Capítulo VI

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Los rayos del sol chocaron contra mis párpados, produciendo que me despertase. Hoy había dormido realmente bien. No había hecho frío por la noche (cosa de la que realmente estoy muy agradecida) y tampoco había tenido pesadillas, por lo que descansé bien. Me desperecé relajadamente y miré al pueblo, que se extendía en el no muy lejano horizonte. Me peiné el pelo con las manos y miré la hora en mi reloj de pulsera: eran las diez y media de la mañana, y treinta y cuatro, exactamente. Me dirigí al pueblo con paso rápido, las tripas me rugían bastante, necesitaba algo que comer.

Cuando llegué a casa, llamé a la puerta y Adeline la abrió. Cuando me vio, vi en sus ojos preocupación. Como siempre, Adeline era demasiado sobreprotectora.

—Haley —comenzó a decir—, ¿dónde te habías metido? Me tenías preocupada, ¿estás bien?

Volteé los ojos y dije:

—Sí, sí, estoy bien —contesté entrando a casa—, solo he estado en el bosque. Necesitaba... descansar a solas.

Adeline asintió y cerró la puerta tras de sí. Después, preguntó:

—¿Necesitas algo? —dijo mientras continuaba haciendo sus labores. En ese momento, se encontraba recogiendo el salón.

—Comida —contesté, con una pequeña sonrisa—, pero ya me sirvo yo misma, no hace falta que te molestes.

Me dirigí a la cocina y abrí el frigorífico. Cogí un trozo de queso y cerré la nevera. Acto seguido, cogí un trozo de pan, lo abrí por la mitad con un pequeño cuchillo de sierra, y metí dentro el queso. Cuando lo hice, lo mordí. Mi estómago me lo agradeció bastante. Cuando lo terminé, volví a mirar la hora. Entre el paseo de vuelta y lo que había tardado en comerme el bocadillo (aunque esto último fue bastante rápido) habían pasado treinta minutos. Ya eran las once. Y solo quedaba una hora. Hoy a las doce del mediodía, todos los elegidos se irían por el portal que se abre cada año frente a la plaza hacia la Tierra. El portal solo se abre para ciertas personas, así que nadie ha conseguido pasar después del último elegido. Me fui a mi habitación un rato para leer un poco más del libro de Rolkhan.

Cogí el pesado libro que había dejado en la estantería y me senté en mi cama. Abrí el libro y busqué lo que quería leer hoy: los portales.

Pasé varias páginas hasta llegar hasta el título que me indicaba que había llegado esa parte. Me acomodé en mi cama y comencé a leer:

''Los portales, que gran invención. Estos fueron creados, al igual que Rolkhan, por Azrael, el primer ángel verdadero, aunque con ayuda de sus seguidores. Los portales fueron el único invento que les funcionó correctamente, después de dos intentos fallidos, como puertas que se desplazaban en el espacio o la simple magia de Azrael. Después de ello, una de los seguidores de Azrael, Helena, tuvo la idea de los portales, que fue la única que llegó a prosperar. El portal está básicamente hecho de magia, pero no solo de la magia de Azrael, no, sino también de la de todos los ángeles verdaderos. Gracias a ellos, todos los ángeles que de verdad merecen cumplir su venganza van a la Tierra, y también con su ayuda, la mayoría de ellos consigue su ansiado objetivo. Los portales tardaron poco tiempo en comenzar a funcionar debidamente. Estos son un viaje muy seguro, aunque en sus inicios no fue muy próspero. Los primeros ángeles que intentaron traspasarlos quedaron atrapados entre la Tierra y Rolkhan, en un paraje al que aún no hay forma de visitar. Ahora, los portales son seguros, ya que no hubo más problemas con ellos.''

Un grito que formulaba mi nombre me despistó de mi lectura. Me levanté dejando el libro en la mesa y abrí la puerta de la habitación. Allan estaba tras ella. Me sonrió y le devolví la sonrisa.

—¿Qué haces aquí? —pregunté cerrando la puerta de mi habitación.

—Anne tenía que irse a la plaza, con los elegidos —suspiró—. No quería quedarme solo en casa.

Ángeles CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora