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Los días pasaban y Abramson no volvía.

Nadie esperaba otro resultado, en realidad, pero siempre quedaba una brizna de esperanza en los primeros momentos de crisis, aquella que justo en aquel momento empezaba a apagarse dejando paso a la amarga aceptación de las consecuencias.

Le habían enviado como última opción antes de tener que prescindir de parte de los efectivos de la ciudad, y ahora ni siquiera podían hacer eso. Pues en cualquier momento sería el dragón el que aparecería por ahí como respuesta a su mensaje.

Alguien podría pensar que sencillamente había sido una estupidez, y que la mejor opción era dejar en paz a la sierpe, pero ¿Qué clase de mensaje estaría dando el gobernador si dejara que cualquier enemigo se pasara los acuerdos por el arco del triunfo? Podía pasar por alto que, de vez en cuando, desapareciera algún caminante despistado que se acercara demasiado a la posición del dragón ¿Pero una aldea entera? No podía tolerar que aquel bicho se recochineara de esa manera sin que hubiera consecuencias. Por otro lado, encarar al dragón en su propio territorio era demasiado arriesgado. Primero, por la evidente desventaja táctica, y segundo, porque ya tenían amenazas locales suficientes, como para arriesgarse a enviar fuera de allí a tanta gente como hacia falta para matar al dragón.

Lo bueno de eso último, es que, por la cuenta que les traía, la familia Berilo ayudaría a acabar con la amenaza, eso sí, a costa de aumentar los daños colaterales con su magia destructiva.

Por suerte, el dragón parecía estar tomándose su tiempo para preparar el ataque. Y mientras lo hacia, ellos habían tenido también el suficiente como para reforzar las defensas y prepararse para la batalla. Incluso parecía que iban a recibir más ayuda de la esperada. Pues, al poco de desaparecer Abramson, un mago llamado Ironio apareció por allí a ayudar en su nombre. Según decía el mago, Abramson y él habían compartido hoguera durante el camino. El caballero le contó la misión suicida que iba a llevar acabo, y además le dio un pago inicial, con promesa de futuras recompensas,  para que acudiera a echar una mano en la ciudad.

Ironio resultó ser mejor mago de lo que el gobernador podía esperar. No solo soltaba petardazos tan gordos como los de cualquiera de las malas pécoras de la familia Berilo. Es que además, era educado, fácil de tratar, y aceptaba las ordenes sin preguntar, siempre y cuando le siguieran pagando adecuadamente.

Por su parte, Rachna no estaba en absoluto contenta con aquello. Si había algo que soportaba menos que descontrolarse en uno de sus ataques de ira, era perder el tiempo.

Se había esforzado mucho en arrasar aquella aldea y no dejar ni un solo superviviente. También le había costado horrores no perder el control ante la incredulidad inicial del gobernador cuando, haciéndose pasar por un campesino superviviente, fue a convencerle de que había sido el dragón el responsable del ataque. Y para colmo, nada había salido como tenia planeado. Ella esperaba que fueran directamente a matar a la sierpe, dejando el centro de poder lo suficientemente desprotegido como para tener una oportunidad de apoderarse de él.

Ahora no solo habían reforzado la seguridad, sino que de la nada surgía el problema de un nuevo mago poderoso en las filas de aquellos idiotas, entre las que por cierto, ella misma se iba a ver obligada a estar cuando el dragón atacara.

"Bien", pensó, "tendré que valerme de otras habilidades para solucionar esto".

Se puso su mejor túnica ignífuga de batalla y salió de la torre.

—Rachna, ¿a donde vas, hija mía?—Preguntó su madre, con la que se cruzó justo en la entrada.

—A echar una mano, Mamá.

—Rachna, mira que te conozco. Espérate hasta que avisten al dragón. Ahora allí no pintas nada y no nos conviene que te cargues a más soldados de los que podemos prescindir.

—Déjame en paz, Mamá, no seas pesada.

—¡Ay! hija, nos vas a traer la perdición como sigas así.

Pero Rachna ya no la escuchaba, iba camino a la gran edificación donde se encontraba el gobernador y el grueso de los soldados.

Al verla llegar, los centinelas de la puerta se apartaron sin decir nada, al igual que todas las personas con las que se cruzó de camino a la sala principal, menos una: Ironio, que empezó a seguirla hasta que la propia maga se paró justo delante de los aposentos del gobernador.

—¿Puedo ayudarla, señora?

—Señorita... ¿Y quién eres tú si puede saberse?

—Mi nombre es Ironio, encantado, señorita.— Dijo haciendo una exagerada reverencia.— Sospecho que quiere usted hablar con el gobernador ¿me equivoco?

—¿Así que tú eres Ironio?— Dijo Rachna mirándole de arriba a abajo. Definitivamente no era lo que ella esperaba. El mago tendría la veintena corta, demasiado joven para ser tan poderoso como le habían dicho, y por otro lado, no tenia aspecto de aguantar corriendo por su cuerpo la energía necesaria para lanzar una simple onda de energía.

Ironio sonrió con amabilidad.

—Me temo que sí, mi querida dama de la que aun no se su nombre.

—Rachna Berilo. Supongo que con eso ya le he dicho todo lo que necesita saber.

—¡Oh! Claro, claro, ¿cómo no saberlo? Es un verdadero honor conocerla al fin.

—Lo sé.

—Sin embargo, me apena no poder ayudarla, el gobernador no está presente en estos momentos.

—Miente. Pero bueno, ya me lo esperaba, el muy cobarde no se atrevería a verse conmigo a solas— respondió Rachna con desprecio.

Ironio volvió a sonreír por toda respuesta.

—Pero lo cierto es que tu presencia me es mucho más útil para lo que pretendía hacer aquí.

—Me halaga, señorita Berilo. Dígame, ¿en qué podría yo ayudarla?

A Rachna le estaba cayendo bien aquel zoquete. Sospechaba que debía admirarla de alguna manera para mostrarse tan colaborador, justo como pensaba que deberían ser todos con ella ¿Sería posible hacer que se pusiera de su parte?

—Dicen de vos que sois increíblemente poderoso ¿es cierto?

—Sin ánimo de desmerecerle a usted y a su familia, me veo obligado a ser lo suficientemente honesto como para reconocer que seguramente estemos a la par en poder.

—Mejor, no me gustan las falsas modestias. En fin, a lo que he venido es a organizar la defensa de este cuchitril. Si hasta ahora las decisiones las ha tomado el gobernador, me temo que la estrategia debe dejar mucho que desear en cuanto a la ofensiva arcana.

Ironio la tomó del brazo con delicadeza.

—Disculpe el atrevimiento, señorita Berilo, pero creo que deberíamos hablar de esto en un lugar más privado.

Rachna no puso pegas, en privado tendría ocasión de tantearle mucho mejor.


EL ORGULLO DE LA SIERPE #ColoredAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora