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Durante meses, la familia había estado rompiéndole las pelotas con lo del divorcio. Jamás un tema se había debatido tanto y de tan variadas formas. Empezaban con una pregunta incrédula: «¿Qué?» «¿En serio?»; seguían con una frase de lamento, de estilo: «¡Qué lástima!» «¡Hacían tan buena pareja!» y terminaban con la temida: «¿Qué pasó?». Todo caía como un ladrillo sobre la cabeza del interrogado y lo dejaba en la incómoda situación de tener que dar explicaciones.

Y todo el proceso se cumplía en cinco minutos y se repetía cada vez que se enteraba otra persona del círculo.

Pero Próspero Príncipi estaba harto, cansado y soltero, y lo habían ascendido hace poco. Cuando llegó diciembre, decidió reventar el medio aguinaldo. Invitó a todos sus amigos y compañeros de trabajo a celebrar su cuadragésimo cumpleaños, que caía en Nochebuena.

Los invitados empezaron a llegar alrededor de las diez de la noche. La mayoría eran jóvenes desaprensivos, que rondaban la treintena y que todavía preferían irse de farra por ahí antes que pasar un rato con la familia. Justo la gente de la que Próspero necesitaba rodearse en ese momento... aunque más de la mitad, probablemente, desconociera el significado de «farra».

El lugar elegido era el propio departamento del cumpleañero. Se trataba de un semipiso bastante alto, en pleno barrio de Las Cañitas. Próspero había cerrado todas las puertas y ventanas para evitar que se escapara la frescura que brindaba el aire acondicionado y se había provisto de todo lo necesario. Con tales comodidades, los invitados podían desafiar los treinta y cinco grados de temperatura. Que los familiares se reunieran a brindar y a sacarle el cuero a él porque Julieta lo había dejado; Próspero no quería verlos ni en figurita. Había comprado sushi, había preparado tablas de quesos y de fiambres, había seleccionado la música y había preparado él mismo los tragos. Todo eso y el split estaban adentro. Afuera, quedaban el calor y la humedad.

A las dos de la mañana, la fiesta estaba en su apogeo. Como se acercaba la hora exacta de su nacimiento, Próspero decidió que era el momento de encender los fuegos artificiales y sacar la torta para soplar las velas. Pero, mientras tanto, permítanme que hable un poco del departamento.

El ataque de las sandías asesinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora