Capitulo 8

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''Si o Si''
17 años~

El sol invernal me molestaba, habían corrido las cortinas de mi habitación y eso logró despertarme. Estaba tan frío que ni la luz me convenció para salir de mi cama, estaba cómoda entre las tibias sábanas y la esponjosa almohada que mamá me había comprado la semana pasada. 
Era una paz, una tranquilidad amortiguadora.
Hasta que Zoe entró corriendo y se puso a saltar sobre mi cama.
—¡Es el día, es el día! —gritaba. Se tiró encima de mí y me destapó. Busqué las mantas con mi mano, pero las había apartado hasta dejarlas al borde de la cama. Genial, ahora debía levantarme.
—¿De qué estás hablando, enana? —le pregunté irritada. Los ojos verdes de Zoe brillaban de excitación, algo la tenía muy emocionada. Algo que yo no podía recordar.
—¡Es el día! —repitió. Le tiré el cabello y la boté al suelo. Se quejó un buen rato hasta que al fin se quedó callada.
—Ahora que estás calmada y no estás aplastándome, me dirás de qué bendito día estás hablando.
—¡Es el cumpleaños de Rubén! —exclamó.
Claro, era el cumpleaños de pelos locos. Lo había olvidado por completo. O al menos eso intenté.
—¿Y por eso me despiertas? —le gruñí. Zoe ya tenía catorce años y aún seguía siendo bastante infantil. Diana cuidaba de ella como si fuera su hija, como Maria se había marchado hace ya algunos años a Londres para estudiar, consolaba su tristeza en velar por la felicidad de Zoe. De cierta manera eso me gustaba, ni Diana ni Zoe sufrían, se tenían la una a la otra cuando más se necesitaban.
—Sí, es que ya es un adulto. ¡Ahora es un hombre! —gritó otra vez. Iba a dejarme sorda antes de que yo cumpliera los 18.
—¿Y qué se supone que era antes? —ambas miramos hacia la puerta, donde Rubén se apoyaba en el umbral con los brazos cruzados sobre su pecho. Iba en pijama al igual que Zoe, tenía el cabello despeinado, como siempre lo tiene y se notaba de lejos que recién había despertado.
—Eras un hada —le dediqué una sonrisa burlona y él me devolvió una mirada asesina. Tuve una larga discusión con él después de que me regalara a Nana, le expliqué que todos esos años creía que el hada de las galletas me las dejaba frente a mi puerta cada vez que me sentía mal. Le dije que era un acto muy dulce de su parte, pero que no lo hiciera más hasta que se me pasara el enojo por lo de Sparks, que si quería mi perdón unas simples galletas no bastarían. No rechistó y me hizo caso, como todas las cosas que le pedí después de ese día.
—Lo importante es que ahora soy un hombre…
—Y mi chofer —agregué rápidamente. Zoe estalló en carcajadas.
Cuando Rubén fue a dar su examen para conducir, se puso tan nervioso que terminó por atropellar a las ancianas de maniquí que colocaban en la pista, pinchó un neumático y vivió su primer choque en el que destrozó toda la parte delantera del auto. Seguía siendo el mismo desastre como conductor que a los quince años. 
El auto que papá le regaló para sus 16 seguiría estacionado en el porche una temporada más.
—Al menos tengo auto —me dijo. Entró a mi habitación y se sentó sobre la cama—. Y un pijama decente.
Observé mi pijama, un pantalón y una camiseta con dibujos de vacas. Por las noches hacía frío y en las tiendas no vendían nada más normal que esto. Era mejor que el pijama de Barbie.
—Pero yo tengo licencia —duro golpe para Doblas. Pude ver como se le distorsionaba la sonrisa socarrona que se había formado en su rostro—. Ahora, Zoe largo de mi cuarto…tú, pelos locos, quédate.
Zoe se quejó mientras salía, todos los años le hacía lo mismo: ella me despertaba para el cumpleaños de Rubén, él llegaba y yo la echaba.
—¿Cuál es mi regalo este año? —me preguntó. Era la misma rutina año tras año, pero como a Rubén no parecía molestarle ni aburrirle, yo continuaba haciéndolo.
—Como ahora eres un “hombre” —puse énfasis en la última palabra para que notara el sarcasmo—, mi regalo será algo que te dará más responsabilidades.
