Capítulo III: Retorno

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Frank

—Aseguren sus cinturones estamos acercándonos a la pista de aterrizaje —escucho por las bocinas a la azafata que días atrás me había dedicado por completo la desnudez armoniosa de su cuerpo en la primera escala.

Calculo la distancia y ubico mi atención en el aterrizaje, porque un mal movimiento en este clima turbulento podría ocasionar cualquier accidente colateral.

—Llegamos a casa, Frank —comenta Roger, en el otro asiento. Mi compañero de vuelo que se queja por ser treintañero y verse de cuarenta por las noches de fiestas sin límites que en sus días libres se da.

Asiento, sin despegar mi mirada hacia el frente. Una vez estabilizado el avión en la pista, se les informa a los pasajeros que pueden empezar a prepararse para desbordar. La lluvia al otro lado es torrencial.

¿Se acerca una tormenta? 

Se supone que tengo en un par de horas otro despegue de un vuelo corto.

Salgo de la cabina y empiezo a ir por el pasillo de primera clase que está completamente desocupado.

—Al parecer, están suspendiendo los vuelos —dice Roger, detrás de mí.

—Debes de estar equivocado —digo, solo para contradecirlo, porque sé que eso es lo más probable que suceda en un clima así.

En una leve distracción, al fijarme en una de las ventanillas que al otro lado cae un enorme rayo, no me percato que Elisa se encuentra a unos pasos de mí. Aunque no gana por mucho, porque su olor a perfume de lirios me alerta.

—Amigo, estás acabado —murmura Roger, dándome una palmada en mi hombro. Pasa a mi lado para ir de largo y dejarme a solas con Elisa.

Elisa, una mujer que por su sensual mirar y cabello largo negro, es capaz de tener a sus pies casi a todo hombre que quiera. Estoy en su lista, pero ya pasamos la noche de sexo de prueba. Y ahora, estamos incómodamente frente a frente sin saber qué decir el uno al otro. Esa es la razón por lo cual existe el lema: No sexo entre colegas.

—¿Te vas a quedar en el aeropuerto o te vas a casa? —pregunta, con la sensualidad que solo ella puede. Su voz gutural y erótica que me mueve a perder el control, dejándome ciego por poseer su cuerpo como una ramera, así como le gusta, pero no. 

Veo en su mirada que espera que la invite a casa, y eso no ha pasado con ninguna chica desde London.

Sonrío.

—Creo que aún no lo he decidido. —Me muevo para sentarme en el asiento de pasajero que está a mi lado.

Tal vez ha pensado que mi movimiento es una invitación a perdernos, porque, sin terminar de acomodarme en el asiento, ella se avienta sobre mí y se sienta sobre mi regazo rozando con fervor a su paso mi punto proclive.

—Pues, qué tal si te ayudo a decidir. —Deja sentir su peso en mis piernas y una de sus manos se abre paso en busca del cierre que contiene mi cordura.

—Elisa —susurro, sin ser capaz de decir otra cosa. 

Es demasiado tarde, ella está comiendo a besos mi boca. Su sed de placer se siente bajo el calor de la falda tubo que cubre parte de sus piernas estilizadas, y es que me vuelve adicto su desinhibición de ser poseída sin medir que nos puedan descubrir.

La detengo.

La tomo por la cintura para levantarla y apartarla de mi lado, mientras con ligereza me levanto. Una vez más, frente a frente estamos. Su respiración agitada y la manera en que acomoda bruscamente su falda me dice que está ofendida por mi rechazo. Y es que el problema no es ella, porque si volviera a acorralarme me perdería entre sus besos salvajes.

El problema soy yo, porque no dejo de pensar que estando de vuelta en casa veré una vez más a la mujer que deseaba amar; darle mi vida. Ahora es tarde ya, pero dentro de mí deseo tener otra mujer en mi vida que sacuda mi mundo así. Lo necesito.

Respiro profundo y acomodo mi traje.

Elisa da media vuelta y, sin dirigirme palabra alguna a una eventual despedida, se marcha. Concilio esperar un par de minutos y terminar por salir. Dentro del aeropuerto y con maleta en mano me informan que efectivamente cancelan mi próximo vuelo. 

No regresaré a casa esta noche, no soy capaz de volver y sentirme un mal tercio. Termino por ir a un hotel, paso un buen rato en su bar y, entre una que otra copa, me dirijo a la habitación que solicito para descansar.

Mañana será otro día, Frank.

Tal vez, llegar por el día a nadie vas a molestar.




Frank - [Serie Apariencias] [Libro #4]Where stories live. Discover now