Cuando pude mirarme al espejo, sabía que la persona frente a mí era yo, pero también vi a una joven extraña de rosadas mejillas y de rostro estilizado que no apartaba de mí su mirada color marrón y que me regalaba una dulce sonrisa que se dibujaba en sus labios que brillaban como si tuviesen un bálsamo humectante.

—Luce radiante señorita—aludió Melanie, quizás notando lo mismo que yo, había cambiado, solo que no lo habia notado hasta ver mi reflejo, pensé que tal vez ese vestido, así como el peinado solo realzaron ese cambio que yo ignoraba hasta ese día.

—Gracias—me ruborice.

Al dar las cuatro en punto, el reloj que estaba colocado justo frente a la entrada principal resonó y su eco se escuchó por doquier, me pareció que el sonido traspasaba los muros hasta llegar a mi habitación, solo para recordarme que ya era tiempo de partir.

Melanie me tomo de la mano al bajar por las escaleras en caso de que la crinolina de mi vestido me hiciera tropezar. Mi padre se encontraba en el vestíbulo aguardando a que bajáramos, lucía un traje negro de gala, alrededor de su cuello llevaba puesto un pañuelo de lino con un estampado exquisito, el cual terminaba en un nudo de cascada que se introducía en el interior de su chaleco y que gracias a su abrigo entre abierto era fácil distinguir.

Por como miraba el reloj de su bolsillo supe que debíamos llevar varios minutos de retraso, pero cuando alzo la mirada, y me vio, sonrió, su expresión reflejaba dicha y quizás hasta orgullo.

—Mi niña...—hizo una pausa para acercarse en mi dirección cuando termine de bajar, me miro de pies a cabeza y me tomo de las manos, era como si no pudiese creer lo que sus ojos divisaban—luces preciosa.

—Gracias, papá— expresé avergonzada, recibir un halago de su parte, tan sorpresivamente, solo confirmaba esa extraña sospecha de que algo en mi era diferente.

—Al verte como luces hoy, solo pienso en los jóvenes que posarán sus ojos en ti y en lo desafortunados que serán si se atreven a cortejarte en mi presencia—aludió con cierto tono de sarcasmo en su voz, aunque probablemente no estaba bromeando.

Sabes muy bien que no disfruto de este tipo de eventos y mucho menos de la atención de algún muchacho, son muy aburridos—respondí avergonzada de sus palabras, no era común ser observada por un chico, sobre todo teniendo una hermana tan bella que siempre acaparaba la atención de todo el mundo.

Justo al terminar de pronunciar su nombre, ella y mi madre bajaban por las escaleras. Jane se veía como un ángel, uno muy dulce y puro, el brillo de su mirada revelaba toda la dicha que había en su corazón y su sonrisa era la prueba más clara que necesitaba para dejar de preocuparme, ella sabía lo que hacía y a qué mundo estaba por enfrentarse, ya era tiempo de presentarse ante el rey.

—No sé qué hare esta noche—expreso mi padre orgulloso— mis dos hijas lucen radiantes, temo que este baile pueda ser el inicio de la separación de nuestra familia.

—Tarde o temprano tendrán que irse de nuestro Adolf, ambas ya no son unas niñas y que mejor que encuentren esposos esta noche ¿No crees?

Sospeche que tal vez mi padre no tenía idea a que se refería mi madre, él la miro confundido, pero no se atrevió a preguntarle algo para responder sus dudas.

El carruaje aguardaba por nosotros para llevarnos a Sacris la ciudad real, donde se celebraría el baile y donde finalmente se definiría la situación política del reino, así como la estabilidad emocional de mi madre y de mi hermana.

El transcurso del viaje, me pareció eterno y es que debíamos permanecer sentados al menos unas cuatro horas antes de llegar a la capital, vivíamos en una provincia no muy lejana, pero debido al mal clima el avance de los caballos debía ser meticuloso o estaba el riesgo de que las ruedas del carruaje quedaran atascadas sobre el fango. Todos estábamos tranquilos, todos, excepto mi madre, a quien no le parecía adecuado ir a la velocidad de un caracol, se quejaba en cada ocasión en que el cochero debía detenerse para revisar la estabilidad del camino, pero en un lugar tan inhóspito como lo era la región de Risus debíamos ser precavidos, ya que por lo general la zona siempre estaba cubierta de neblina por la humedad de la región, era casi un milagro disfrutar de un día despejado.

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