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Blonda tiene 16 años y aunque ya no es una niña, le gusta pasear a su oso de peluche dentro del departamento. Osito fue de su madre y antes perteneció a su abuela. Es tan antiguo que nadie recuerda quién fue la primera dueña. A a Blonda le gusta imaginar que Osito es de una época en la que el mundo tenía bosques. Y los osos de verdad vagaban libres en ellos, cazaban y gruñían y se levantaban en dos patas para demostrar su poder.

—¿Qué queremos desayunar hoy? —pregunta Jon sentado ante la pequeña mesa plegable en el extremo de la angosta sala-comedor. Es un espacio tan estrecho que Blonda no podría estar con las piernas extendidas si se tendiera en el piso. Jon trae puesto su traje de ejecutivo en blanco y negro, afeitado y perfumado, el cabello castaño con una lamida de gel.

Blonda se sienta en su puesto de siempre, con la espalda pegada al muro y Osito cómodo sobre su regazo. Imita los movimientos de su padre, la manera en que pone las manos sobre las rodillas, el gesto ceñudo cuando mira en su reloj de muñeca. El suspiro cansado al reconocer que si no ayuda a preparar el desayuno llegarán tarde al trabajo, otra vez.

—«Queremos» es una mala manera de usar el singular del verbo «querer» —dice Vila a pocos pasos de ellos—. Nosotras queremos huevos. Así se dice. ¿Cierto, Blondie?

Blonda sonríe a su madre con un guiño de complicidad porque siempre están de acuerdo. Mientras que Vila se afana revolviendo unos huevos sobre la sartén en la pequeña cocinilla adosada al muro. Trae puesto su traje de calzas negras y blusa plateada ajustada, con el cabello negro y voluminoso desplegado detrás de los hombros hasta la cintura. Si hay algo que Blonda quiere más en el mundo para cuando sea mayor, es ser idéntica a su madre que parece salida de un anuncio de dieta saludable.

A Blonda le gusta que la llamen Blondie. Aunque haya gente que se extrañe por el apodo. Blonda nació con rizos de un rubio opaco. De ahí viene su nombre. Pero ya al cumplir un año sus rizos de oro se transformaron en esta mata rebelde de mechas de color castaño oscuro que es motivo de gritos y peleas al menos una vez a la semana, cuando Vila y Jon se turnan para desenredar la maraña.

—¿Huevos tenemos? Huevos queremos —dice Jon y se pone en pie para llenar el jarro del té con agua hirviendo. Empuja suavemente a su mujer con la cadera en un gesto leve y cariñoso para alejarla del peligro. Como recompensa recibe un beso en la mejilla. Abre la válvula junto a la llave en el lavaplatos, el chorro de vapor y agua salpica con estridencia dentro de la jarra que se llena en pocos segundos.

—Eso es inusual —dice Vila juntando las cejas—. Alguien no está haciendo bien su trabajo en Hidráulica. Tendré que cambiar mi programa del día para mirar el asunto apenas llegue a...

—Querida —dice Jon en un susurro perfectamente audible—. Recuerda lo que hablamos anoche.

Vila le mira de vuelta. Eleva sus cejas con un gesto de complicidad y regresa a su sartén con huevos.

Blonda no se pregunta qué será eso tan secreto. Porque así es como se comportan sus padres cuando quieren darle alguna sorpresa. Finge que no pone atención...

Se da cuenta de algo. Una vibración bajo sus pies, similar a un escalofrío que sube desde el piso. Mira a su alrededor y los cuadros en los muros también vibran con la misma intensidad, leve pero constante. Cuando su padre regresa a sentarse a su lado, el movimiento es imperceptible.

—Acabo de sentir un temblor —dice Blonda abrazando a Osito. No tiene miedo, pero tampoco es algo para quedarse tranquila. Su padre la mira fijamente y escruta en sus ojos. Siempre lo hace cuando Blonda dice algo que parece descabellado.

—¿Qué dice el informe de seguridad, Vila querida? —pregunta Jon mientras sirve té en tres tazas, para luego agregar una cucharada colmada de leche en polvo en la de Blonda—. ¿Tenemos alguna tormenta de arena o un tornado? ¿Alguna actividad volcánica fuera de lo común?

Blonda mira a su padre con los ojos entornados. Detesta su sonrisa por un segundo. No le gusta que la trate como a una adolescente ignorante, aunque sea solo para molestarla.

Vila enciende el visor del muro junto al refrigerador. Recorre el informe de seguridad y niega con la cabeza.

—Tenemos un hermoso sol y sesenta grados centígrados y aumentando a la intemperie. Con radiación suficiente para quedar ciegos. ¿Salimos a pasear al descampado?

Jon sonríe y levanta su taza de té, al tiempo que Vila se acerca a la mesa con la sartén en una mano. Junto a la cocina la tostadora de pan gruñe su primer aviso antes que las rebanadas salgan disparadas.

Blonda con Osito en brazos graba este momento en su recuerdo. Las mañanas como ésta en que los tres pueden compartir y sonreír juntos son de verdad escasas. Lo usual es que sus padres se la pasen discutiendo algún problema técnico de su trabajo y la ignoren completamente. En días como hoy, Blonda suele desear que la mañana se repita infinitamente.

—Bueno —dice su madre aún de pie en una postura tensa que delata su ansiedad—. Mientras Blondie desayuna le vamos a contar una noticia. Con tu padre siempre hemos soñado...

Vila hace una pausa y Blonda sabe que su madre está repitiendo un discurso ensayado en su cabeza durante días. Es algo importante. ¿Vacaciones tal vez? Hace años que no van a la cúpula. Pero Vila no está luchando con su memoria para recordar lo que intenta decir. Está mirando a sus pies.

Es una nueva vibración. Ahora perceptible por todos. Blonda mira a su padre buscando alguna explicación rebuscada. Pero Jon palidece y deja su taza en la mesa sin esconder su alarma. Oyen un gruñido que parece venir de todas direcciones, del piso, del techo, del muro detrás de Blonda. Lejano al principio y cada vez más patente. Como el sonido del tren cuando se acerca en la estación. Vila mira a su alrededor, aún con la sartén en las manos y con pánico en los ojos. Reemplazado de inmediato por la claridad y determinación que la caracterizan en su trabajo. Ella y Jon se observan y Blonda sabe que ambos están pensando lo mismo. Algún cálculo rápido, algún procedimiento de seguridad, alguna cualidad del material que compone las estructuras rígidas de la ciudad y que se supone indeformable e indestructible...

—Todos fuera —dice Jon y su tono no admite discusión. Blonda salta de su asiento y se abraza a la cintura de su madre, que corre hacia la puerta. Jon ya está ahí tratando de abrir, pero no puede.

—La estructura se está deformando —dice él mirando el dintel y los muros—. Necesito algo para hacer palanca.

Vila aún tiene la sartén por el mango. Arroja los huevos contra el muro y la entrega a su esposo. Jon la recibe con las manos desnudas y Blonda puede ver en su gesto que se está quemando, pero sin protestar. Inserta el mango detrás de la manilla y hace palanca. Usa el peso de su cuerpo para aumentar la palanca. Vila lo ayuda y ambos gritan su frustración.

—El cerrojo hidráulico —dice Vila. Jon mira a su esposa con un gesto que Blonda no logra interpretar, deja caer la sartén y se queda ahí de pie sin hacer nada más. Vila tampoco se mueve, con las manos sobre su boca y los ojos húmedos. Blonda no entiende a qué se refieren con lo del cerrojo.

De pronto Vila ahoga un grito, con los ojos muy abiertos—. ¡La habitación de Blonda!

Jon asiente, toma a Blonda de una mano y la arrastra hacia la habitación a solo cinco pasos de distancia, seguido de Vila. Blonda mira su mano libre y se percata que no trae a Osito. Se libera de su padre que tiene las manos húmedas con aceite de fritura. Corre hacia la sala donde el oso de peluche yace boca abajo sobre la mesa. Jon y Vila la siguen y gritan que no hay tiempo. Que lo deje. Que corra a su habitación porque es el único lugar seguro de la casa. Pero Blonda los ignora. Osito es importante.

Un gruñido en la estructura del departamento enmudece a sus padres, estridente en el silencio del hogar. Blonda se queda quieta junto a la mesa. Nota cómo el techo y los muros se curvan perceptiblemente. Su madre grita algo, toma la mano de Jon y extiende otra a su hija, con una extraña sonrisa en su rostro surcado por lágrimas. Blonda da un paso hacia ella cuando oye un crack fenomenal. Sus tímpanos se bloquean por el cambio repentino de presión y algo poderoso la empuja hacia atrás al mismo tiempo que el techo del departamento colapsa sobre sus padres.

Blonda cae de espaldas desde una grieta en la piel del edificio que se supone indestructible. Ve una sección de la cúspide desmoronándose sobre el que fue su hogar, formando una muesca de metal retorcido y grietas que estallan en una nube de vapor.

«Te amamos» es lo que dijo su madre en ese último segundo de resignación. Blonda cierra los ojos. Abraza a Osito mientras cae, consciente de que muy pronto alcanzará el suelo y todo habrá terminado.

Blonda StálWhere stories live. Discover now