“Volveré. Unidad T—101”
La cola para conseguir una entrada era enorme. Los rumores en la fila estaban entre los fanáticos de la saga hasta aquellos primerizos contagiados por los medios de comunicación o sus amigos. La longitud de la hilera de todos los que querían ser los primeros en ver la película se extendía hasta varias calles más allá de la entrada a los cines. Era la tercera película de la saga y todos esperaban desde hace años, cuando un joven director se atrevió con la secuela de la primera película, fue un éxito monumental y todos sabían que al dirigir de nuevo esta película, la catapultaría a las estrellas del celuloide. Dos ansiosos jóvenes, recogieron sus entradas y volaron hacia la sala. Al entrar en ella sus miradas se clavaron en los objetos expuestos por todo ella, desde figuras hechas de cartón con los personajes de la película hasta expositores con recuerdos de ella, el artículo que más causaba expectación era el traje que llevaba el protagonista: una chaqueta de cuero con sus pantalones y unas gafas oscuras, el aspecto de motero era lo que caracterizaba al personaje. Empezaba la película, las luces se apagaban la gente se callaba y empezaba a disfrutar una vez más de su héroe.
La película llegaba a su mitad, estaba siendo una parte muy buena, superando así a sus antecesoras. Sin previo aviso la película empezó a fallar, disturbios eléctricos aparecían en la pantalla quemándola y dejando líneas negras que partían la imagen como si se viera con unas gafas cuyas lentes estaban rotas. El público al principio estaba iracundo al ver como se cortaba la proyección, pero luego pasaba a un estado de desconcierto hasta que al final su sorpresa se disipaba en gritos de alabanza y diversión pues creían que era parte de la película. Los disturbios eléctricos dieron paso a la aparición de la perfecta esfera que quemó la pantalla dejando jirones chamuscados suspendidos en el techo de la sala. El público aullaba. La esfera reflejaba al público cada vez más eufórico, se levantaba y aplaudía. La envoltura del Terminator se disipó y dejó paso a la figura inmóvil del cyborg junto con un agujero semiesférico incandescente. El público calló. El Terminator se levantó de la posición en cuclillas y abrió los ojos, los espectadores dieron un grito de asombro, los ojos rojos les impactaron. La máquina aniquiladora empezó a inspeccionar todo cuanto a su alrededor había, los espectadores aullaron y las risas empezaron a aparecer al ver que estaba desnudo. El autómata salió de la hendidura y bajó hacia la zona de las butacas donde los espectadores le miraban eufóricos. Mientras andaba hacia la salida sus pisadas iban quemando la moqueta del pasillo dejando una huella incandescente, todos aquellos que podían ver las huellas se extrañaban, asustaban o se quedaban con la boca abierta. Muchos comentaban a sus compañeros que eran los mejores efectos especiales que habían visto en toda su vida, otros gritaban que era la mejor representación publicitaria de la historia del cine.
Los responsables de la película no podían creer lo que estaba pasando. Un joven acomodador se dirigió raudo hacia sus jefes.
—¿Dónde vas? —dijo el dueño de la sala agarrando al chico—. No te preocupes esto es la mejor publicidad.
—Pe… pero lo ha hecho usted —el acomodador estaba asustado.
—Seguro que alguien lo había planeado—. Sentenció, soltó al chico que salió veloz fuera de la sala.
El Terminator seguía su camino fuera de la sala, las puertas se abrieron y otearon desde el exterior varias personas queriendo saber que eran esos gritos. El cyborg se paró frente a un escaparate analizando los ropajes que llevaba un maniquí, era la indumentaria que llevaba el protagonista de la película, toda de cuero negro con unas gafas negras que no dejaban ver los ojos. Alargó la mano y destrozó el cristal llevándose las ropas.
El dueño de la sala paró a los guardias de seguridad que iban a detener al ladrón.
—Dejadlo chicos se lo ha ganado. Esto nos va hacer tener una cola más larga que la del estreno de «La Guerra de las Galaxias». Quiero que busquen a su agente y me lo lleven a mi despacho.
