Escena 31

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ESCENA 31


Bronte llevaba demasiado tiempo al mando como para aceptar que una jovencita le diera órdenes. Simplemente era algo a lo que no estaba acostumbrado en absoluto. ¿Pero qué podía hacer? La chica no era un joven cualquiera; era una especie de genio que controlaba cosas que él apenas lograba entender como si de trucos de magia se tratara. Y no solo en el ámbito informático; Ash provocaba algo en él, una especie de magia que lo enajenaba de su racionalidad casi por completo. Si no fuera porque tenía tanta disciplina y años de entrenamiento, se hubiera puesto en evidencia así mismo hacía tiempo. Pero por suerte Ash no parecía sospechar las cosas que le hacía sentir cada vez que se metía en el papel de su estúpida charada y la tocaba. Esa era su salvación, el hecho de que ella no lograba leerle. De lo contrario, le bastaría con un ínfimo gesto para que todas sus defensas cayeran y se rindiera a sus pies. Se imaginó la escena en su cabeza, mientras corría por los jardines de Los Álamos, Ash lo miraría con aquellos ojos hechos en otro mundo y lo llamaría con un movimiento de dedo, y él iría...vaya que sí iría. Se pondría de rodillas ante ella, reconociendo que era la mejor mujer que jamás había caminado por la Tierra.

Bronte había intentado demostrarse lo contrario con aquella camarera de Sagalia. Una chica guapísima que parecía ser la fantasía de todo hombre en la sala; y ella lo había elegido a él de entre tantos. Pero no había funcionado. En cuanto la besó en la puerta de su habitación y el rostro de Ash acudió a su mente, se dio cuenta de que llevaba semanas engañándose a sí mismo.

Ahora se encontraba en mitad de una farsa que resultaba ser ni más ni menos que su mayor deseo. Era una verdadera tortura. Y por eso había salido a correr a pesar de haber estado en el gimnasio para progresistas vagos de Los Álamos aquella misma tarde. Porque necesitaba descargar la tensión acumulada por todo lo que estaba ocurriendo con el hijo del presidente, y por Ash. Lo ocurrido la noche anterior entre ellos en la habitación de Valeria Dun lo tenía completamente desquiciado. Era como recorrer el desierto sediento durante días para de pronto probar un solo trago de agua. Desde la noche anterior su cabeza se debatía entre dos pensamientos constantes: la misión, y bebe. Saciarse de aquello que había probado en la fiesta, y que solo le había valido para dejarlo con más necesidad de ella.

Cuando se detuvo en la puerta de su estudio, respiró profundamente antes de abrirla. Había corrido durante una hora, hasta drenar su cuerpo por completo de adrenalina. En cuanto su cuerpo se enfriara y se calmara su respiración estaría demasiado agotado como para darse cuenta siquiera de que ella estaba allí.

—Vamos, tienes esto controlado —se susurró así mismo antes de abrir la puerta.

Eran las nueve y media de la noche y Ash ya se había duchado y puesto el pijama. Podía oler el jabón emanar de su piel desde donde se encontraba.

La chica le echó un vistazo rápido pero bastó para acelerarle el corazón. Se dijo así mismo que era aun la adrenalina de la carrera y no el hecho de que ella hubiera mirado la camiseta pegada a su cuerpo por el sudor.

—No deberías correr después de cenar. No es sano —le aconsejó sin mirarlo. Se peinaba la cabellera mojada de forma cuidadosa.

"Era eso o terminar lo que empezamos anoche" le respondió en su cabeza. Por suerte ella no podía escuchar sus pensamientos. Aun parado en la puerta se permitió contemplarla un instante más ¿Tenía que ponerse una camiseta de tirantes con un escote pronunciado justamente esa noche?

—Voy a darme una ducha —gruñó.

Ash dejó de cepillarse el pelo y giró la cintura hacia él.

El Problema de Lena (Enamorándome de tí)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora