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Yuu no se había comunicado desde un mes atrás. Un mes entero. Treinta días muy largos en los que cualquier minuto podía acabar con una vida.

Su último mensaje ponía la hora y el día en que el avión militar arribaría a la ciudad. Una promesa llena de esperanza antes de que les otorgaran una misión al escuadrón que pertenecía.

Michirou estaba emocionado. A sus cinco años sería la primera vez en la que sus dos padres estarían juntos, en la que por fin tendría a su familia unida para el día de su cumpleaños.
El pequeño pelinegro agarraba con fuerza la mano de Mikaela, esperando atento cualquier movimiento que se diera tras los enormes ventanales del aeropuerto.

Mikaela en cambio, tenía un sabor muy agrio en su boca, unos nervios que lo dejaban terriblemente sensible, un mal presentimiento, una terrible preocupación... como se venía repitiendo desde hace nueve años.

Nunca podría acostumbrarse a las despedidas y a los reencuentros con Yuichiro.

Cada día era un martirio, un conjunto de suspiros y de ansiedades.

Era doloroso pensar que en cualquier momento podría perderlo. Que tan sencillo como tocar una puerta, su mundo podría derrumbarse. Que el chico al que amaba podía desaparecer en algún otro lugar del mundo sin que él se diera cuenta. Que la sonrisa que tanto amaba podría apagarse.

¿Cuándo sería el día en que su reencuentro con Yuu fuera al verlo dentro de una caja de madera?
Vivía con el miedo diario, con la imposibilidad de acostumbrarse a ello pero al mismo tiempo, haciéndose fuerte por la misma razón.

―Yuumi quédate quieta, por favor. ― pidió el rubio y tomó el babero de la niña rubia para limpiar un poco de chocolatada que se corría por las comisuras de sus labios. La pequeña ojiverde con sus recientes dos años, brincaba con torpeza y sin ningún cuidado sobre el regazo de su padre, aplastando su pañal con cada brinco y aun así, manteniendo la botella de biberón contra sus labios.

―¿A qué hora llegan, papá? ¡Ya han tardado demasiado! ― Michirou soltó un dramático suspiro y se dejó caer sobre una de los sillones de espera del aeropuerto.

El lugar siempre estaba lleno; la gente salía y entraba, se iba y regresaba. Pero ante el aviso de los militares a sus familias en el lugar había más personas esperando que de costumbre. Muchos caminaban impacientes de lado a lado, rezaban entre suspiros por que llegaran con bien, se preguntaban y exclamaban lo mismo que Michirou decía.

Mikaela arregló el vestido rosado de su hija pues se levantaba con cada brinco que daba. Sus manos no dejaban de moverse, delatando el nerviosismo que sentía.

Miedo, angustia... ansiedad, deseo, anhelo, esperanza.

Se sentía como una adolescente enamorada en una película cliché de romance ante la promesa de ver a su pareja después de tanto tiempo. Un mes de vacaciones por cada once de trabajo, a eso debían acostumbrarse.

Su estómago revoloteaba, las palmas de sus manos comenzaban a transpirar. Se encontró pensando en si se veía presentable, si habría sido mejor poner más atención a su atuendo.

Sus obres azules se dirigieron a su hijo mayor. Michirou cumpliría cinco años en tan solo dos días. Ya era casi un adolescente le quedaba poco para ser un adulto y luego ¡bam! Se iría de la casa y haría su propia familia. Crecía demasiado rápido.

―Michi, ven un momento. ― lo llamó y estiró su brazo hacia el azabache.

El pequeño se tropezó al querer bajarse de su asiento rápidamente, al tener sus piernas debajo de su cuerpo se atascaron y por poco el ojiazul terminaba contra el suelo.

El cumpleaños de Michirou [One shot]Where stories live. Discover now