Se apartó lentamente. Seguía deseándola, seguía deseando que fuera su esposa por completo, pero no debía forzar las cosas. Cuando ella se entregara a él, y se entregaría, se prometió, sería libremente, por propia voluntad.

Mientras tanto, la cortejaría, la conquistaría. Mientras tanto...

Has parado —susurró ella, sorprendida.

Éste no es el lugar. — murmuró convencido de que su idea no había sido buena.

Por un instante, ella no cambió la expresión. De pronto, como si alguien le estuviera cubriendo la cara con un velo, la expresión pasó a ser de horror. Ella se dió cuenta del lugar donde estaba.

No pensé —dijo, más para sí misma que para él.

Lo sé —sonrió él—. Me fastidia cuando piensas. Siempre acaba mal para mí.

No podemos volver a hacer esto. — se quejó ella, no quería salir más lastimada de lo que ya estaba.

Ciertamente no podemos hacerlo, aquí. — alzó una ceja sonríendo.

No, yo nunca... —  ella quizo confesarlo. Quería decirle que no era la madre biológica de ese bebé.

No lo estropees.

Pero...

Al demonio todo, no sabía cómo esa mujer había llegado a significar tanto para él; tenía la impresión de que un día era una desconocida con la que se casó por dinero, y al siguiente le era tan indispensable como el aire. Y sin embargo eso no había ocurrido en un relámpago cegador. Había sido un proceso imprevisto, lento, tortuoso, comprendió que sin ella su vida carecía de sentido.

Le tocó la barbilla y le levantó la cara hasta poder mirarle los ojos; éstos parecían irradiar luz desde dentro, brillaban con lágrimas no derramadas. A ella también le temblaban los labios, y él comprendió que estaba tan afectada como él por ese momento.

Fue acercando su cuerpo lenta, muy lentamente. Quería darle la oportunidad de decir no. Lo mataría si decía no, pero peor sería escucharla lamentarlo la mañana siguiente.

Pero ella no dijo no, y cuando él estaba a unas pocas pulgadas, ella cerró los ojos y ladeó ligeramente la cabeza, invitándolo silenciosamente a besarla.

Era extraordinario, pero cada vez que la besaba sentía más dulces sus labios, más seductor su aroma. Y aumentaba su necesidad también. Sentía acelerada la sangre de deseo, y tenía que valerse de hasta su última gota de control para no tumbarla sobre el sofá y arrancarle la ropa.

Eso vendría después, pensó, sonriendo para sus adentros.

Esta vez, totalmente seguro, la primera para ella, sería lento, tierno, todo lo que soñaba una jovencita.

Bueno, tal vez no. A ella no se le habría ocurrido ni soñar con la mitad de las cosas que iba a hacerle. Sonrió con malicia.

—¿De qué sonríes? —le preguntó ella sin abrir los ojos.

Él se apartó un poco y le cogió la cara entre las manos.

—¿Cómo sabes que sonreí? — preguntó en un susurro.

Sentí tu sonrisa en mis labios. — murmuró ella.

Él deslizó un dedo por el contorno de esos labios.

Tú me haces sonreír —susurró—, cuando no me haces desear besarte, me haces sonreír. —

A ella le temblaron los labios y él sintió su aliento, caliente y húmedo en el dedo. Le cogió la mano y se la llevó a la boca, y con un dedo de ella se rozó los labios del mismo modo que le había rozado los labios a ella. Al verla agrandar los ojos, se metió el dedo en la boca y se lo chupó suavemente, lamiéndole y mordisqueándole la yema. Ella ahogó una exclamación, en un sonido dulce y erótico al mismo tiempo.

Por favor, Ámame Where stories live. Discover now