Capítulo único

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-¿Sabes que puedo quedarme aquí toda la noche, cierto?- preguntó el super héroe​ parisino yaciendo en la cama de Marinette, observando como esta ponía en orden algunos de sus materiales de costura.

-Sí, lo sé... por desgracia.- afirmó esta rodando sus ojos.

-Auch...- se quejó él entre risas.- Vamos, solo dilo y te dejaré en paz.

-Ambos sabemos que lo último que harás una vez que tengas lo que quieres será dejarme en paz.- refutó ella subiendo las escaleras hasta donde se encontraba él, seguida por su kwami.- Ahora necesito que te vayas. Tengo que dormir.

-Podemos dormir juntos...- aseguró Cat Noir guiñando su ojo mientras se levantaba un poco para tomar su mano. Ella tan solo suspiró.

-¿Realmente me harás traer el rociador?- preguntó algo cansada con una dulce sonrisa. No tuvo que repetirlo. El chico casi se lanzó de la comodidad de aquel lugar hacia la ventana.

-Lo dirás tarde o temprano. Y te aseguro que estaré ahí.- prometió con un guiño antes de dejar el lugar.

La chica se dejó caer con pesadez en el punto en el que momentos antes descansaba el chico, tomó una de las almohadas para ponerla frente a su cara y sin esperar un minutos más dejó salir un grito enmudecido.

-No se rinde, Tikki. Y eso solo... solo... ¡me lo hace más difícil!- chilló apenada.

-Pues él mismo lo ha dicho, Marinette. No se rendirá hasta escucharte decirlo. ¿Causaría tanto problema admitir que te gusta?

-Más que es eso, no lo creo. Pero es una cuestión de honor, Tikki. ¡Honor! Él ya sabe lo que siento por él. ¿Qué digo? ¡Todo el mundo sabe lo que siento por él! Tan solo quiere escucharme decirlo por mero orgullo.- lloriqueó antes de volver a dejase caer en su cama.

Oh, pero aquel chico sí que quería oírlo de sus labios. Y vaya que era persistente. Durante las horas de clases no perdía la oportunidad de voltear ligeramente y guiñarle un ojo o dedicarle una sonrisa coqueta que ponía las mejillas de la chica ardientes cual pastelitos recién horneados.

Y hablando de repostería, claro está que no podían faltar las visitas casuales al local de los padres de ella. O como a él le gustaba llamarlos, sus "suegros casi oficiales". Una galleta el lunes, un croissant el miércoles y el postre del día los viernes. Ese último era casi un punto obligatorio.

Sus ojos verdes brillaban con malicia al ver a la chica tras el mostrador. Le gustaba juguetear con su mano o preguntarle hasta el cansancio el precio de cada cosa en el local, cosa que ya conocía casi de memoria por la cantidad de veces que había llevado a cabo aquella rutina.

-¿Y las galletas de chocolate...?- preguntó por millonésima vez mientras trazaba círculos sobre la mano temblorosa de ella.

-E-Es la tercera vez que me preguntas por ellas hoy...- respondió ella con frustración, pero sin el suficiente valor como para poner su mano lejos de la suya.

-Oh, lo siento. Tengo tan mala memoria...- dramatizó.- Es más, esta mañana Chloe me mencionó algo sobre tí, pero... no logro recordar que era.- Marinette puso los ojos en blanco al escuchar aquel nombre. 

Su compañera menos favorita nunca perdía la oportunidad de buscarle el mal aún cuando ella no estaba al rededor, y uno de sus métodos favoritos parecía ser el humillarla, o al menos eso creía ella, revelándole a Adrien el hecho de que la joven de cabello oscuro estaba locamente enamorada de él.

-¿Y esperas que lo recuerde aún cuando no estaba allí?

-No, pero has estado otras veces que ella me ha dicho algo parecido. Esperaba que tuvieras mejor memoria que yo y pudieras recordármelo.

Sin palabrasWhere stories live. Discover now