Me alejé de ellos quedándome en la valla de la terraza. Miré hacia abajo respirando profundamente. No podía ser Mike, era mi imaginación. Mi mente enferma deliraba.

No es él, no es él.—me intenté convencer pero ya era tarde. El terror controlaba mi cuerpo. Mis manos y piernas temblaban.

Subí la cabeza y me encontré a Amanda que se dirigía hacia mi corriendo. Estaba preocupada. Ya había deducido lo que me pasaba. Mientras tanto, el individuo seguía parado en la puerta justo donde la sombra tapaba su rostro.

— Alex, no es Mike. Es el guardia de seguridad de la planta. El mismo que estaba cuando tu sufriste el ataque de ansiedad. Tranquílizate, no pasará nada. Estás conmigo. Confía en mi, nunca dejaría que nadie te haga daño. Te lo prometo.

El hombre se acercó y pude suspirar al ver sus ojos azules. Me recordaba muchísimo a Damon. Sus ojos, esos en los que me perdí aquella noche. Los mismos que me encontré al día siguiente en su coche. Me obligué a sacarle de mi mente. Cuando quise darme cuenta el guardia se dirigía hacia nosotras.

— Perdón señorita, no era mi intención asustarle. Si quiere puedo acompañarla a su habitación.—se dirigió a mi agarrándome la mano.

Rápidamente me solté. El contacto con alguien que no fuera Amanda o mis padres me costaba mucho después de todo lo que había pasado. Me daba inseguridad, debilidad. Me sentía impotente y frágil.

El guardia levantó las manos en signo de "me rindo", miró a Amanda y esta le guiñó un ojo. Pocos instantes después se alejó y desapareció por la puerta.

— Ya, no pasa nada. Aquí estarás segura. Los Kaisen ya no están Alex. No volverán.—solté mi cuerpo, mis músculos uno a uno notando un alivio maravilloso.

Le di un beso en la mejilla y la miré con haciéndole un gesto en señal de agradecimiento por todo. Debido al frío de la noche, entramos de nuevo al hospital para dirigirnos cada una a su habitación que, por desgracia, no eran contiguas.

Ella me acompañó hasta la puerta de la mía y vi al guardia. Me sonrió amablemente y yo le dediqué un "adiós" con mi mano derecha. Después me metí en mi habitación y la oscuridad invadió mi cuerpo y mi mente.

Los últimos meses serían los más difícil de borrar de mi mente.

Miré el reloj y observé que era día dieciocho de agosto. Justo ese día cumplíamos tres meses juntos. Tres meses de locuras, celos, amor, miedos, apoyos... ¿Significaría algo para él esa fecha o tal sólo un logro policial con el que colgarse una medalla sin contar el corazón herido que dejó? ¿Por qué el mundo no podía pararse por un segundo? Un maldito segundo y dejar que sintiese la verdadera felicidad de tenerle en mis brazos como antes. ¿Tanto es pedir tenerle solo para mí durante toda la vida?

Un tsunami se iba acercando con cautela a mis ojos. Su recuerdo dolía, y mucho. Había conseguido robarme el corazón y se lo había llevado sin importarle nada.

Hundí mi cabeza en la blandita y mullida almohada y comencé a soltar todo lo que mi cuerpo aguantó. La noche pasó rápido ya que me tomé las pastillas del insomnio cuando noté que no podía con mi vida.

······

Al día siguiente, la visita del Dr. Ben me despertó. Como siempre, me revisó las heridas, me hecho crema en los golpes y me dio pastillas para el dolor muscular. Cuando se fue me levanté y me dirigí al baño. Ya no tenía aquellas contenciones. Me habían dejado una rozadura horrible en las muñecas y en los tobillos.

Mis piernas ya no se notaban pesadas pero todavía dolían. La ansiedad iba disipándose poco a poco.

Entré en el moderno baño de la habitación del hospital. Los azulejos color beis adornaban la estancia, el mobiliario la hacía más cálida. Todo parecía bastante caro, a decir verdad.

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