Capítulo 3

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¡Qué bien se está aquí! Estoy degustando una piña colada que me ha traído el guapo camarero que se encarga de la zona de la playa. Esto también está incluido. ¿No debería de llevar una pulserita para eso? Seguramente, al ser de lujo, no hará falta… ¡Qué cateta soy!

Disfruto del sol un poco más pero me remuevo en la tumbona, estoy empezando a tener un poco de calor así que me levanto y voy derechita al agua. Por el camino, me fijo en que algunos chicos me miran. Los cinco kilos que he perdido estos meses se notan y, a pesar de tener una talla 44, creo que estoy muy bien. Además, voy estrenando un bonito biquini de color azulón que se adapta totalmente a mi cuerpo. Sonrío para mí. Me adentro en la playa y suspiro de placer. Qué bien me sienta el baño. Nado un poco pero no demasiado, no me gusta adentrarme demasiado en el mar. Me fijo en el agua color turquesa y en mis pies. Se ve todo cristalino. Me quedo quieta para admirar un banco de peces de colores que acaba de pasar por mi lado. Es maravilloso.

Mientras me relajo en el agua, miro hacia la orilla, la playa está llena de los huéspedes del hotel, solteros, parejas y matrimonios con niños. Me fijo en unos niños que están jugando a tirarse arena divertidos cuando, uno de los pequeños falla la puntería y le da sin querer a una chica que está pasando junto a ellos cuando sale del agua. Tiene que ser una remilgada de cuidado porque ha puesto cara de asco, se examina la cabeza y se pone histérica al comprobar que le ha caído arena mojada en su pelo, teñido de rubio, totalmente seco y perfectamente peinado de peluquería. Suelto una carcajada sin querer.

—¿Te gusta reírte del mal ajeno? —me susurra un hombre al oído. Me sobresalto, no me había dado cuenta de su presencia. Giro la cabeza con una sonrisa nerviosa que se me borra de la cara cuando veo quién es el dueño de esa voz—, no te asustes, no muerdo, bueno… a veces, sí —dice con una mirada pícara.

—Y usted parece que no tiene ni pizca de educación —vuelvo la cara y me alejo dispuesta a salir del agua cuando siento que me agarra del brazo y me acerca a él.

—Te pongo nerviosa —afirma susurrándome en el oído—, lo noté desde la primera vez que te vi.

No voy a contestarle, lo miro con los ojos entrecerrados y le vuelvo la cara. Quiero salir de ahí ya pero el guiri no me suelta así que, sin pensar, levanto la pierna hacia atrás y le doy un golpe en sus partes. Él se dobla por la cintura y gime de dolor, en ese momento me libera el brazo y yo aprovecho para escabullirme.

—Creído —digo antes de salir rápidamente del agua y volver con paso ligero a mi tumbona.

Cuando llego, miro en su dirección y veo que el inglés sale del agua y se dirige hacia mí con cara de pocos amigos. Creo que está muy enfadado y eso hace que esté más sexy aún. Me bebo el resto de mi piña colada de un trago dudando si lo espero o no. En su camino, le intercepta la rubia remilgada de antes.

—¡Pauly! —grita histérica con su voz de pito—, ¡mira lo que me han hecho esos enanos! —le enseña su pelo lleno de arena.

¿Le ha llamado Pauly? ¿Qué clase de nombre es ese? Supongo que se llamará Paul, al ser inglés… Así que la rubia está con él, y el muy descarado me estaba tirando los tejos en el agua… me enfado y lo miro con el ceño fruncido.

—¡Pues báñate Silvia, joder! —le gruñe a la rubia sin dejar de mirarme furioso. Yo aprovecho su interrupción para recoger mis cosas e irme de la playa. No quiero que me hable. Si tiene pareja, ¿qué hace ligando conmigo?

Voy hacia la ducha que está situada detrás de las sombrillas cercanas al hotel y me enjuago el resto de sal que me ha quedado en el cuerpo después del baño. Mientras me seco con la toalla, miro otra vez al inglés. Está discutiendo con su peculiar compañera. Él sigue buscándome con la mirada. Cuando me encuentra, tiene la intención de seguirme pero, por suerte, la chica lo retiene. Creo que ella ni se ha dado cuenta de que sólo me presta atención a mí. No puedo evitar lo cómico de la situación y me río de ellos. Me coloco el pareo a modo de vestido y vuelvo al hotel no sin antes mirar la cara de cabreo de él.

Mírame, el juego de MarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora