Celine, ya no pudo ver al moreno abrir la boca en sorpresa al verse arrastrado en la caída de frente al vacío. Tampoco sintió como su espalda, impactó contra las escaleras, ni del par de volteretas que dieron, hasta detenerse al final de las escaleras.

Después de eso,  sólo hubo silencio.

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—Contesta, por favor contesta Celine. —Suplicó por enésima vez.

Tom conducía lo más rápido que podía por el centro de la ciudad. Era una hora terrible, atestada de gente y tráfico lento.

Justo entonces, escuchó la voz de la castaña, pero sólo era el buzón de voz.

Celine Byrne. Deja tu mensaje.

—¡Maldita sea! ¡Maldita sea! —La luz del semáforo se volvió roja y tuvo que frenar bruscamente. Delante de él, estaba un autobús escolar.

Golpeó el volante con el puño cerrado. ¿De verdad había tanta gente a esa hora? Quizás sí, pero sólo hasta ese momento le afectaba realmente.

Tenía que llegar hasta donde estaba Celine lo más pronto posible. ¡Al diablo el semáforo! Así que tocando el claxon en repetidas ocasiones se abrió paso, y estuvo a punto de atropellar a unos peatones. Por el retrovisor, vio como uno de ellos le mostraba el dedo medio.

Los minutos parecían avanzar lentos y a la vez, endemoniadamente veloces. Para cuando llegó ya estaba una patrulla estacionada detrás del auto de Celine. Casi respiró de alivio, pero al ver que estaban echando abajo la puerta, el corazón se le aceleró. Tenía un mal presentimiento.

Salió corriendo del auto y cuando entró, un policía lo miró con mala cara.

—¿Vive usted aquí?

—Mi prome... —Pero la voz se le quedó atorada en la garganta cuando vio como el otro policía, de rodillas frente a ella, llamaba por radio a una ambulancia.

Celine tenía los ojos cerrados y el rostro cortado. Lanzó un grito de desesperación cuando vio como un charco de sangre la rodeaba. Se arrodilló junto a ella, y entonces vio el cuchillo clavado en su vientre.

—¡Ayúdenla! ¡Por favor! —Gritó con voz estrangulada.

El rubio sintió que en ese momento su alma abandonaba su cuerpo, que toda su existencia se veía reducida a un solo latido de su corazón, a uno muy doloroso que casi le provoca un paro cardiaco.

—Una ambulancia ya viene en camino —informó el policía—. Ella aún tiene pulso, pero el hombre no corrió con tanta suerte.

Hasta entonces, Tom cayó en cuenta de que Greg yacía a escasos centímetros de la castaña. El maldito desgraciado se había muerto sin que antes él pudiera darle un escarmiento. Quería machacarlo, desmembrarlo el mismo.

Los paramédicos arribaron antes de que se pusiera patear el cuerpo sin vida de moreno, y vio como el cabello de la castaña se balanceaba de un lado a otro cuando la subieron a la camilla.  El camino al hospital, se le hizo eterno. Y se tuvo que quedar en la sala de espera, aún cuando él expresamente dijo no querer separarse de ella.

Tom estaba como atontado, recargado en la fría pared de la sala de espera, con la vista clavada en el suelo, con la mirada perdida pero con una sola idea en la mente: "Que Celine salga bien", pero era difícil creerlo al recordar cómo estaba el suelo manchado de su sangre.

Fueron las tres horas de espera más tortuosas de su vida. Estaba a punto de arrancarse el cabello, de gritar, y su corazón apenas palpitaba y casi se detiene cuando vio a un médico con expresión seria, acercase a él.

—Señor Lynch, ¿cierto? Hemos estabilizado a su prometida.

 —Gracias a Dios.

Pero la expresión del médico no parecía augurar un buen pronóstico.

—Contuvimos la hemorragia. Sufrió de una severa contusión en la cabeza, y tiene una costilla rota.

—Pero se pondrá bien, ¿cierto?

 —Está en terapia intensiva. Perdió mucha sangre, y por el tiempo de gestación, no teníamos como salvarlo. Lo lamento. Ahora bien, lo que más me preocupa es el golpe en la cabeza.

—¿Gestación? Me temo que no le estoy entendiendo. —Para Tom todo estaba yendo muy rápido, quizás fuera su imaginación, pero le pareció escuchar otra cosa.

—Estaba embarazada.

Esas palabras fueron recibidas como fuego en su alma, si Thomas pensó que el dolor que estaba sintiendo en esos momentos era insoportable, todo, absolutamente todo, terminó por derrumbarse.

El médico, retomó la palabra después de un aplastante silencio.

—Señor, lamento mucho lo sucedido, créame que sí. Pero lo peor aún no ha pasado —-el rubio ni siquiera se molestó en hablar—.  Ella está en coma. Tenemos que esperar a que la inflamación ceda y ver si reacciona.

 —¿P-puedo v-erla? —Apenas si le salía la voz.

—En unos minutos más una enfermera lo acompañara. Espere aquí por favor.

Atravesó la puerta y le pareció que al entrar se le escapaba el aire de los pulmones.

Ahí estaba ella, acostada, con el cabello rizado esparcido sobre la almohada, respiraba acompasadamente como si estuviese en el más tranquilo sueño, sin embargo, en su rostro había heridas. Su mejilla izquierda estaba completamente cortada. En las manos llevaba vendajes, supuso que también estaban cortadas.

Tomó una sus manos entre las de él, y estaban muy frías. Como si eso pudiese darle consuelo, acaricio tiernamente el vientre de la castaña, sólo para sentir una capa gruesa, de vendajes o yeso, no estaba seguro.

Pero ahí,  había estado latiendo el pequeño corazón de su bebé.

¿Cómo era posible que en la mañana la hubiese visto perfectamente bien y ahora estaba sumergida en otro mundo, un mundo inalcanzable, en el que él no podía hacer absolutamente nada para salvarla?

Aun en la mañana ellos estaban bien... ella y quizás una niña.  

Fue más duro imaginar la felicidad de la noticia, la luz que seguramente iluminaria los ojos de Celine, las interminables bromas que haría Dave al respecto, y que quizás, sólo quizás, realmente culminaran en un romance.

Pero ahora, esos ojos, estaban cerrados por una violencia incomprendida, al igual que todas esas ilusiones. Estaban clausuradas. Canceladas.

Se culpo por no haber ido con ella, de esa manera la hubiese protegido.

No existía el hubiera y lo peor de todo fue que un pesado sentimiento cayó en su estomago, el saber que de tajo le quitaron su felicidad. Estaba solo, desprovisto de lo que más amaba.

La desesperación que habitaba en su corazón era inmensa, y sin esfuerzo alguno, las lágrimas comenzaron a salir una a una, como un rosario interminable que le quemaba el alma, carcomiéndole hasta niveles insospechados...  Esa nueva oportunidad que ahora se le escapaba de las manos.

Si esto era parte del plan del karma, entonces, ¿así de cruel había sido? ¿Se merecía todo esto?

En ese momento lo único que podía hacer, era llorar.

Amor en manos enemigas.Where stories live. Discover now