Quería volver a ver a su nieta, una vez más. Y a los huesos de Konstantin, su amor largo tiempo perdido.

Quería saber qué diablos estaba pasando entre Lara y Kurtis. Y él no soltaría prenda, bien que lo sabía ella. Sólo quedaba recurrir a ella.

Luego, podría irse en paz.

Con un suspiro cansado, cerró la maleta.

Galopó a través de la llanura, encorvado sobre el lomo de Niyol, dejando tras de sí una estela de polvo. Al pasar, vio algunos Navajo al borde del camino – mujeres tejiendo en el porche de sus casas, pastores apacentando sus ovejas, niños jugando. Todos le conocían, a Hashkeh Nabaah, el hijo mestizo de Marie Cornel, que en verdad no parecía mestizo, que se parecía a su padre, a quien nunca habían llegado a conocer realmente. El guerrero enfadado.

No quería volver. Pero tenía que hacerlo. Quedarse allí escondido, emborracharse para olvidar, era cobarde e irresponsable.

Eres un cobarde.

Ella lo despreciaría.

Espoleó a Niyol con más fuerza.

Ni siquiera el alcohol había alejado esa visión de él. Lara sentada en el suelo, mirándolo alterada, jadeando, demasiado aturdida para reaccionar.

Tú, tú...

La había estampado contra la pared como si fuese una muñeca. Apenas un instante, un segundo, sus labios entreabiertos por la sorpresa, sus pupilas dilatadas por una leve, levísima chispa de miedo.

¿Miedo? ¿A él?

Cómo te atreves.

El jadeo asustado que se escapó de sus pulmones al golpearse la espalda contra la pared. Su mirada furiosa, herida.

Cómo te atreves.

No había querido hacerle daño. Nunca. Jamás. Él no hacía eso. Él no era así.

Sólo quería que parara.

Para. Para. Para.

Que dejara de reírse. Que dejara de destrozarlo de esa manera.

Por qué nunca me escuchas.

No quiso saber si Lara había preguntado por él. Aunque ya lo sabía.

Inspiró profundamente y agarró con fuerza las riendas de Niyol, sintiendo cómo se fundía con su montura, el caballo y él unidos en una misma tromba incontrolable, el sudor corriéndole por la espalda, la respiración agitada. Más rápido. Más rápido.

(...)

Tres meses habían pasado, y Lady Croft se preguntaba dónde narices se había metido su hija. Parecía como si Anna no le importara en absoluto.

- Está en Turquía, abuela, con tía Selma. - contestó la niña despreocupadamente, mientras garabateaba sobre un folio.

A lady Angeline se le ocurrían mil cosas que hacer antes que perder el tiempo en Turquía con esa tragalodos rarita, pero no dijo nada. Al menos, durante esos meses había tenido a su nieta para ella sola, y Anna no parecía sufrir con la ausencia de su madre. Es más, parecía absolutamente acostumbrada a ello.

No era dependiente, eso tenía que reconocerlo. Anna nunca se asustaba por quedarse sola, no echaba de menos a su madre, ni a su padre, ni preguntaba por nadie. Simplemente vivía el presente, se centraba ante lo que tenía delante, para luego cansarse e irse a otra cosa. Tranquila, confiada, despreocupada.

Tomb Raider: El LegadoWhere stories live. Discover now