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Levantose una mañana de diciembre que, ante sus cansados ojos, era normal como cualquier otra. Lo primero que decidió hacer fue ir al baño y quitarse esas lágrimas amarillas que tenía, llamadas legañas, las cuales le impedían observar bien su entorno, una vez realizado y limpio, comenzó a tirar agua a su cara con una brutalidad especial, impidiendo que se viera en el espejo, se secó y se fue.
Cuando miró por la ventana una pequeña sonrisa que, duró menos que un suspiro, salió de su boca, pero al instante olvidó lo pensado y se dispuso a preparar su baño.

Hace poco le habían regalado el libro de "La Niebla" de Stephen King y tal vez es por ello que se le escapó una leve sonrisa al verla, pero más allá de ahí no significaba nada para él... O eso cree... Por qué... ¿No significa nada o simplemente es que no quiere recordar el significado?

Salió de la ducha como si de Polifemo se tratase, golpeando todo para encontrar la toalla y dando pasos torpes y ciegos, en parte era cómico.
-Espero que nadie viera esto- se dijo en voz alta mientras se secaba.
-Tranquilo Cíclope, Nadie ya escapó rumbo a Ítaca.
Sus ojos se alzaron bruscamente buscando algo entre el vapor de agua... Recordaba esa voz, esa broma que se repetía cada vez que él mencionaba la palabra "nadie".

El desayuno era el mismo de siempre: café, galletas, alguna pieza de fruta... Prefería hacerlo desnudo para no manchar el traje, ya le había pasado alguna vez y, como ya no tiene quien le lave el traje deprisa y corriendo...

Dicen que uno no es persona hasta que no se toma su café mañanero, pues al menos nuestro protagonista no lo es, ya que, hasta que no dió un sorbo y sintió llamaradas que convertían su lengua en un infierno, no se dió cuenta de por qué miraba a la niebla como quien mira un Picasso: en parte extrañado por no entender nada de lo que ve y en parte maravillado por el mundo que ante él se abre.

Fue al cuarto a ponerse el traje mientras silbaba una canción del año '96, un poco fuera de contexto porque hablaba de septiembre pero, digamos que él no era de esos que al ver la Navidad pisando los talones se pongan a cantar villancicos.

Tras tener todo listo decidió que ya por fin podía salir al trabajo, pero, justo a la puerta de su casa, le vino el último de sus recuerdos.

Cayose de rodillas y, sin apartar vista del horizonte sacó el móvil:
-Buenos días, ¿me pone con el señor Méndez? Si, Hola, jefe ¿recuerda que... Oh vale... Comprendo, gracias... Mu-muchas ... Si, tranquilo, pondré unas en su nombre.

Fue corriendo de vuelta a casa para cojer dinero y un paquete de clinex y sin pensarlo dos veces fue corriendo al coche.

¿Recuerdas? Aquella tarde de Septiembre en la que nuestros corazones se juntaron ¿recuerdas nuestra boda? Todo el mundo tomaba fotos y reía... ¿Recuerdas aquellos días de felicidad? ... ¿Recuerdas aquel nueve de diciembre en el que la niebla hizo volcar nuestro coche?

Tal vez parezca que no lo recuerde, pero si coloco estás flores en tu tumba es porque, por mucho que trate de olvidar, para mí es imposible hacerlo.

El descender de las nubesWhere stories live. Discover now