Detrás de la pantalla

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A las pocas cuadras, vio a Leila. La alcanzó con facilidad y disminuyó la velocidad. Caminaba completamente alienada, con la cabellera morena en un estado deplorable, las ojeras bien marcadas y su ropa llena de manchas. La reina de la escuela parecía recién salida de un largo encierro.

-¿Lei?- musitó y terminó de detenerse.

-Ya lo dejo, ma. Es sólo un minuto más.-respondió la chica, sin siquiera mirarla.

-Leila, soy yo, Paola.-la voz se le quebró ante la imagen de su amiga.

-Ya lo dejo, ma. Es sólo un minuto más.- repitió sin detener su caminata, dejando atrás a quien había sido su mejor amiga.

Paola tragó con fuerza y, apartando la mirada de la chica, comenzó a pedalear, intentando convencerse de que no encontraría a su familia en la misma situación. Sin embargo, fue más difícil creerlo al llegar a la avenida principal, al ver a la gente amontonada, chocando entre sí, clavados en las pantallas clonadas de sus celulares.

-¡Tomás!-gritó a medida que intentaba avanzar, cosa que le resultaba casi imposible.- ¡Mamá! ¡Tomás!

-¿Perdiste a alguien?-preguntó una voz gastada a lo lejos. Ella volteó, pero no descubrió de quién se trataba.-No te quedes callada, sos la primera voz consciente que escucho desde que esta locura empezó.

-¿Quién habla?-preguntó ella, mirando en todas las direcciones y tan lejos como la multitud se lo permitía.

-Acá, nena.-dijo con suavidad y Paola distinguió los ojos ciegos a pocos metros de distancia.

-¿Usted quién es?

-¿A quién le importa?-preguntó él.- Los nombres no tienen sentido ya. Nadie responde a ellos. El mundo se sumió en el más profundo de los silencios hasta que llegaste a destruirlo.

-Estoy buscando a mi hermano y a mi mamá.-soltó ella y se aproximó.

-Si vas a preguntarme si los vi, déjame decirte que estoy ciego.

-Ayúdeme a encontrar a mi hermano y a mi mamá.-suplicó al borde de las lágrimas.

El hombre negó y ella se largó a llorar desconsoladamente, aferrándose a la única posibilidad de ayuda que creía posible.

-¡Quiero a mi hermano y a mi mamá!

-Ese no es mi problema.

-¿Entonces por qué respondió?-preguntó molesta, sin calmar su llanto.

-Porque no sos la única que perdió a alguien, pequeña tonta.

-¡No me llame así! No soy una nena.-se rodeó con sus propios brazos y continuó llorando.

-Decime entonces, ¿por qué crees que podes encontrar a alguien en este desastre de mundo? En lugar de buscar soluciones, si es que hay alguna, buscas solucionar lo tuyo. Buscas a tu familia para que ellos te digan qué hay que hacer frente a esta situación. No podes hacerlo sola, porque todo lo que hagas y decidas aún depende de tus padres.

-Si hablamos de dependencia...-intentó defenderse, pero calló al instante, consciente de lo que iba a decir.

.-Si. Lo sé. Yo dependo de todo. No necesitas decirlo.

Paola retrocedió sin despegar sus ojos del hombre de los cabellos oscuros y los ojos blancos. Él la buscó a tientas y suspiró antes de voltear y avanzar en la otra dirección.

-Muy bien, idiota.-masculló.- Volviste a arruinarlo.

-¿A quién perdió usted?-gritó Paola, antes de que se alejara demasiado. El hombre se detuvo y volteó.

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