—Perdóname. Perdóname.

Lían negó. Estaba tan débil, tan lento por la falta de alimento que sólo era un cadáver que no podía moverse por sí mismo. Desde que Jimmy se fue él no volvió a probar sangre, desde que se fue su cuerpo empezó a debilitarse.

Y el castigo más horrible era ser inmortal. Era ver como su interior se podría lentamente y su exterior permanecía intacto. El hambre acorralaba su control, sus tripas se retorcían y sus ojos se dilataban al ver a Jerahmeel, tan desquiciado, tan penoso en el suelo. Creyendo que su Dios lo había abandonado.

Lo que el pequeño Jerahmeel no quería ver, era que el hijo del demonio lo había contaminado con su mierda. Lo había arrancado de los brazos del señor.

Una sonrisa retorcida se marcó en sus labios al ver el cambio en el cuerpo de Jimmy, en sus acciones. Se sentía tan normal al verlo vomitar sangre y lamentar un pecado que él no había cometido. Que un humano viviera en carne propia lo que era perder la última pizca de fe en su corazón.

Un corazón que pronto dejaría de latir, y un alma que terminaría en la hoguera de los caídos. Siendo atada a enormes y gruesas cadenas que no lo soltarán hasta que todo él desapareciera del mismo mundo. Y del mismo infierno al que lo condenó.

—Lían... Lían, ¿Necesitas algo? ¿Qué necesitas? Yo puedo conseguirlo. Yo puedo hacerlo por ti, todo. Habla con él... —Jimmy se rompió en llanto, Lían lo miró. Aquél ser humano permanecía tan destrozado, se veía tan acabado y se le notaba en los ojos. Lían tomó la mano de Jimmy con suavidad, tan lento, que el niño sintió apuñaladas de culpa en su interior. La fiera bestia abrió los labios, y condenó la vida del niño.

—Dios está muy enojado contigo. Ya no quiere que seas parte de su rebaño. Abandonaste a uno de sus hijos —susurró, y juró que los ojos del pequeño saldrían de sus cuencas, que lloraría sangre y que se quitaría la vida al escuchar cada palabra. Lían creyó que el humano se perforaría la oreja con tal de no oír sus palabras que parecían tan reales.

—Él... Él... —Jimmy empezó a temblar, tan rápido fue el momento en el que su cuerpo fue víctima del terror que recorrió sus venas y heló cada músculo y pensamiento. Se levantó, tan desesperado y con la ropa cubierta de sangre, las heridas cubriendo su piel y los ojos rodeados por las grisáceas ojeras. El cabello rizado de Jimmy estaba manchado en sangre, cubierto en sudor y tan sucio que las gotas caían sobre los pequeños y delgados hombros—. Lían... Haz algo. Lían, es mi todo. Te juro que mi vida, que todos estos años lo dediqué tanto a él. No hice nada malo... Y-yo nunca hice n-nada malo. Perdóname Lían, por favor pídele misericordia. Pídele misericordia.

Lían cerró los ojos, estaba tan cansado que las palabras de Jimmy se borraban de sus oídos. Escuchaba las inútiles súplicas hacia Dios, y el olor a sangre del cuerpo infantil era exquisita. Un gruñido brotó por su garganta y se apagó en su lengua. Abrió los ojos rojos, y Jimmy seguía ahí, llorando y pidiendo misericordia.

Lían lo tomó de las manos. Susurrando apenas, su voz sonó tan ronca que le dolió la garganta.

—Necesito... Necesito sangre... —cerró los ojos, relamiendo los labios resecos que tenía. Jimmy se levantó—. Si me lo traes... Le diré que te perdone.

Jimmy abrió los ojos con fuerza, su corazón se encogió y la lengua se le secó. Asintió muchas veces, y se dio la vuelta para salir corriendo.

Necesitaba sangre de animal. No importaba cuál, necesitaba de la sangre de uno para que Lían acabara con esto. Jimmy tropezó tres veces mucho antes de ver el alambrado roto a metros de él. Mataría. Mataría cualquier bicho que se le cruzara, necesitaba alimentar a Lían.

Necesitaba ser perdonado.

Las lágrimas brotaron de sus ojos nuevamente, volvió a tropezar con otra raíz y cayó de cara al suelo. La saliva recorría su barbilla y la sangre de sus heridas manchaba el rostro del chiquillo. Empezó a gritar, tan fuerte hasta que la garganta quemó en su interior, hasta que él escuchó su sufrimiento. Gritó tan fuerte porque no satisfacía a su corazón. Su dolor. Sus manos rasgaron la tierra, las uñas rotas emanaban sangre y la carne viva relucía irritada y cubierta de mugre.

—Por favor. Por favor detente. No puedo más. Lían... Lían...

Levantó la mirada, sus ojos observaron la sombra enfrente de él. Jimmy lo miró con los ojos abiertos, asustado, temblando, sintió el gusto de la sangre y la tierra en sus labios. Willson estaba ahí, lamiendo su mano lastimada, moviendo la cola como siempre tan feliz, tan sano. Tan... Tan normal.

—Will... ¿No... No te molestaría... Verdad?

Se levantó y el perro se alejó un poco, Jimmy sonreía al ver la bendición que el ángel le mandó. Su cuerpo temblaba y estaba dispuesto, la oscuridad en su mirada alterada alertó al animal, porque un extraño hedor lo consumía, lo rodeaba. La mirada del infante se dilató de tal manera que la sangre y la suciedad de su piel le dieron un aspecto terrorífico. Avanzó dos pasos y el perro empezó a ladrarle, Jimmy recibió una mordida en su mano cuando intentó tocarlo. El enojo brotó en su interior. La desesperación nubló las consecuencias de su acto. Cuando se abalanzó sobre su perro.

—No es pecado si es por Lían. No es pecado si es por Lían. No es pecado si es por Lían.

El perro se retorcía y mordía a Jimmy por los brazos, el niño pateó al perro tan fuerte que este empezó a gemir de dolor. Jimmy lo pateaba tan fuerte que el perro dejó de luchar con la misma fuerza. Sus manos se pasaron en aquél cuello peludo y apretó, apretó con tanta desesperación que no le importó lo más mínimo todos los meses que le dio de comer. No le importó ver la mirada de la mascota, por que sabía que tenía que hacerlo, que su alma iría al cielo. Que estaba ayudando a un ángel. Y que recibiría el perdón de su Dios al salvar a Lían.

Jimmy ahorcó al animal.

—No... No es pecado.














 No es pecado

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MISERICORDIA: La masacre de JerahmeelWhere stories live. Discover now