Versos al Cadáver de Ilan

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-Parte I-

Ilan es un forastero extraño pero educado,
de halar unas cadenas las manos callosas lleva,
por el bosque camina con el rostro enlutado,
Usa de cama el pasto y de manta la luna llena.

Tiene noches de buitres y vigilias,
tiene tardes de brujas y melancolía,
tiene algo curioso en su espalda,
que lo atormenta todo el día.

Pues con la muerte hizo un pacto
y todas las mañana carga,
maloliente y putrefacto
un cadáver a su espalda.

Tal ves ya lo pudiste ver,
Arrastrando su cadáver,
Caminando y desaparecer,
siempre al oscurecer.

Una madrugada irrumpió cual íncubo,
a otra aldea como de costumbre preguntando,
dónde yacía el preciado oráculo,
que con ahínco y desespero andaba buscando.

Cuando los gallos cantaban todavía,
una espantosa neblina arropaba la mañana,
entre silueta de cruces se veía,
un viejito esquelético vestido con sotana.

Cuando Ilan se acercó siendo discreto,
Mientras el viejo permanecía en silencio.
Pobre ingenuo por tal atuendo pensaba,
que de un sabio se trataba:

- Busco alguien que pueda romper estas cadenas. - dijo Ilan-
preguntando tímidamente e inquieto.

El viejo que agitaba su brazo lentamente
sobre una casita de duende,
colocó en el suelo la pintura blanca,
intradistante, sumergido en su mente.

Un pensamiento prolongó el silencio.

Saco algo que en la manga traía,
Un libro que solo el podía entender,
Pero enjambres de avispas había
Donde ojos el obispo debía tener.
Su envejecida boca abrió,
Y gusanos entre saliva se escurrieron,
Sobre las páginas del libro cayeron,
Así el viejo texto a su brazo volvió.

Una voz rasgada interrumpió el silencio:

- Escuché de un oráculo que te puede ayudar,
me pasa lo mismo pero no lo puedo buscar,
ya ves, si de esta tumba me apartara
mi propio cadáver se levantaría,
por eso pinto esta tumba de blanco,
así nadie sospechará,
que es mi propio cadáver
el que acabo de ocultar.

Ilan, con la mano en la boca
se alejó cuando notó,
que su aspecto era engañoso,
pues el sabio no era tal,
sino un farsante tramposo.

- Gracias por su amabilidad,
seguiré mi camino,
lástima que no puedas liberarte
de tu propio destino.

Nuestro Ilan continuó su camino,
entre oscuros valles y feas aldeas,
arrastrándose por bosques y fango,
entre gritos de dolor y rosas negras.

-Parte II-

Por lugares únicos y raros anduvo,
lugares que en su corazón guarda,
como ese pequeño poblado sin luto,
de gente que caminaba de espaldas.

Un caminante apenas lo escuchaba,
una casa misteriosa le señaló,
cuando frente a esta se encontraba,
cinco veces la puerta con fuerza golpeó.

Lo que parecía ser una elfo,
No se imaginó quien le recibiría,
una joven de piel pulida y rojizo pelo,
en cual una flor traía.

Nuestro Ilan se despabiló,
nervioso saludó,
apesadumbrado se disculpó,
y desalentado preguntó:

- Busco a alguien que rompa mis cadenas.

Pero ella serenamente respondió:

- Donde los árboles fruto dan clavos
y cuyas ramas son sangrantes,
busca el único del que brota agua,
en el valle de los mártires más adelante,
haz un ataúd con su madera,
y con sus propios clavos sella,
en ese ataúd él muerto entierra.
La elfo le dijo, regalándole un mapa
y una sonrisa muy bella.

Pero todos saludaban y al cadáver sonreían
porque veían que de espaldas se movía,
Pero al enterarse acogieron con apatía
que era un hombre que un muerto traía.

Explotaron de rabia, ira e indignación,
querían linchar a quien cometía tal abominación,
de palos y antorchas el pueblo se armó,
lo intentaron quemar por caminar de frente,
Ilan asustado al bosque huyó,
a ser compañía nuevamente,
bajo sollozos, croar de ranas, búhos
y de un cadáver maloliente.

El camino fue como su dolor,
lacerante y ascendente,
sumadas ansias de libertad
bajo una luna creciente.

Al llegar no tardó en encontrar
un árbol que con su lanza hirió,
ya no cabía dudas si era este
cuando de la herida el agua brotó.

Pero violento el árbol despertó,
y con una rama sin chance lo atravesó,
vista al horizonte y último respiro,
tomó su corazón en mano y expiró.

El cadáver cuyo antes cargaba,
tomó aire y en pie se propuso,
falseaba mientras se encorvaba,
paso a paso cual bebé confuso.

Y entendió que la carga nunca fue el cadáver,
sino el que vivo se pretendía,
que cuando ella dijo: «El muerto entierra»,
al que caminaba se refería.

FIN

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