El extranjero entra en el laberinto y conoce a su habitante

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Ninguno de los locos tenía el don de adivinar los pensamientos y las sensaciones del forastero. Para él, sí fueron fascinantes los momentos previos en los que se aproximaba al laberinto, aunque no era la primera vez que veía una construcción similar ni tampoco la primera vez en que arriesgaba su pellejo en uno de ellos. El laberinto que se alzaba ante él en las ruinas de lo que fuera Esplendor de Cardia no era el más imponente de los dédalos; puede que el más majestuoso que sus ojos vieran fuera el de la isla de Tyziklawka o el de la reina Mebdora, en el desierto de Naelpucaz. Aquel en el que estaba a punto de entrar parecía una más de los escombros que allí proliferaban. No había intrigantes relieves, ni siquiera desgastados, que adornaran sus muros. Al verlo cualquiera podría albergar la sospecha de que podría desmoronarse en el momento más insospechado. Podría ser el laberinto más feo del mundo; sin embargo, el forastero intuía que en él se hallaba prisionero su mejor amigo.

El interior del laberinto era aún más desolador, propio de un castillo del que se hubiera adueñado el polvo, las cenizas, las telarañas y el olvido tras una catástrofe. Parecía tan abandonado y privado de todo vestigio de vida que caminar por él era como deambular por una catacumba. Los pasillos comenzaron a sucederse unos a otros, los dilemas sobre el camino correcto se multiplicaron, era mejor no echar un vistazo atrás para confirmar la sospecha de que el sendero recorrido había mutado. El visitante continuaba avanzando como si sus pasos estuvieran marcados por una voluntad ajena.

El forastero no dejaba de hacer conjeturas acerca del aspecto del Tarandrágor: quizás fuera una horrenda araña con un rostro humano surcado de maldad, quizás un oso de tres cabezas y la boca rebosante de espumarajos de rabia, quizás un huevo descomunal con alas de murciélago y patas de avestruz que todo lo arrasaría a su paso. Entretenido con tales disquisiciones se hallaba cuando, por fin, el Tarandrágor hizo acto de presencia. No fue su aparición un espectáculo portentoso propio del dragón que brota de debajo de su tesoro para causar pavor en los corazones de quienes perturban su sueño. Se asemejaba más a un fantasma que inspirara una tristeza profunda y el pánico a demasiadas cosas como para poder enumerarlas. Su figura era la de una sombra desproporcionada que luchaba por volverse sólida. A ratos recordaba a un montículo de carroña, otras veces mostraba un plumaje negro, y su misma cabeza cambiaba de apariencia, pasando de ser la calavera de un ciervo a exhibir un deforme rostro híbrido de cuervo y rata. El forastero no se arredró ante la grotesca aparición.

-Supongo que eres elTarandrágor -se limitó a comentar el desconocido, despreocupado y sin indicio alguno de temor en su voz ni en su actitud.

-Ése es mi nombre, y tú debes de ser un estúpido con muy poco aprecio por su vida para atreverte a entrar en mis dominios. Aunque no han sido pocos los idiotas que te han precedido. -La voz del Tarandrágor era resonante como un trueno, pero también se desprendía de ella el agotamiento de quien ha vivido demasiadas experiencias amargas.

-Lamento tu falta de originalidad, pues no es la primera vez que el habitante de un laberinto me dedica unas palabras parecidas. Antes de que acabemos enzarzados en un combate, me gustaría presentarme y decirte qué me ha traído hasta tu insigne casa. Mi nombre es Baltezar y estoy buscando a un viejo amigo. -El forastero hizo una reverencia afectada y sardónica, sin apartar sus ojos del Tarandrágor.

-Dudo mucho que tu amigo siga con vida, si es cierto que está en mi laberinto.

-Se llama Mirlo. -El hombre llamado Baltezar clavó una mirada inquisitiva en el cambiante rostro del monstruo, a la espera de una reacción visible de éste. Al pronunciar el nombre de su amigo, un silencio absoluto, propio del que sigue al paso de una tormenta, se extendió entre Baltezar y elTarandrágor.

-Jamás... jamás he oído ese nombre. -La voz del Tarandrágor no logró disimular un leve titubeo-. Aquí nunca ha venido ningún Mirlo, y de haberlo hecho, lo habré devorado.

-Puede que haya sido así.¿Sabías, Tarandrágor, que donde se erige tu actual hogar en un tiempo no demasiado lejano existió la que dicen fue una de las más hermosas ciudades de este mundo? ¿Has oído hablar de Esplendor deCardia?

-Ese nombre debería permanecer enterrado en las más profundas simas del pasado, hombre. Sí, sé que esa ciudad se alzó donde está ahora mi prisión. Por algún motivo que desconozco, se me ha permitido recordar su nombre, aunque jamás mis ojos la vieran.

-¿Sabes qué fue lo que provocó su ruina? Es todo un enigma.

-Alguien cometió alguna transgresión. O quizás alguna fuerza superior quiso castigar la soberbia de esa ciudad. O puede que una simple catástrofe fuera la que la destruyera.

-Tarandrágor, sé benévolo ypermíteme plantearte un desafío -dijo Baltezar, con otra de sus reverencias bufonescas-. Me he propuesto derrotarte de una forma poco convencional: contándote historias sobre mi amigo Mirlo y sobre su estancia en Esplendor de Cardia.

-¡Qué atrevimiento más insensato y absurdo el tuyo, Baltezar! No creo que haya ninguna historia capaz de vencerme, pero es tal el tedio que me domina que acepto intrigado tu reto. Si tus relatos no logran el fin que deseas, ya sabemos cómo acabará esta historia.

LIBERACIÓN DE MIRLODonde viven las historias. Descúbrelo ahora