—Y el hecho de que trabaje en una pastelería todas las tardes, que esté por graduarme y por conseguir una beca en una de las mejores universidades de Canterbury no tiene nada de importante —me replicó. Lo hice callar con un golpe en la cabeza, odiaba cuando se ponía así. Sólo tenía que recibir el regalo y ya.
—Si no quieres mi regalo, está bien. Se lo puedo dar a Zoe.
—Es broma, quiero ver que me darás —me dijo con tono de disculpa. Me había tomado de la mano, acariciando mis dedos. Era una manía que tenía, cada vez que se sentía culpable o me hacía enojar, me agarraba la mano y me provocaba cosquillas con su suave roce. A veces fingía que era molesto que lo hiciera, pero la mayoría de éstas lo dejaba, era agradable.
—Si me sueltas podré entregártelo —le dije. Él apartó su mano y me dejó ir hasta mi armario.
Era cruel haberlo escondido allí, pero si lo sacaba, Rubén lo hubiera encontrado. 
Saqué una caja roja con puntos verdes y con enorme lazo dorado en la tapa. A los lados tenía algunos agujeros para que no se muriera asfixiado el regalo.
—¡Tarán! —exclamé, entregándole la caja.
Rubén sonrió y la abrió. Su rostro se iluminó como las luces de navidad.
—Es hermoso…—susurró. Lo sacó de la caja y lo sostuvo con una mano, era tan pequeño y adorable que nadie se resistía a su encanto—. ¿Cómo se llama?
—Es tu gato, tú decides —Rubén miró al pequeño gato y le acarició con el pulgar la cabeza. Era diminuto e indefenso, de un gris peculiar con líneas atigradas. 
—Podría llamarlo “_______”…
—Pelusa —casi grité. Rubén me miró divertido y acarició detrás de las orejas del gato.
—Gracias, es hermoso —me dijo. Me besó la mejilla y me pasó el brazo libre sobre los hombros. 
—Bueno, aprovecha que hoy es tregua porque ya verás mañana si te pones así de sentimental conmigo —él rio más fuerte y asustó un poco al gatito.
Era una tradición entre los dos que cada año, en nuestros cumpleaños, habría una tregua. No podríamos discutir, ni pelearnos, ni siquiera insultarnos. Si estaba permitido bromear, pero no enojarnos.
Rubén aprovechaba esta oportunidad al máximo, se ponía muy cariñoso y empalagoso. Casi romántico. No era que estuviera mal lo que hacía, pero prefería que los demás no lo viesen cuando se ponía en ese plan.
Rubén se acostó en mi cama y comenzó a jugar con Pelusa, a penas se movía el gato, pero a Rubén no le importaba. Lo trataba como a un bebé.
Busqué algo de ropa para cambiarme este horrible pijama. Rubén me siguió con la mirada hasta que me encerré en el baño para darme una ducha y vestirme.
Desde la borrachera que tuvimos en la escuela de verano, Rubén empezó a tomarse algunas confianzas. Fue de a poco, sin darme cuenta hasta que terminé por acostumbrarme. Como por ejemplo, el hecho de que entrase a mi habitación como si fuera la suya y se quedara todo el tiempo que quisiera haciendo cualquier cosa. Al principio me pareció impertinente, inaceptable. Después me chantajeó con que podía ayudarme con las tareas atrasadas y así mi cuarto se convirtió en su cuarto.
Salí de la tina con el cabello estilando, me puse la bata y abrí un poco la puerta para ver si Rubén seguía allí.
—Psst, pone la calefacción, se me congela el trasero acá adentro —le dije.
—No tenías que ser tan explicita.
—Menos bla bla y más acción, muévete —dejó al gato recostado sobre mi almohada y fue hasta el pasillo donde estaba el control de la calefacción. Se activaba a las ocho de la mañana, pero desde hace una semana que se había averiado y había que encenderlo manualmente. 
A los cinco segundos sentí como la temperatura del ambiente cambiaba a una más cálida, me relajé y cerré la puerta para poder vestirme.
Este año no harían nada espectacular para el cumpleaños de Rubén, una pequeña cena y listo. Por lo tanto, me vestí con la misma ropa de todos los días: unos jeans, botas para la nieve, chalecos y un abrigo. Lo importante era no conseguir un resfriado.
—Al fin sales, Asesino se estaba aburriendo —me dijo Rubén cuando salí del baño.
—¿Asesino? —inquirí.
—Sí, creí que Asesino era más apropiado que Pelusa —le lancé la bata mojada sobre la cabeza y me tiré arriba de él con un salto.
—Será mejor que lo cambies o sufrirás las consecuencias —le amenacé.
—¡TREGUA! —gritó y me calmé. Odiaba que sacara la tregua entre medio.
Me senté a su lado y jugamos toda la mañana con Pelusa hasta que nos llamaron para desayunar. 
Rubén no se había vestido, así que cuando bajó en pijama y se encontró con que su clase estaba allí, casi se desmayó. 
Tenían globos y serpentinas en la entrada del comedor, con una torre de regalos en un rincón.
Atrás de los amigos de Rubén, vi a Fati, Sol y Abi junto a Willy . Corrí a abrazarlos antes de que Rubén se llevara su atención.
—Esto de que el cumpleaños de Rubén haya caído día sábado resultó divertido —me dijo Fati. Su cabello ondulado le caía por la espalda y con cada movimiento que hacía éstos se desplegaban como los rayos del sol.
—No está mal, al menos no tengo que cargar con los regalos que le dan las chicas en la escuela —le dije.
El año pasado, un total de 47 chicas le regalaron algo a Rubén. Eran de distintas edades, desde niñas de diez años hasta chicas de dieciocho, y la pobre persona que tuvo que cargar con la mitad de esos regalos fui yo. Algunos eran ridículos, como un peine para rizos, otros más prácticos, calcetines, camisas, etc. Pero otros eran simplemente encantadores, como un retrato de Rubén hecho con lapicera negra o una colección de pulseras. Sin embargo, hubo uno que a pesar de negarme, Rubén me lo dio. Le dije que estaba mal regalar algo que otra persona te daba, pero dijo que nadie lo sabría. Eran dos libros viejos, desgastados pero aun así perfectos. Uno era Alicia en el País de las maravillas y el otro Peter Pan. Salté, grité y lo abracé de la emoción cuando me lo dio, después de que mis padres botaran a la basura todas mis cosas, no me había comprado nada más con respecto a Peter Pan por el miedo a que sucediera de nuevo.
—¿Qué le regalaste? Tal vez un beso… —y ahí estaba Willy con sus insinuaciones. Fati y Sol al menos ya sabían que entre Rubén y yo no pasaría nada –nada más de lo que ya haya pasado-, y comprendieron que no era divertido molestarme cuando comencé a emparejarlas con Alex y Mangel una vez que me vinieron a visitar. Quedaron enganchadas con ellos, los miraban y conversaban sin acordarse de mí. A Rubén no le agradó mucho esa visita, aún se sentía amenazado por Mangel y Alex no dejaba de tratarlo como si fuera su novio.
—¡Los regalos! —exclamó alguien.
Nos volteamos a mirar a los demás, quienes le entregaban cajas de todos los colores a Rubén. 
Entre la multitud pude ver a Sandy Dale, la muy víbora convenció a Rubén y se hicieron amigos. No dije nada al respecto, si él quería tener esa clase de amistades yo no era quien para detenerlo. Aunque seguía sin gustarme la idea de que esa tonta pisara el suelo de mi casa. Mientras antes se fuera, mejor.
—¡Es un…gorro! —gritaron a coro cuando Rubén rasgó una envoltura. Se lo colocó en seguida y continuó abriendo regalos.
—¡Ahora el mío! —dijo Sandy de repente. Me molestaba tan sólo escucharla, incluso el saber que teníamos casi casi casi el mismo color de cabello. Me lo teñiría si era necesario para que así tal vez me agradase un poco más.
Sandy le entregó una pequeña caja plateada, Rubén la destapó y como si nada los colores comenzaron a concentrarse en sus mejillas. De pronto, toda su cara estaba roja, incluso su cuello.
—Gra…gracias, Sandy —le dijo con dificultad. 
A todos no entró la curiosidad. Nos acercamos hasta rodearlos, impacientes por saber que le habían dado.
—¿Qué es, Rubén? —preguntó Franco, no me había dado cuenta de que estaba aquí. Aunque era obvio que vendría al cumpleaños de su mejor amigo.
—Algo, pero no puedo mostrárselos —nos dijo, aún con las cara encendida.
—No seas así, pelos locos —le dije, y haciendo uso de nuestra confianza y de la tregua le quité de las manos la caja y vi lo que había dentro.
Hubiese preferido no hacerlo, pero ya era demasiado tarde cuando me arrepentí.
—¿Cómo se te ocurre, Sandy? —le grité cuando salí de la impresión.
Ella rio y se encogió de hombros, no le importaba la vergüenza que sentía Rubén en esos momentos. 
—Ya está grande, ¿no? En algún momento tendrá que ocurrir, si es que ya no sucedió. Y estar seguros nunca está de más —dijo con un deje divertido en la voz.
Eran condones, una caja llena de condones.
Esa chica estaba loca.
Me adelanté un paso para golpearla, pero Franco me sujetó del brazo y me detuvo.
—No vale la pena, ______ —me susurró al oído. Me tranquilicé mientras abrían el resto de los regalos, sin quitarle la vista de encima a Sandy.
Cuando al fin se marcharon, mis amigos me prometieron volver mañana para ir al parque de diversiones, llegarían Alex y Mangel para celebrar el cumpleaños de Rubén y así tendríamos un día de diversión.
—Si yo fuera tú, no hablaría nunca más en mi vida con Sandy —regañé a Rubén mientras nos sentábamos en el comedor. La mesa ya estaba servida, había café, chocolate caliente, galletas, pasteles y tostadas.
Comimos en silencio hasta que Rubén habló.
—En realidad, yo le pedí eso… —escupí todo el chocolate que estaba bebiendo sobre la mesa.
¿Que él había hecho qué?
—¿ah? 
—Bueno, los necesitaré ¿no? —me dijo como si nada. Yo estaba ahogándome con el propio aire que respiraba.
—Así que el pequeño Rubiuh es un pervertido —le dije más como un reproche que como una broma. 
Me acarició otra vez la mano, pero la aparté antes de que surgiera su efecto. Me miró sorprendido, estaba quebrando la tregua y no me importaba, no podía hablar de esas cosas como si fuera lo más normal del mundo –en realidad, lo era, pero tampoco quería darle la razón-.
—No sé por qué te pones así, sólo son condones, nada del otro mundo —me respondió. Controlé las ganas que tenía de zarandearlo, no me incomodaba que me hablara de esas cosas, ya estábamos grandes. Lo que en realidad me enojaba era el hecho de que se los había pedido a Sandy.
—De todas formas, no has estado con una chica desde los quince, y eso que fue tu primera novia, ¿para qué los necesitas ahora, pequeño pervertido?
—Los guardo para una chica especial, pronto estaremos juntos y quiero estar preparado —y ahí fue cuando los celos aparecieron.
Odiaba admitir que aún sentía cosas por Rubén. Era estúpido porque el único trato que teníamos era el de hermanos, eso parecíamos. Sin embargo, esa oleada de rabia que se acumulaba en mi pecho no era casualidad, el sólo imaginar que Rubén pensaba en acostarse con otra persona me revolvía el estómago y me quitaba el apetito.
—Eres repugnante —le bramé y me levanté furiosa. Dejé la comida a medio comer, pero no me importaba, Rubén había hecho que todo me supiera asqueroso.
—¿Qué dije ahora —escuché que decía.
Me encerré en mi cuarto y no salí de allí hasta que Diana tocó mi puerta para decirme que la abuela había llegado. Demoré en bajar porque cepillé mi cabello, la abuela siempre me decía que parecía un nido de pájaros.
Abajo todos conversaban alrededor de la chimenea, habíamos dejado las luces de navidad puestas e iluminaban la estancia de modo que se viera mágica. Ignoré olímpicamente a Rubén y me senté al lado de la abuela. Le di un abrazo enorme y me comí las galletas que me trajo.
A la hora de almuerzo llegó Maria, venía con una maleta ya que se quedaría todo el fin de semana, Diana no paraba de sonreír y de abrazarla. 
El día transcurrió tranquilo desde que los compañeros de Rubén se marcharon. Por la tarde aparecieron los abuelos de Rubén y con eso las visitas estaban completas, sólo faltaba la cena que tenían preparada para la noche y al fin acabaría la tregua. Las ganas que tenía de gritarle a Rubén eran incontrolables.
Fui lo más educada posible con todos, evitando dirigirle la palabra a Rubén. La abuela se dio cuenta y me preguntó el por qué estaba así.
—Porque es un idiota —le contesté.
—No deberían estar enojados, en especial hoy —quise decirle el verdadero motivo de mi enojo a la abuela, pero si se lo revelaba seguro le daba un infarto—. Él se disculpara, tenlo por hecho. No resiste más de dos horas sin escuchar tu voz.
Quise saber que tan cursi sonaba eso, pero era verdad. Rubén siempre se disculpaba antes de que yo lo hiciera.
—Está bien, ahí veré si lo perdono —sin embargo, no lo hizo.
Nos llamaron para cenar y pelos locos no me había hablado, ni siquiera me miró o se acercó. Como cuando éramos niños y nos ignorábamos el uno al otro. Pero si él creía que caería en su trampa, estaba equivocado. Conocía su plan, hacerme sentir tan culpable que yo correría hasta sus brazos para pedirle perdón, lo que él no sabía era que yo no me humillaría. 
Mamá nos había comprado unos vestidos para la cena, considerando que hacía un frío de los mil demonios, no me pareció apropiado. Mas tuve que usarlo o de lo contrario me dejarían sin cenar.
Era un vestido violeta, con un tul gigante y esponjoso y un leve escote en la espalda. Era la replica exacta del vestido que usé la primera vez que vi a Rubén, nada raro si me pongo a pensar que mamá quiere tanto o incluso más a Rubén que a mí. Lo más probable es que quiera recordar esa noche en que llegaron a nuestras vidas.
La mesa del comedor estaba esplendida, un pastel de chocolate con crema de tres pisos decoraba el centro de ésta, había platos con pollo asado, papas doradas, langosta hervida, pato a la naranja y caldo de crema de verduras.
Cuando entré al comedor mis sospechas se hicieron ciertas, Lily y Zoe estaban vestidas igual que yo, aunque sus vestidos eran menos llamativos que el mío.
—______-, cariño, te ves preciosa —exclamó la abuela cuando me vio. Los abuelos de Rubén me dijeron algo similar, no hice ningún comentario al respecto, odiaba este vestido tanto como la conversación que tuvimos Rubén  y yo en el desayuno.
Cuando estábamos por sentarnos, Rubén bajó.
Quedé sin aliento al verlo, vestía un traje negro y un gracioso corbatín en el cuello de la camisa. Parecía tonta mirándolo.
—Parece que el traje te quedó bien, Rubén. ________ no deja de mirarte —dijo mi madre. Reaccioné de inmediato y aparté la vista. Podía sentir la intensa mirada de Rubén sobre mí, el vestido hacía su parte también con lo horroroso que debía parecer.
—Ahora que Rubén es un hombre, al fin nos dirá que va a estudiar. Sabemos que postuló para la universidad, pero no nos ha dado otra pista —dijo mi padre mientras bebía de su vino. Ya habíamos terminado el platillo principal e íbamos por el postre.
—Es una sorpresa —comentó él. También bebía vino y los efectos parecían pronto a hacerse notar. Rubén ebrio era un peligro para la raza humana.
—Bueno, mientras no desperdicies esa cabeza, te apoyaremos en todas las decisiones que tomes —dijo el abuelo de Rubén.
Cantamos el cumpleaños feliz y servimos el pastel que estaba delicioso. Cuando acabamos de comer, mi padre se puso de pie con una copa en la mano para hacer un brindis.
—Rubén, eres el único hombre de esta casa, después de mí. Es un orgullo haberte visto crecer y que estés por cumplir todos tus objetivos. Eres como el hijo que nunca tuvimos, nosotros —dijo, dándole la mano a mi madre—, amamos a nuestras hijas, pero tú ya tienes un lugar especial en nuestros corazones. Es un honor verte ahora y saber que serás un hombre de bien…
De repente, la abuela comenzó a soltar unas lágrimas rebeldes que ella se empeñó en secar con una servilleta, mamá y Lily sonríeron como nunca y Diana estaba a punto de echarse a llorar.
—… Y por todo el cariño que te tenemos, Rubén—continuó mi padre, radiante en su traje negro que fue especialmente hecho para la ocasión—, queremos que formes oficialmente parte de esta familia. Así que este es nuestro regalo de cumpleaños, la mano de nuestra querida hija _______.
Diana no se resistió y dejó escapar las lágrimas, mamá dio un grito de alegría de tal magnitud que dejó sordo al grito de sorpresa que di yo.
¿Yo qué? ¿Comprometida? ¿Con Rubén? ¿Con pelos locos, con Rubiuh? ¿Con el chico que me crié, que crecí y que odio?
Tenían que estar bromeando, ¡Esto tenía que ser una maldita broma!
Yo no me podía casar, aún no cumplía la mayoría de edad. Además, me quedaba un año de escuela todavía –debido a que repetí un año-, no iría a clases con un anillo de casada a clases. Ni siquiera sabía si eso era legal.
—¿Están locos o qué? —le grité cuando dejaron de celebrar. Todos se voltearon a mirarme, debía tener la cara deformada por la ira y la sorpresa—. Ustedes no pueden regalarme como si fuera un objeto, soy una persona, un ser humano, no un estúpido ganado que se puede dar al mejor pastor.
Descargué toda mi rabia en cada palabra, como si fuera veneno. La fiesta había terminado, esto teníamos que discutirlo ahora mismo.
—¡_______, no tienes ningún derecho de hablarnos así! —mamá también estaba enojada, la única vez que me había peleado con ellos fue cuando Rubén atropelló a Sparks.
—¡Claro que lo tengo, o acaso se olvidan que yo también pienso! ¡No soy una estúpida como todos creen! —le grité de vuelta.
—¡Basta, yo hablaré con ______! —todos miramos a Rubén, que se había levantado y se acercaba a mí. Me agarró con fuerza de un brazo y me arrastró hasta otra habitación. Ni siquiera me había dado que nos digiramos a la cocina.
Rubén echó a todos los cocineros y nos dejaron solos. No podía mirarlo, si lo hacía lo golpearía.
—_____, mírame a los ojos, necesito que lo hagas para que escuches lo que tengo que decirte —me afirmó de los hombros, de modo que no pudiera escapar. Levanté con lentitud mi cabeza, controlándome para no matarlo.
—Dilo rápido antes de que te asesine.
Respiró hondo y antes de abrir la boca para decir algo, me besó.
Me pilló desprevenida, no pude hacer nada para negarme, ya que aún me tenía sujeta de los hombros.
Cuando se separó, no podía parpadear ni cerrar los ojos. Rubén se relamió los labios y volvió a hablar.
—______-, esto es importante y necesito que pongas mucha atención: Yo te amo, siempre lo he hecho, desde el primer día en que te vi cuando tenía ocho años. ¿Sabes lo doloroso que fue verte y tenerte cerca todos estos años sin poder decírtelo? Sabía que tú me odiabas, me lo dejabas claro todos los días. Intenté ser distante, olvidarte, pero no pude. Te amo demasiado como para sacarte de mi mente con tanta facilidad.
Las palabras de Rubén entraban y salían por mis oídos, sólo algunas frases vagas se quedaban en mi cabeza, resonando y creciendo hasta confundirme.
Rubén me amaba.
De pronto, su tacto comenzó a quemarme. No podía seguir estando a su lado, no podía pensar con claridad en todas las cosas, los recuerdos, las risas y los enojos que vivimos juntos en esta misma casa, se revolvían frente a mis ojos. Podía ver a un pequeño Rubén de ocho años con los ojos llorosos, a un Rubén disfrazado de Romeo, a otro ebrio en medio del bosque. Él siempre estuvo ahí, cuidándome y dispuesto a hacer todo lo que yo le pidiera y sólo por el simple hecho de que me amaba.
Ni cuenta me había dado.
El juego de los celos con Willy ahora me parecía una tortura, cuánto habrá sufrido cuando se lo dijimos. Y cuando nos besamos en la audición, tal vez al principio fue falso, pero después lo sentimos y nos gustó.
—Rubén, suéltame —le dije en un intento por controlar mi voz. Casi no salió, fue como un susurro.
—¡No, aún no termino! —me gritó. Me obligó a observarlo de nuevo, a no apartar la mirada de sus ojos cristalinos.
—Rubén, por favor…
—¡Escúchame! Si quieres puedes golpearme, puedes gritarme o amenazarme de muerte, pero primero tienes que escuchar todo lo que tengo que decirte —asentí con la cabeza, segura de que si volvía a sacar la voz, rompería a llorar—. Cuando cumplí 16, tu padre me regaló ese auto. Le dije que no lo quería, que lo que de verdad deseaba estaba fuera de mi alcance, entonces… le dije que te amaba más que a mi propia mi vida —dejó libre a mis hombros, pero afirmó mi rostro y lo acercó al suyo, casi rozando nuestros labios—. Le pedí tu mano cuando tenía 16, ¿puedes creer eso? Tan joven y ya saber con quien quería pasar el resto de mi vida —me volvió a besar mientras reunía el valor para seguir hablando, yo no hice nada salvo aceptar el beso. De todas formas estaba demasiado conmocionada como para reaccionar de otra manera—. Odio hacer esto, pero tú serás mi esposa quieras o no quieras, al final te enamoraré, quiero que me ames de la misma forma en que yo a ti. Quiero tener hijos contigo, quiero besarte por el resto de mi vida, poder mirarte cada mañana cuando despiertes. Tal vez en este preciso momento sólo pienses en todas las formas existentes de asesinar a una persona, pero quiero que imagines una vida juntos.
Cerré los ojos, pero no imaginé lo que él me pidió. No podía, las cosas estaban sucediendo demasiado rápido como para pensar.
—¿Ya acabaste? —le pregunté con frialdad. Puede que el me amara, pero esa no era una razón justificada para casarme con él. Iba a obligarme, eso no era amor.
—Casi…
—Que pena, porque yo sí —con todas mis fuerzas me solté de su agarre, le di la espalda y salí corriendo a mi habitación. 
Fuera de la cocina, todos estaban reunidos con la preocupación en el rostro. Cuando me vieron salir, escuché alguna de sus exclamaciones.
—¡_______, ven aquí, tenemos que hablar! —me gritó mi madre.
—¡Por favor, _______! —dijo mi padre. Pero no les hice caso.
Corrí hasta encerrarme y dejar a todo el mundo fuera de mi vida. No quería oír más, la voz de Rubén retumbaba en mis oídos.
“Yo te amo”
¿Por qué no podía dejar de pensar en eso? 
Todos los sentimientos reprimidos amenazaban con salir. Sí, era verdad, me gustaba Rubén, pero no como para casarme con él. ¿Qué tenía en la cabeza?
Entonces recordé nuestra boda de mentiras que tuvimos en el bosque, dicen por ahí que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad.
¿Qué se supone que tenía que hacer ahora? Rubén estaba dispuesto a hacer hasta lo imposible por convertirme en su esposa y el que yo no quisiera no era un obstáculo para él. Porque al final él siempre conseguía todo lo que se planteaba.
Escuché que alguien tocaba la puerta, pero no la abrí. Me tapé entera con la manta de mi cama y me oculté debajo de ésta.
—______, ¿quieres hablar? —era Zoe. Se sentó al mi lado y descubrió mi cabeza—. ¿Necesitas un abrazo? 
Asentí y se coló dentro de la cama. Acarició mi cabello hasta que me quedé dormida, era increíble que una niña cuatro años menor me consolara.
Cuando desperté, las cortinas estaban cerradas y seguía siendo de noche. Zoe dormía a mi lado como una princesa, no quise molestarla así que me levanté lo más precavida posible.
No había llorado, era un verdadero logro para mí. 
Me quité el vestido y me puse mi pijama de vaquitas para volver a acostarme. Entonces, me di cuenta de que estaba helado, la calefacción se había apagado otra vez.
No tenía intención de salir, podía dormir así, pero Zoe no o se enfermaría. Abrí la puerta para encender el sistema, cuando vi una canasta llena de galletas frente a la ésta. No resultaría esta vez, era peor que cuando murió Sparks.
La pateé estrellándola contra la pared de al frente, las galletas se desparramaron por el suelo dejando todo sucio.
Pero entre medio de ellas, una cajita de terciopelo azul salió volando. Venía con una nota, así que la recogí y la leí:
“¿Te quieres casar conmigo?
Sí o Sí”
Abrí la cajita y adentro descansaba un anillo de compromiso.
Luché contra las lágrimas… Sí o Sí.
Rubén salió de su escondite, el mismo florero de todos estos años. Aún vestía el traje, aunque ahora no se veía tan radiante como en la cena.
—¿Qué dices? —me preguntó con la voz ronca, con miedo de mi respuesta.
No tenía otra opción, él me dijo que haría todo lo necesario para que fuera su esposa así que no habían muchas alternativas.
—Sí… —le dije—. Ahora, enciende la calefacción o Zoe morirá congelada.
Él asintió y fue hasta el comando del sistema, la activó y en seguida el calor volvió al lugar.
—Listo, ¿alguna otra cosa? —inquirió cuando regresó a mi lado.
—No —le respondí cortante—. Buenas noches.
Y antes de que me dijera otra cosa, cerré la puerta tras mi espalda y me puse a llorar.
Ahora estaba comprometida y la idea no era muy satisfactoria.

"Cásate Conmigo" [Adaptada] Rubén y tu.Where stories live. Discover now