Todo blanco en Praga

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Los muñecos del reloj astronómico anuncian una hora nueva, y los turistas enloquecen. Pasa todas las horas, de todos los días del año. También todos los días a esta hora, una mujer cena con dos pintas de cerveza, y se fuma un cigarrillo finito mirando el río. Un día la mujer cree ver la sombra de una bandada de patos que se sumerge en lo más profundo del río, frente al muelle. No vuelven a aparecer. Es un día cualquiera. Juan Manuel se pierde de estos eventos por andar mirando un papel con referencias que le anotó un amigo. Lee "escultura sin cabeza". No sabe traducirlo al Inglés, menos al Checo. No habla Checo, entonces trata de explicarlo con señas. Un hombre, después de varios, le entiende, suelta una carcajada socarrona y le indica: dos calles más, por allí. Tiene puesto un sobretodo marrón, la cara cubierta con una bufanda. No se le entiende bien lo que dice. Sólo se le ven la frente -con pequeñas ampollas rojas-, los ojos como dos botones y la nariz, con pelos tan negros y largos que Juan Manuel se pregunta si podrá respirar bien.

Finalmente llega a la escultura que buscaba. Se acerca y lee la plaqueta. "Ah, era Kafka". Es de bronce, es un tipo enorme de bronce sin cara, ni pies, ni manos, con otro hombre pequeño sobre los hombros. Piensa en todo el tiempo que hubiera ahorrado de haber sabido quién era el más pequeño. Se acuerda de un hombre cucaracha, no sabe si lo leyó o le contaron. O lo vio en MTV. No importa. Cruza de vereda y ve la puerta verde que buscaba, la que le anotó el amigo. Lo atiende el checo del que le hablaron. Es casi tan grandote como el de bronce que vio recién. Le explica con pocas palabras que ese departamento ya está lleno, pero tiene disponible un cuarto en su propio piso, cerca del edificio danzante. Juan Manuel se imagina a un edificio bailando. Piensa en marihuana. Camina junto al chico checo y se da cuenta de que estuvo dando vueltas en círculo toda la tarde. Pasan por los locales de cristal y muchos de suvenires. El checo no habla, va concentrado en un sándwich de algo que podría ser una salchicha, pero que se parece más a una tripa de cordero cruda.

Juan Manuel durmió en un hotel una sola noche, la primera, es decir la anterior. Su idea era buscar un lugar de alquiler temporario, donde pudiera compartir gastos con turistas o estudiantes. Planea quedarse un tiempo sacando fotos. Luego las venderá a revistas, publicaciones, periódicos. Lo que salga. Aunque todavía está aprendiendo, es lo que hizo durante el último año en distintos lugares, y no le va mal.

El checo traga el último bocado de salchicha y mientras se limpia la mostaza de la barba con el puño de la camisa, cuenta que vive con la hermana. Que puede cederle un cuarto grande que tiene hasta una biblioteca. A Juan Manuel le da igual la biblioteca, pero no lo dice. Llegan al lugar. Es un edificio color ocre y negro, con adoquines incrustados de forma desprolija, a modo de adorno. La puerta de hierro, rodeada de vitraux rotos, se abre despacio cuando la empujan entre los dos. Entran en una galería amplia, y Juan Manuel se limpia los pies en un felpudo de paja, sobre cerámicos polvorientos. Se da cuenta de que da lo mismo limpiarse que no hacerlo. Hay escaleras de mármol que suben a los demás pisos y un ascensor con puertas de tijeras corredizas, que vibran haciendo un ruido intermitente. El checo sugiere al pasar que no se le ocurra usar el ascensor. Por aquí, le dice a Juan Manuel, y abre una puerta al fondo.

Cruzan el umbral y es como haber caído en otra dimensión. Pisos de madera lustrosa, ventanales amplios y cortinas abiertas. Huele a fresias. Recorren la cocina, chica, pero equipada, un hall extenso con lámparas y sillones. Pasan unos cuantos cuartos vacíos y llegan al suyo; una habitación con dos camas, un sofá, una mesa de luz y la biblioteca. Lo único que no se ve muy bien es el sofá, cubierto de una sábana blanca que deja traslucir algunas manchas grandes en el tapizado. A Juan Manuel le gusta mucho el lugar, no puede creer que se alquile un espacio tan amplio al mismo precio que le costaría una habitación compartida con seis personas. Se alegra del hallazgo.

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