Amanda tomó una hoja del cajón de su mesita.

―Yo misma he construido los muebles, por eso nunca has

visto nada parecido.

―Tampoco es que haya visto mucho.

Cierto. Las únicas casas que había visto en su corta vida de conciencia eran el Andrónicus y la mansión Fairfax.

―Aún así te aseguro que no verás muebles parecidos en

ninguna parte. A menos que me los hayan comprado a mí

―dijo con una sonrisa orgullosa. Él posó los ojos en sus labios arrugando el entrecejo como si no entendiera porque sonreía―. Quería que mi habitación pareciera un campo so- leado. Por eso el suelo es verde y el papel de las paredes tiene


hierba verde dibujada, y el techo es azul cielo y los muebles

tienen forma y color de flores y hojas.

―¿Qué significa eso en tu rostro? ―se limitó a preguntar él con la misma curiosidad. Se acercó tanto a ella que no pudo evitar parpadear y encogerse.

―Su... supongo que estoy orgullosa de mi trabajo ―tarta- mudeó―. Muchas mujeres vienen de otras partes de Inglaterra para comprar mis muebles y a veces viajo para decorar sus habitaciones o locales.

Los ojos de Callum detallaron su rostro hasta que una pe- queña sonrisa se dibujó en sus labios.

―Esa expresión... cuando hablas de tu trabajo ―comentó fascinado―. Yo quiero experimentar eso.

Amanda no supo qué responder. Los siervos no se dedica- ban a nada. Cumplían las órdenes de sus amas para facilitarles la vida y como mucho las ayudaban en la profesión que estas habían elegido. En la vida de un hombre no había cabida para la vocación y la realización.

Pero no podía discutir algo así con él. Por lo que agachó la mirada y se concentró en sacar otra hoja del cajón de su escritorio. Se sentó sobre el acolchado asiento verde, mientras que las patas y el respaldo eran marrones como el tronco de un árbol. ¿Cómo no iba a estar orgullosa de su trabajo? Era la pasión de su vida.

Callum se asomó por encima de su hombro. Podía sentir la presencia del muchacho en la piel de su espalda aunque no llegara a tocarla, ¡¿cómo podía sentir el fuego arder en una estancia sin tocarlo!?

Humedeció la pluma en el tintero, con manos un tanto tem- blorosas bajo la atenta vigilancia de Callum.

Era difícil escribir una carta que no pensaba enviar. Sobre todo cuando toda su atención se empeñaba en concentrarse en el ser que respiraba en su nuca. Desperdició varias hojas por la cantidad de errores que cometía.

La mirada de Callum  #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora