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Observaba como Camila y mi madre abrazaban a mi padre llorando desconsoladamente. Unas pequeñas gotas comenzaron a recorrer las mejillas del dueño de la casa. No sabía que hacer.. Tenía mis manos apoyadas en mis piernas y mi vista no se despegaba de la taza de leche que estaba frente a mi.

—¿Aubrey? —escuchaba la voz de mi madre pero no… no reaccionaba.

—Aubrey... hija... —hablo mi padre. Levanté mi vista y los observé a los tres. Me estaban observando y cada uno de ellos tenía los ojos ya rojos con sus mejillas húmedas. Inmediatemente comencé a sentir como mis ojos comenzaban a arder. También iba a llorar.

Empuje la silla hacia atrás haciéndola rechinar contra el suelo y comencé a correr hacia mi habitación. Escuchaba los gritos repetitivos de mi padre diciendo mi nombre; la música de fondo eran los llantos desesperados de mi hermana pequeña y la voz tranquila de mi madre. ¿Cómo podía estar tranquila sabiendo que el amor de su vida se va a la guerra? Claro, era la madre. Debía estar fuerte, por nosotras.

Y yo, al ser la mayor, también debía de estarlo. Pero no podía. Nunca pensé que iba a ocurrir otra guerra nuevamente. Mi padre se había salvado de la Primera Guerra por haberse roto el tobillo jugando fútbol… Pero ahora la suerte no estaba de su lado.

No estaba del lado de ninguno de los hombres de este país. Ni de los otros países que iban a participar.

¿Por qué la gente permitió que Hitler llegara al poder? ¿Por qué Stalin y Mussolini estaban también al poder? ¿¡Es que la gente no podía ver que ellos son malvados!?

No podía relajarme. Lloraba desconsoladamente. Sollozaba como nunca antes lo había hecho. Estaba encerrada en mi habitación. Había puesto la cómoda contra la puerta para que nadie entrara.

Me deje caer en el suelo, con la espalda apoyada en una de las paredes. Cubrí mi rostro con mis manos y seguí llorando desconsoladamente.

Caspar se iba a ir. Mi padre se iba a ir. Tan sólo ayer me había comprometido. Hace unas pocas horas me había hecho la idea de que mi vida finalmente iba a comenzar. Junto al amor de mi vida.

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Ya había perdido la noción del tiempo. Por lo menos ahora ya estaba más calmada. Ya no lloraba. Pero un vacío comenzaba a crecer en mi interior. 

No había movido ni un solo músculo, seguía en la misma posición. De ves en cuando apoyaba mi cabeza contra la pared y cerraba mis ojos deseando que nada de esto fuera realidad. Que todo era una pesadilla.

Y me lo creía.

Por tan sólo un segundo.

Al abrir los ojos volvía a la realidad. Triste y cruel realidad.

Mi madre había sido la primera en acercarse a mi habitación a pedirme que saliera. Creo que luego de una hora vino mi padre. Nuevamente mi madre. Luego mi padre. Y volví  a estar sola. 

Hasta ahora, alguien golpeaba la puerta pero no decía ni una sola palabra.

Ya tenía que salir, era razonable. Tenía que estar con papá en sus últimas horas.

Vaya, estoy hablando como si se fuera a morir.

Pero estaba esa posibilidad.

Un nudo comenzó a formarse en mi garganta rápidamente.

No sé como había puesto la cómoda rápidamente en la puerta. Me había sido más difícil sacarla.

Y en cuanto lo hice, abrí la puerta.

Y ahí estaba.

Mi amor de ojos azules con cabello rubio.

Me lancé a sus brazos y comencé a llorar nuevamente sin darme cuenta de que nos estaba observando mis padres, tomados de la mano y también llorando.

Caspar me rodeó con sus brazos y besaba mi cabeza de vez en cuando. Con cada beso que dejaba, más fuerte hacia el agarre. No estaba dispuesta a soltarlo. No quería y no iba a hacerlo.

Él se iba a quedar. Nadie podía obligarlo a ir…

—Aubrey… estás asfixiándome… —solté el agarre inmediatamente. Estaba segura de que mis mejillas ya habían adoptado un color rosado. En unos minutos quizás ya sea rojo.

No me separé de él, seguíamos estando cerca. Tan sólo unos centímetros nos separaban.

—Hey... —rodeó mi cara con sus manos e hizo que lo observara. Observé sus ojos primero; definitivamente el color azul ahora era mi color favorito. Sus ojos eran… simplemente hermosos. Podía perderme en ellos, imaginarme que me encontraba en la playa. Pero el tono rojizo que se encontraba alrededor… me rompió el alma. Había estado llorando.

"Claro que lo haría. Se iba a separa de su familia. Aubrey, a veces te pones tan…." Pensé.

Bajé mi vista hasta sus labios, en donde se encontraba una pequeña sonrisa en ellos.

No entendía. Sus ojos mostraban tristeza, pero sus labios mostraban una pizca de alegría…

En el momento en que observaba sus labios, su sonrisa aumento y lentamente acercó sus labios hacia los míos, juntándolos en un dulce, pero amargo beso.

Tenía el presentimiento de que este iba a ser uno de los últimos.

Sentía como mi estómago comenzaba a retorcerse.

Odiaba esa sensación. 

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