Monstruo.

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17 años. 8.812.800 minutos. 148920 horas. 6205 días. 590.976.000 segundos. Una vida.

-¡Baja de ahí pequeña!, no quieres hacerte daño- dice el policía por el megáfono desde lo bajo mientras da indicaciones con las manos a sus colegas, lo puedo ver tan pequeño, casi como una hormiga, tan débil, tan... patético.

Siguen gritando, los ignoro por completo y comienzo a caminar lentamente por la orilla del techo del edificio, mantengo la calma y respiro normalmente, el frío viento choca contra mi cara y hace que mis cabellos se alboroten enredándose entre sí. Repaso lo que pasó en mi día, me levanté a las 5, mi abuela ya lo había hecho, mi madre y hermano aun dormían, enseguida me metí a bañar, omitamos eso. Al llegar a la preparatoria camine directo a mi salón, la mayoría ya estaba ahí, entro y saludo solo a unos cuantos, lo normal. Las clases transcurren tranquilas, inclusive salimos antes de la hora fijada. Pero yo sabía que hoy sería diferente, hoy todos me recordarán.

De pequeña me habían diagnosticado el trastorno de bipolaridad, no se comenzó a manifestar del todo hasta que cumplí los 15 años, creo que desde ahí la gente comenzó a odiarme, digamos que, en mi fiesta número 15 todo valió, desperté muy animada, no paraba de hablar de lo genial que sería la fiesta y de lo bien que me la pasaría. Primer síntoma. Enseguida mi humor cambió y comencé a llorar, tenía el miedo a flor de piel y nadie me podía calmar, inclusive les llegue a gritar exageradamente a las personas que se me acercaban, dudaba que algo saliera bien. Segundo síntoma. A la mitad del día ya había olvidado qué día era y que se festejaba. Tercer síntoma. Mi madre tuvo que recordármelo alrededor de unas 10 veces hasta que me quedó claro; a la hora de arreglarme, más exactos, cuando me puse el vestido y me mire al espejo me odie, odie como me veía y cómo me quedaba, me veía horrible. Mi familia me decía que no, pero yo sabía que sí, me veía fea y nadie lo quería admitir. Cuarto síntoma. En la misa todo rastro de alegría que me quedaba se fue, solo deseaba que esta se terminara y me dejaran en libertad, estaba desesperada. Finalmente la fiesta llegó, lo invitados reían y bebían a voluntad, claro, todo iba bien hasta la hora del vals, la maestra de ceremonia dijo mi nombre una, dos, tres veces y nada. Un chambelán se acercó a mi madre y le dijo que no me encontraban. El pánico apareció. Comenzaron a buscarme en pequeños grupos, nadie me encontraba hasta que, uno de los chambelanes dio con mi escondite, lamentablemente no podían hacer mucho, poco a poco los invitados me rodearon, se notaba la preocupación en sus caras, y como no hacerlo si mis manos sostenían un cuchillo que amenazaba con enterrarse en la boca de mi estómago si alguien se acercaba, su primer error fue creer que no lo haría, el segundo, el segundo error que tuvieron fue acercarse. Todo pasó muy rápido, mi madre acercándose y yo clavándome el cuchillo, mi vista se desvaneció y lo último que capte fue el grito horrorizado de los presentes y alguien sosteniéndome.

Desperté en un hospital, mi primer pensamiento fue creer que estaba muerta, pensamiento que deseche al escuchar hablar al doctor con mi madre; al parecer la bipolaridad había vuelto y más fuerte, tendrían que internarme, mi madre se negaba y pedía otra solución, si había otra pero el doctor sabía que no resultaría, sin embargo la dijo.

A la semana y media Salí del hospital, desde el incidente no había ocurrido nada más, creían que sólo había sido el estrés y por lo tanto el doctor había accedido a dejarme ir, pero con una condición, la de informar cualquier cambio al hospital. Mi madre accedió.

Desde aquel día mi familia desconfiaba de mí, siempre me miraban con preocupación, preocupación mezclada con horror, era lo que más odiaba, me miraban como si fuera un monstruo, cualquier cosa que hacía era mirada con atención, con temor, como si cualquier cosa que hiciera fuera un peligro, comenzaba a pensar que hasta dormir era un peligro.

De un día para otro me acostumbre a mi vida, ya no era raro sentir sus miradas pegadas a mí, ya era algo más... normal; sin embargo mis cambios de personalidad se notaban cada vez más y más, mis depresiones eran cada día peores, llegue al punto de no comer por semanas incluso en un arranque me trasquile el cabello. El doctor me dio medicamentos, mi madre comenzó a aborrecerme y dejo de prestarme atención, llegue a creer que me deseaba la muerte.

-Baja, tienes toda una vida por delante – el policía parecían rendirse, no creo que lo que le preocupe sea salvarme a mí, sino salvar su puesto en la comandancia, por lo que se si no ayudaba a alguien sería despedido de su trabajo, no me interesa ayudarlo. Me paré en seco y baje de la orilla, miré hacia abajo y note la cara de alivio de la gente al verme en un lugar "más" seguro. Ingenuos. 5 pisos, esa es la altura a la que estoy. Es lo que define si vivo o muero. Trato de reconocer a la gente que rodea el edificio: Mis amigos de la prepa están ahí, noto la preocupación en sus caras, lo siento. Mi familia también está, pero ellos no están preocupados, dejaron de hacerlo hace mucho, dejaron de hacerlo cuando no pudieron comprenderme, cuando se dieron cuenta de que era un monstruo. Vuelvo a subirme. Vuelven a murmurar. El viento golpea bruscamente mi cuerpo. Al parecer una tormenta se aproximaba, que lastima que no la vería, dejo que el peso de mi cuerpo me lleve al vacío.

La gente grita, una ambulancia se escucha cerca, pero ya es tarde, ya no pueden salvarme, eh regalado mi vida a la muerte y nadie se la puede quitar.


Mi DecisiónWhere stories live. Discover now