—Puedes estar seguro de que mañana nuestra monarca vo- tará por la liberación de los hombres. Los rumores dicen que fue presa de una tristeza profunda después de que la bacteria contagiara a Albert.

Callum asintió esperanzado. A él le también parecía tran- quilizarlo la cordialidad entre Victoria y Albert.

—Tienes que conseguir una plaza en ese evento —conti- nuó, luego de recordar lo que tenía planeado decir—. Sería una gran promoción para tus muebles.

Amanda sacudió la cabeza.


—Mis muebles son artesanales y de diseño exclusivo

—dijo—. No quiero que se conviertan en una producción ma- siva sin originalidad ninguna.

—Pero Amanda, ¡podrías ganar mucho más dinero! —pro- testó él.

—¿Y esa es la finalidad en la vida?

—Lo es en el nuevo mundo —afirmó él, con convenci- miento—. Piensa que cuando despierten los hombres habrá más competencia.

Amanda chapoteó el agua con sus dedos, mientras pensaba en lo que él le había dicho.

—¿Sabes cuántas horas trabajan esas personas en las fábri- cas? Niños entre ellos —adujo.

Callum esbozó esa sonrisa que siempre lograba hacerla sonrojar.

—¿En qué libro has leído eso?

Apretó los labios, dándose cuenta de lo mucho que la co- nocía en tan poco tiempo. Durante los cortejos, antes de que la bacteria llegara, la pareja se veía en determinadas celebra- ciones sociales, por poco tiempo y siempre en presencia de otros. No era de extrañar que la mayoría de los matrimonios fueran un verdadero desastre, pues ninguno de los desposados sabía realmente con quién había decidido pasar el resto de su vida; incluso cuando el cortejo hubiera sido largo. Sin embar- go, ella y Callum se conocían apenas de unos días, tan inten- sos e íntimos, que podían apreciar las características y juzgar los defectos el uno del otro con mayor precisión. Cuando los hombres despertaran tendrían que permitir a las parejas vivir juntos antes de decidir si contraer nupcias. En el pasado eso había atentado contra las normas protocolarias de la sociedad, destinadas a evitar que la reputación de la mujer se mancillara. Pero ese problema se resolvería con facilidad si los hombres renunciaran a la estúpida idea de que sus esposas debían ser vírgenes para ellos. Cuantos problemas, matrimonios fallidos,


vidas malgastadas y reputaciones destrozadas habían traído una sola idea irracional y absurda. Las ideas tenían tanto po- der como las balas de una pistola.

—Te prometo que iremos a la exhibición, pero no voy a abandonar la artesanía.

La mirada de Callum  #Wattys2017Where stories live. Discover now