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Rachna era de esa clase de personas que si se cagaban en tus ancestros podías tener por seguro que se refería al sentido literal de la frase. Y no es que fuera una mujer especialmente ordinaria la mayoría del tiempo, pero su ira tenía una forma muy curiosa de manifestarse. Sin ir más lejos, la semana anterior, en el entierro de uno de los nobles más conocidos de la ciudad, protagonizó el incidente más surrealista que nadie podría imaginar que se diera en un funeral.

Siguiendo el consejo de su madre, Rachna se había pasado toda la ceremonia respondiendo a las puñaladas verbales del resto de presentes con una sonrisa. Una sonrisa algo rara, a decir verdad; tan forzada y artificial que la hacia parecer una de esas siniestras marionetas de ventrílocuo. A cada ofensa la sonrisa se estiraba más y más, hasta el punto de que la piel de su cara parecía amenazar con resquebrajarse y plegarse sobre si misma, dejando a la vista los tirantes músculos que tenia debajo.

En lugar de eso, el sátiro demonio que personificaba su ira, despertó de su sopor y tomó el control de la joven.

La sonrisa se convirtió en una carcajada ronca, y tan estridente, que todos los presentes se voltearon a mirar a su fuente.

Rachna separó las piernas, y con una ligera sacudida dejó que sus bragas se deslizaran hasta el suelo. Avanzó hasta el ataúd, aun abierto, y se colocó justo encima de la cabeza del muerto, con las piernas abiertas y la túnica levantada hasta dejar bien a la vista sus muslos.

—Rachna, ¿pero qué haces? ¡Bájate de ahí!— Gritaba su madre aterrorizada.

Nadie hizo nada por detenerla. Posiblemente el miedo que le tenían lo evitaba. Tampoco fueron muchos los que apartaron los ojos cuando Rachna dejó escapar un enorme chorro de orín sobre el cadáver. Incluso, algunos miraban hipnotizados como este salpicaba sobre la cara del fiambre.

—¡Malditos sean los demonios, Rachna!— Protestó su madre desolada. En cierta forma, aun guardaba la esperanza de que su hija dejara de avergonzarla en público.

—Bueno, Mamá, todo el mundo parecía muy interesado en lo que hacíamos Lord Acker y yo en el dormitorio, así que pensé que seguramente apreciarían una muestra de ello en directo.

Si por casualidad se daba el caso, de que alguien entre el público presente no entendía porque nadie agarraba a la desvergonzada espontanea y la encorría a palos hasta el psiquiátrico más cercano, pocos segundos después obtuvo su respuesta.

John Acker segundo, el primogénito del, ahoramojadoynodeaguaprecisamente, Lord Acker, avanzó furioso hacia Rachna.

—¡Tú!¡Maldita furcia asquerosa! ¿Cómo te atreves? Voy a darte golpes hasta que escupas todos los dientes y la última gota de tu insolencia.

Pero justo, cuando su mano iba a agarrarla, con un desairado movimiento,Rachna lanzó un estallido de energía tan potente que estampó a John contra una lápida situada a veinte metros de su posición inicial.

Su madre corrió a parapetarse detrás de otra de esas planchas de mármol, pues bien sabia ella que una vez su hija empezaba a lanzar magia, no pararía hasta que la última gota de poder brotara de sus dedos. Y Rachna tenia mucho poder...

Y así fue, como lo que debería haber sido otro sobrio funeral más de la nobleza, se convirtió rápidamente en una lluvia de fuego, cenizas y torbellinos de arena negra que destrozaban todo a su paso. Por suerte no hubo muertos.... aquella vez.

Para los habitantes de aquella ciudad, los estallidos de Rachna eran el precio a pagar por la protección que ella y su familia les brindaban. Aunque en los últimos años, estaban considerando seriamente si decantarse por aquella opción había sido mejor idea que llegar a un acuerdo con el dragón de las montañas. Él solo les exigía un tributo mensual, consistente en una doncella sana a la que poder comerse; y se estaban dando cuenta de que las bajas que ocasionaba Rachna empezaban a no salirles a cuenta en absoluto.

En opinión de Rachna, el problema no era ella. No le gustaba actuar así, era verdad, y sentía una frustración terrible después de cada uno de sus estallidos, aunque no por remordimiento. A ella le importaba un pimiento si hacia daño o no a alguno de esos estúpidos; sino porque odiaba que la imagen de poderío y frialdad que se esforzaba en mantener, se fuera al traste sin remedio cada vez se enfurecía. Podía soportar que la tomaran por irascible, tal vez, ¿pero por ordinaría? ¡Jamás! y aun así, le era imposible contenerse cuando aquellas escandalosas ideas se cruzaban por su mente. Siempre debía llevarlas a cabo.

Teniendo en cuenta todo ello, claramente, para la maga, la culpa era de los demás; que sabían como era, y aun así, se atrevían a tocarle las narices ¿Qué era eso de molestarla con comentarios mordaces sobre lo que hacia o dejaba de hacer? ¿Por quién la tomaban? ¿Se atreverían a hacerle eso al dragón de la montaña? Claramente no, así que ¿Como iban a culparla ahora por hacerse respetar?

En todo eso pensaba Rachna en aquel momento, sentada delante de la ventana de su habitación, situada en el ala norte de la torre Berilo.

Entonces, una retorcida idea empezó a tomar forma en su mente: debía tomar el poder de la ciudad. Seguramente así, pensó, con la guardia, el poder político y el dinero de las arcas a su disposición, sus tendencias destructivas fueran más encaminadas a enviar a terceros a realizar por ella sus escabrosas ocurrencias.

Además, la idea realmente le motivaba, porque suponía un reto. Ella ya tenía todas las cosas que una joven pudiera desear, y su vida empezaba a aburrirle un poco. Dinero, Joyas, ropas elegantes, montones de libros... tampoco le iba mal, a pesar de su peculiar problema, en el plano sentimental. Solo le faltaba un ejército obediente al que azuzar contra quien la contrariara. Entonces, pensó, todas esas lenguas viperinas se plegarían sobre sus propios dueños hasta que no les quedara más remedio que perderse dentro de sus respectivos rectos.

Fantaseó con ello durante un buen rato. Sí, se haría llamar la Reina Dragona. Era una buena forma de convertir su mayor defecto en un símbolo de poder, equiparar su furia a la de un dragón. E iría pisando las cabezas de todos aquellos que se atrevieran a nombrarla de otra manera, con sus nuevas botas de piel de reptil engastadas con fina pedrería. Definitivamente, debía hacerse con unas así...

Pero antes, tenias que echar de una patada en el culo al gobernador, y hacer hervir la sangre de todos los que intentaran evitarlo. Sin embargo, aunque Rachna era impulsiva, no era tan imbécil. Podía con una decena de guerreros a la vez, incluso más si estaba especialmente inspirada. Pero, alrededor del recinto donde vivía aquel cretino, no solo había más de una docena de guardias. También otros magos, mucho menos hábiles que ella pero suficientes como para ponerla en problemas, se encargaban de proteger el edificio.

Con su familia no podía contar. Su madre se había convertido en una anciana débil y obsesionada con conseguir el estatus de noble, cosa que por cierto, su hija le ponía muy difícil. Sus hermanas, Amaya y Viper, enfocaban su ambición en la acumulación de dinero y propiedades, y en cuanto a Rachna se lavaban las manos completamente, para bien y para mal.

Pero no importaba, pensaba Rachna, después de todo, los dragones son monstruos solitarios.


EL ORGULLO DE LA SIERPE #ColoredAwards2017Where stories live. Discover now