Capítulo 5

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Regresé a mi casa cansado de mí mismo, y determiné que al siguiente día iría a verla. Quería, deseaba conocerla, y me di cuenta que no era cuestión de mi humanidad recién devuelta (encontrada). Ya era algo más personal, mi particular misterio, por qué lloraba. Yo debía descubrirlo, era algo obligatorio en ese momento. Esa muchacha era mi mayor interés actual. Y como todo lo que se me metía en la cabeza, debía, tenía que conseguirlo. Me recosté, me sumergí en un sueño profundo que resulto muy reparador. Primero abrí un ojo, luego el otro y ante mí el finito infinito blanco del techo de mi habitación. Me quede mirando un rato, era tan blanco que en ocasiones pensé que brillaba. Pinte mi techo de blanco porque creo que es un color puro, limpio. Y me resulta muy atractiva la idea de comenzar mi día viendo algo puro. Y esa mañana tras abrir mi segundo ojo, quise entrever en el blanco resplandor de mi techo, la imagen de mi muchacha bañada por la luz del sol. Sonreí mientras la mire un rato grande. No dejaba de pensar en ella y aún no la conocía. Permanecí tumbado en la cama, mirando en el techo mi imagen imaginada, y preguntándome insistentemente cosas sobre ella. ¿Cómo sería? ¿Qué dirían sus gestos de ella? ¿Sería guapa? ¿Estará buena? ¿Tendrá buenas.....? Mejor lo dejo aquí. Ya se sabe perfectamente como acaban estos cuestionarios, no hace falta que lo explique. Retiré la mirada del techo, aunque no retiré la sonrisa de mi cara, era una sonrisa especial (un cuarto de ilusión, otro cuarto de esperanza y curiosidad, el tercer cuarto de enamorado y el último cuarto de tendencia libidinosa). Me levanté, me estiré (lo acompañe de un gran bostezo) y decidí que tenía que pensar en algo para conocerla. ¿Qué podía ser? No sé ya se me ocurrirá.

La muchacha de la ventana - Ainhoa EscartiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora