Parte 1

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«El sentimiento más profundo se revela

siempre en el silencio».

Marianne Moore

Enamorarme fue el peor error que pueda haber cometido. Los de mi raza no pueden ni deben amar; eso lo sabemos desde tiempos inmemorables. Somos demonios. Durante milenios la humanidad nos ha servido de alimento, mas siempre nos hemos prohibido a nosotros mismos albergar el sentimiento que los hombres llaman amor.

Porque el amor es la muerte...

Durante mil años llevé mi cometido a cabo con facilidad, alimentándome de hombres y de mujeres por igual. Consumía la energía de quienes cometían crímenes horribles, y más que nada la de las personas que me invocaban para solicitar mi asistencia. Después de todo, conseguir el favor de un demonio tenía un alto precio, tanto para el cuerpo como para el alma del interesado.

No tenía reparos en tomar lo que era mío por derecho. No albergaba en mí remordimiento alguno el sufrimiento que causaba, ni por las muertes que dejaba a mi paso. Ellos lo tenían merecido; yo solo hacía mi trabajo.

Pero todo cambió cuando conocí a un ángel.

Él no era un ser alado como sugiere el sentido literal de la palabra, pero sí un ser humano que irradiaba luz, la cual, debo confesar, en un principio me molestó bastante. Los mortales que me llamaban siempre estaban manchados. Por algo conocían de ritos satánicos y me invocaban a mí en vez de buscar otros medios para lograr sus objetivos.

Él, en cambio, mantenía su alma blanca y limpia cuya nieve que nunca ha sido pisada, y parecía que esa era la primera y única vez que accedía a conocimientos secretos de esta índole. Mi propósito ahora sería teñir su alma de negro si quería llevarlo al infierno; me encargaría de pisotearla hasta llenarla completamente de suciedad, hasta que no hubiera indicio alguno de que una vez había sido un ser puro.

—Tengo un gran favor que pedir —me dijo Gian el día que me invocó, sin mostrar temor alguno ante mi presencia cuando me materialicé delante de sus ojos, demostrándole que los demonios en verdad existen. Nos encontrábamos en un sótano oscuro, en medio de un círculo de velas negras y rojas. Su muñeca aún sangraba por el corte que se había provocado al realizar el ritual para invocarme.

—Todo favor tiene su precio —le advertí con mi potente voz, en caso de que no supiera cuáles eran las reglas de juego—, el cuál puede ser muy elevado, dependiendo de lo que pidas. Piénsalo bien.

—El que sea... No importa lo que deba pagar —expresó con valentía—. Solo quiero que la salves.

—¿A quién? —pregunté interesado. Rara vez un humano me llamaba para ayudar a un tercero; ese tipo de asistencia era la que se pedía a los ángeles o a los santos, no a un ser despreciable como yo.

—Es mi hermana... Tiene cáncer y le queda poco tiempo de vida. ¿Crees que podrás salvarla? —Me observaba con curiosidad, esperanzado. ¿Sería ésta su último intento por salvar a su hermana? ¿Cuánto le habría costado tomar esta decisión?

—No será ningún problema —acepté—, pero como dije, el precio será muy elevado... —Lo miré detenidamente, observando su reacción. Él no mentía al decir que estaba dispuesto a cualquier cosa; su corazón no albergaba duda alguna.

—Ya he dicho que pagaré lo que sea —repitió. Sonreí formando una mueca. Ya tenía bien claro lo que quería con él, sabía lo que necesitaba hacer para mancharlo.

—Serás mi esclavo sexual durante un mes —sentencié—. Es el único precio que te puedo dar. Lo aceptas o lo dejas.

Un mes era todo el tiempo que necesitaba para corromperlo, para ensuciar su alma al punto de llevarlo a la perdición. Lo tenía entre la espada y la pared. Nunca había estado con un hombre, y mucho menos con un demonio el doble de su tamaño. Para alguien que preciaba su hombría, aceptar algo así era caer bien bajo.

Esa era mi intención: lo humillaría como nunca nadie lo había humillado, hasta el punto en que la semilla de odio que todo humano guarda en su corazón germinara y no pudiese soportar más su situación. Conseguiría que me odiase como ningún humano jamás lo había hecho.

Lo que yo no sabía era que necesitaría mucho más que eso para lograr mi cometido.

—Lo acepto —dijo sin dudarlo—. Empezaré ni bien sanes a mi hermana.

A Danna le quedaba muy poco tiempo de vida cuando aparecí en el hospital a cumplir mi parte del trato. Tenía los ojos abiertos, mas no me vio; solo podría verme quien me había invocado. Posé mi mano sobre su cabeza calva, la cual pronto volvería a llenarse de rizos castaños como los de mi nuevo esclavo, y manipulé las energías para devolverle la vitalidad. Pronto ella se sentiría mejor, y los doctores se asombrarían ante el milagro realizado. La familia agradecería a Dios, sin saber nunca que Dios jamás había tomado parte en ese milagro.

Esperé un par de días antes de aparecerme por la ventana de Gian con el fin de reclamar mi derecho como amo. Lo hice una noche fresca de abril, justo antes de que mi nuevo juguete decidiese irse a dormir. Había pasado el tiempo suficiente como para que la chica fuera declarada completamente sana. En esos momentos toda la familia estaba celebrando su completa recuperación.

Cuando Gian me vio se postró delante de mí en señal de agradecimiento.

—¡Muchas gracias! —exclamó—. No pensé que realmente funcionaría.

—Pero funcionó —le dije en tono frío y calculador—. Ahora es tu turno para cumplir tu parte del trato. Ponte de pie. —Él obedeció y asintió en señal de sumisión.

—Por supuesto —respondió—. Haré todo lo que me pidas, y cumpliré todos tus deseos.

—Muy bien. Desvístete y ponte de rodillas en el suelo —le ordené, mirándolo con ardiente deseo. Era justo el tipo de hombre que más me atraía: joven, con facciones delicadas y un físico bien cuidado. Sus ojos azules me miraron, pero jamás vi en ellos una pizca de miedo. Él sabía en qué se estaba metiendo, pero cumpliría con lo suyo sin problemas. No sería tan fácil quebrantar su alma... Pero bien que lo intentaría.

Él obedeció sin objetar. Yo también me desnudé y le mostré mi imponente físico para intimidarlo. Luego me ubiqué detrás de él para dar comienzo oficial al uso de mi derecho como amo, haciendo con él todo lo que se me dio la gana durante más de cuatro horas, hasta dejarlo casi desmayado en su cama.

Esa sería la primera de muchas noches en las que lo humillaría como ningún otro hombre había sido humillado. No tendría compasión al invadir su cuerpo, al hacerlo gemir del dolor, y también del placer que él intentaba no sentir. Lo llamé una y otra vez "puto" o "maricón", entre otras palabras que acusaban falta de masculinidad, y lo traté como si fuera la peor basura del mundo. Sin embargo, pasó algo que yo no me esperaba...

A pesar del dolor que llegué a infligirle, Gian jamás se quejó, jamás pidió que fuese más suave con él al golpearlo o cuando tenía sexo salvaje con él. Aceptó estoicamente la parte que le tocaba pasar, haciendo con sumisión todo lo que le pedía aunque eso fuese degradante y lo hiciera sentir poco hombre. Jamás demostró sentimientos negativos, de repulsión o de odio hacia mi persona. Eso me hizo tratarlo con mucha mayor crueldad, al punto de casi dejarlo internado en el hospital más de una vez, pero él jamás me odió por ello. Tan solo sufría en silencio, sin dejar que ese sufrimiento hiciera salir lo peor de él.

Cuando terminó ese mes, mi maltratado esclavo seguía con el alma inmaculada. En poco tiempo se recuperaría de las heridas físicas que le había causado, y no me vería más. Su calvario había terminado, y ya no tendría que sufrir a causa del trato que había hecho para salvar a su hermana. Había salido invicto y, por lo tanto, yo no tendría derecho a reclamar su alma.

Había perdido en mi propio juego.

Pensé que podría seguir adelante con mi trabajo, abusando de mi siguiente víctima ni bien tuviese la oportunidad. Sin embargo, después de dejar de ver a Gian comencé a sentir un vacío en mi oscura alma, sentimiento que nunca antes había experimentado. No sabía por qué esto ocurría, pero no podía evitarlo.

Me paré varias veces frente a su ventana para ver lo que hacía, entré a su habitación y lo observé durmiendo, mas él ya no podía verme y eso era como una espina que se clavaba cada vez más profunda dentro de mí. Me había obsesionado con él y necesitaba volver a tocarlo, ansiaba volver a estar dentro de su cuerpo descargándome, disfrutando de su dolor y sumisión. Anhelaba volver a saborear el silencio que él usaba para proteger su integridad.

Y quizás eso era lo que más disfrutaba al estar con él: su inagotable silencio.

Silencio [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora