruzara por mi camino, aunque dudo que mis disparos fueran realmente efectivos y me pareció más bien que les disparaban de otras direcciones.

—¡Way, muévete! —escuché gritar a Cameron, un chico rubio y de ojos verdes con quien nunca había conversado mucho, pero se notaba que me conocía.

Le hice caso y seguí corriendo pegada a la pared. Él disparó repetidas veces hacia donde estaba antes y me fijé que me venían persiguiendo varios hombres.

Entramos al túnel y lo cerramos. Una vez ahí nos sentimos en calma y dimos gritos de júbilo. Lo habíamos logrado: completamos nuestra primera misión. Contabilizamos cuántos éramos y en total hubieron solo veintiún muertos (era poco considerando todo lo que hicimos) de los cincuenta que fuimos. La cantidad fue más bien una estimación sacada por quienes faltaban.

—¿Quién era? —me preguntó Cameron señalando al chico que llevaba.

—Nunca me dijo su nombre —contesté—, pero me mostró una foto de su familia y tuvimos un pequeño diálogo... Dios consuele a su familia.

—Y a la de todos quienes faltan —agregó.

—Sí... por cierto, de no ser por ti seguramente hubiera muerto —le dije sonriendo—. Gracias por salvarme el pellejo.

—No hay de qué. De todos modos el general nos mataría si descubre que su hija murió en una misión.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Qué cosa? ¿Que nos mataría?

—¡No! ¿Cómo sabes que soy la hija del general?

—Oh... solo lo supuse.

—¿Cómo?

—Pues, hace poco más de un año, mi padre me comentó sobre una chica llamada Eliette que es hija del general. Ese es un nombre poco común, por lo que sería mucha coincidencia que dos chicas se llamen Eliette Way.

—Oh... pero la relación con mi padre no es buena, de hecho me fui de casa por eso: nunca lo he soportado.

Hubo un silencio incómodo entre los dos. Se notaba que él no sabía qué decir.

Seguí caminando. A mi mente vinieron recuerdos del muchacho al que le disparé. Lo analicé... de seguro ni siquiera superaba los catorce años. Él no quería matarme, solo me iban a llevar como rehén y seguramente lo obligaban a hacerlo, como pasaba en muchos casos en los que usaban a niños en los grupos armados.

Nosotros matamos a su gente y él no quería matarme, sin embargo le disparé. Ante esos pensamientos abrumadores, empezaron a caer lágrimas de mis ojos hasta empapar mis mejillas. ¿Se puede vivir en paz sabiendo que has matado a alguien?

—¿Qué te pasa? —me preguntó Cameron.

—¿Has pensado en que hoy le quitamos la vida a decenas de personas?

—Así es la guerra —respondió con serenidad—, pero no es lo mismo que asesinar...

—¡Sí lo es!

—Si no eres capaz de sobrellevarlo, tienes que desertar.

—Tampoco podría estar tranquila si lo hago.

—Entonces empieza a acostumbrarte porque mataremos a muchos más.

Conspiración (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora