Las plumas blancas se volvieron borrosas a medida que las lágrimas se iban formando en mis ojos. La decisión estaba tomada, solo tenía que esperar a las nueve.

Miraba impaciente el reloj, sentada en uno de los sillones del salón. Solo una de las lámparas estaba encendida, el resto de la casa se encontraba en una penumbra inquietante, como si entendiera lo que estaba a punto de hacer.

Froté por enésima vez mis manos sudorosas por la tela negra de mi pantalón. Sentía como la opresión en el pecho iba aumentando a medida que el minutero puntero que marcaba las horas se iba a acercando. No pensaba dar marcha atrás, necesitaba saber quién era, saber si existían más como yo. Pero no iba a engañarme, hacía aquello porque esperaba encontrar una salvación, alguna manera de detener lo que sabía pasaría tarde o temprano. Quizás la rubia tendría una respuesta... una solución. Y si no era así, al menos conocería a alguien que me entendería.

La puerta de la entrada se abrió y la voz de Salvin me llamó.

—Estoy aquí—. Le dije sin moverme de mi sitio.

—¿Qué haces ahí con todo apagado? ¿Has cenado? —Preguntó mientras se deshacía de su abrigo y el paraguas. No llovía, pero en Londres, en invierno, era obligatorio siempre llevar uno encima.

Negué con la cabeza a sabiendas de que me observaba.

—Te preparé algo ¿te apetece algo en especial?

Inspiré profundamente, comenzando a sentir la quemazón de la culpabilidad. Nunca le había mentido, y que ella lo hubiera hecho no me consolaba.

—No, voy a salir a dar un paseo— Me levanté para encararla en el momento justo que su rostro se desfiguraba por la preocupación—. No me pasará nada. No iré muy lejos...

—La última vez...

—La última vez estaba exhausta, quizás solo fue mi imaginación.

—Sabes perfectamente que no puedes correr esos riesgos, Ansel.

Tragué saliva. Su tono de voz se había endurecido.

—No voy a pasar el resto de mis días cuerdos encerrada aquí dentro, Salvin.

—Ansel...

—No me va a pasar nada—La interrumpí y tratando de calmarla la abracé.

Una extraña sensación recorrió mi cuerpo, presentía que aquel era el último abrazo que le podría dar, por lo que afiancé el agarre, apretando más fuerte.

—Lleva el movil. Llámame si ocurre algo ¿De acuerdo?

Asentí y me separé de su menudo cuerpo.

Observé una vez más su rostro anciano y dulce y me dirigí a la puerta, saliendo de la casa sin mirar atrás.

Mientras caminaba rumbo al parque de St James's mi mente fue trayéndome recuerdos de mi vida. Una vida vacía. Una vida en la que solo conocía el cariño por parte de Salvin, jamás me había relacionado con nadie más. No había tenido amigos, ni novios... nada que pudiera despertar en mi algún sentimiento demasiado fuerte con la intensión de mantener la bestia dormida.

Mi cuidadora se encargó hasta del último detalle, de pequeña estudiaba en casa y a penas salía a la calle. A medida que iba creciendo Salvin fue explicándome la verdad y cuando hubo comprobado que lo entendía soltó un poco el nudo que me ataba. Me permitió ir a la universidad y trabajar en una cafetería cerca de casa. Cada mañana me repetía una y otra vez que no era como los demás, que un solo latido de mi corazón podía cambiar mi destino y convertirme en algo monstruoso. Me habló solo ellos. Sobre los que se suponía que eran buenos y los que no. Me habló de mi padre y de mi madre. Y también sobre la extinción de mi raza, lo cual resultó ser una mentira. Y en ese momento ya no sabía lo que era real o no.

IncontrolableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora