Sombras arrebatadas (I)

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La vela estaba encendida y la ladrona estaba allí de pie, pestañeando, apresada. Era joven, estaba bastante sucia, llevaba puestas unas haraposas ropas negras que seguramente eran bastante elegantes hace unas semanas, apenas las robó de alguno de los mejores sastres de la ciudad. La expresión de sorpresa se le borró de la cara y la cambió por una expresión neutra conforme ponía la bolsa de oro sobre la mesa.

"¿Qué haces aquí?", preguntó el hombre con la vela, saliendo de entre las sombras.

"Esa pregunta está de más", respondió la chica frunciendo el ceño. "Obviamente, te estoy robando".

"Puesto que no echo en falta nada", el hombre sonrió, mirando de reojo el oro que había encima de la mesa, "diría que no me estás robando. Intentando robarme, quizás. La pregunta es: ¿por qué? Sabes quién soy, supongo. No has pasado por una puerta sin cerrar, simplemente por aprovechar la oportunidad".

"Le he robado a todos los demás. He cogido gemas de alma del gremio de magos, he robado tesoros de las fortalezas más seguras, engañé al arzobispo de Julianos... incluso le robé el monedero al emperador Pelagio en su coronación. Me pareció que era tu turno".

"Me siento alagado", asintió el hombre. "Ahora que tu ambición se ha malogrado, ¿qué harás? ¿Escapar? ¿Retirarte quizás?"

"Enséñame", respondió la chica, con una ligera sonrisa que brotó inconscientemente en su cara. "He forzado todas tus cerraduras, he despistado a todos tus custodias... Tú los diseñaste, tú sabes lo difícil que ha sido para alguien sin entrenamiento. No vine a por seis piezas de oro. He venido a ponerme a prueba. Quiero ser tu discípula".

El maestro del sigilo miró a la pequeña ladrona. "Tus habilidades no necesitan entrenamiento. Tu planificación es aceptable, pero te puedo ayudar a mejorarla. Lo que no tiene esperanza es tu ambición. Has pasado la fase en la que robabas por sobrevivir, ahora robas solo por el placer de robar, por el desafío. Eso es una característica de tu personalidad sin remedio y que te llevará a la tumba antes de tiempo".

"¿No has querido robar lo que no se puede robar?", preguntó la chica. "¿Algo por lo que te recuerden siempre?"

El maestro no respondió, solo frunció el ceño.

"Me parece que tu reputación me hizo sobrestimarte", dijo ella abriendo una ventana. "Creí que te gustaría tener un cómplice con ganas de hacer algo grande, algo que pasase a los anales de la historia. Como ya has dicho, mis habilidades de planificación son solo aceptables. No había fijado una ruta de escape, así que esta ventana tendrá que hacer las veces".

La ladrona se deslizó por el escarpado muro, cruzó velozmente el oscuro patio y en unos minutos estaba de vuelta en su habitación de la destartalada taberna en que se hospedaba. El maestro estaba esperándola allí, en la oscuridad.

"No te vi adelantarme", dijo ella, recuperando el aliento.

"Crucé la calle cuando oíste el cantar del búho", respondió el hombre. "La herramienta más importante del ladrón es la distracción, ya sea planificada o improvisada. Supongo que tus lecciones han comenzado".

"¿Y cuál es la prueba final?", dijo la chica sonriendo.

Cuando se lo contó, se quedó boquiabierta. Ahora comprendió que no había sobrestimado su reputación. En absoluto.

Sombras arrebatadasWhere stories live. Discover now