Evitar problemas al huir de la zona del incidente había sido fácil, aunque no le había dado mucho tiempo para tratar su herida tras cargarse también al francotirador. No había pensado al momento de recurrir a Luc, se negaba a visitar de nuevo el hospital tras su sospecha sobre el enfermero. Había intentado a él quitarle toda la información posible sabiendo que el chico ocultaba algo, pero apenas había tenido fuerzas entonces y una vez que Luc había agarrado su violín ella ya no recordaba el resto.

Metió una mano debajo de su camiseta y acarició la delicada cruz de plata descansando contra su pecho. No podía pensar en la última vez que la había usado, al menos no en esa vida. La había tirado al fondo de la maleta como cada vez que partía de Roma, un tic por un simple objeto que poco le importaba, pero luego de su cruce con Azazel y sabiendo que debería dejar todas sus cosas detrás, era lo único innecesario que se había molestado en salvar. Se sentía correcto acariciar sus incrustaciones de zafiro, un pequeño recordatorio que los seres oscuros no toleraban tocar objetos benditos. O quizás ella creía tan poco en estos que en realidad no tenía efecto. Ese era un problema, los rezos y crucifijos eran tan fuertes como las creencias de quienes los usaran, y Mica ciertamente no creía en nada de eso. Su espíritu se había roto por completo en su primera vida, antes de ser condenada a todo lo demás.

Guardó silencio, sin desear regresar al sueño o hacer nada más, hasta que las horas pasaron y el despertador terminó por sonar. Escuchó a Luc murmurar algunas incomprensibles palabras en francés mientras intentaba silenciar el aparato a ciegas. No era confiable. Una y otra vez se repitió que el joven no era confiable, pero tampoco lo era Azazel. No debería afectarle eso, pero aun así... No debería jamás haber confiado en él, sin importar lo que hubiera creído en un principio.

—¿Siempre te levantas tan temprano? —preguntó ella girándose para verlo.

—Tengo que abrir el café a las seis —Luc suspiró al sentarse y frotar su cara con sus manos mientras intentaba espabilarse.

—¿Sin importar a qué hora te duermes?

—Nunca ni un segundo tarde, de lunes a viernes.

—Eres diligente —Mica se apoyó sobre su codo para observarlo mejor—. Y paciente, templado, generoso, humilde, caritativo...

—Tienes fiebre.

—Los demonios siempre sobresalen en alguno de los pecados capitales, y se rodean de personas de ese tipo. ¿Para quién trabajas?

—No soy a quien buscas.

No, porque Mica podría pasar una eternidad cazando a Zabulon y sabía que jamás lo encontraría. Él se vistió en silencio y luego se encerró en el baño. Lo estudió, intentando descubrir la pieza que le faltaba para entenderlo del todo. No era anormal que humanos colaboraran con demonios a cambio de algo, pero Luc no destacaba en ninguno de los pecados habituales. ¿Lujuria, tal vez? Él siempre había mantenido su distancia con ella, quizás supiera lo suficiente como para cuidarse de no ser descubierto.

Regresó minutos después, cabello peinado y colonia ya puesta, y dejó en la mesa de noche a su lado una tira de aspirinas. Era un mentiroso. Eso era todo en lo que ella podía pensar al verlo. Debió haber sospechado desde el principio que eso saldría mal del peor modo posible. El padre David siempre le había advertido sobre su gusto en chicos, y que Lucifer había sido el ángel más hermoso antes de develar sus verdaderas intenciones y caer.

—McKenzie debería estar muerto —ella mantuvo su insistente mirada a pesar que era evidente que él la ignoraba—. Eso es lo que siempre se sintió mal en este caso. Todos creen que soy una pesimista que piensa eso, pero vi el video del ataque y conozco la fuerza de ese demonio, y ese viejo debería estar muerto.

InflexiónWhere stories live. Discover now