II.

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En los descansos de aquel debate no hacía más que hablar con Iglesias, el maldito Iglesias y su coleta, su carisma, su descaro tan atrayente, ya lo había hecho incluso en el de "la Unión Soviética uh qué miedo", que era para no volver a dirigirle la palabra de lo ridículo que le había hecho verse.  Se le veía interesado, con los ojos brillantes, se preguntó si lograría lo que había conseguido con él, no podía pedirle nada, ambos debían guardar las apariencias y no era que él no pudiese hacer lo que le daba la gana, pero le faltaban precisamente las ganas. 

No había nadie en su entorno que le apeteciese tanto como Pedro; Pedro arrebatador y sexy en todas las ocasiones, aunque desde que se habían visto en aquella reunión  sólo había habido roces aparentemente casuales durante conversaciones en pasillos, efusividades alargadas, caricias furtivas, muchas miradas y finalmente aquel primer beso tan potente, tan erótico, incluso había empezado a manosearle y cómo se habían puesto. Pero había venido alguien, no había podido ser, y esa noche se le veía tan tranquilo, tan guapo y ahora tan atento con Pablo, que además no había dejado de picarlo durante toda la retransmisión.

Salió fuera, no quería ver cómo se lo ligaba. Luego se le plantó Pedro delante, en plan felicitación oficial, muy bien, te he visto un poco nervioso, te movías mucho, me gustaría tanto poder besarte, en un susurro casi inaudible. Ahora me tengo que ir, como no. Cabrón. Se frustró, suspiró impaciente y molesto, pero eso iba a durarle tan poco.



Eran las tres de la madrugada, Albert quería coger un taxi para irse a su hotel e intentar dormir, estaba pensando otra vez en lo atractivo que le parecía el candidato Sánchez, en cuánto le deseaba. Además estaba inquieto porque un coche le seguía desde hacía diez minutos y no veía manera de esquivarlo, vio como se acercaba y entonces reconoció el coche de Pedro, que bajó la ventanilla y le dijo "Es muy tarde para que un diputado tan guapo como usted ande solo por las calles de Madrid" con una sonrisa y una mirada que ninguna televisión debía grabar jamás. Su señoría Rivera sonrió y se metió en el coche sin preguntar siquiera.


En la penumbra del vehículo, le soltó un "A dónde vamos" con intención y luego, sin esperar su respuesta, empezó a contarle sus intenciones, con aquella voz que le gustaba tanto.

Vamos a mi casa, estoy solo lo que queda de semana. Supongo que sabes lo que significa eso, ¿no, Albert? Significa que llegaremos allí y nadie nos interrumpirá, podré tocarte todo lo que tú seas capaz de soportar, primero voy a hacerlo por encima de la ropa, pero no podré contenerme, te desabrocharé los pantalones, me arrodillaré en mi propio pasillo para meterme tu polla en la boca, te miraré a los ojos mientras lo hago, podrás acariciarme el pelo, podrás tirar de él, podrás pedirme lo que quieras. Y me lo tragaré o me besarás, siempre lo que tu prefieras, lo que te haga sentir más sucio, que sé que te gusta...¿ya se te ha puesto dura, Rivera?

Vio el destello malvado en sus ojos y le encantó. Decidió que no iba a sufrir él solo en ese coche, así que alargó la mano y empezó a acariciarle el paquete con suavidad, delimitando el dibujo perfecto de su miembro, sintiendo cómo se le iba formando la erección. Pedro callaba y trataba de prestar atención a la carretera, se estaba poniendo muy cachondo. Y no se detuvo ahí aquel chico tan formal, se soltó el cinturón de seguridad, le bajó la cremallera y se puso a chupársela, no quiso parar el vehículo, le excitaba demasiado y se dijo que aguantaría hasta que llegaran, faltaba poco, apenas podía concentrarse. Qué cerdo, qué bien lo estaba haciendo, joder.

Eso sí, fue parar el coche en el patio y correrse en su boca, le besó antes de que se lo tragara y fue tan sensual que sintió que ya no necesitaban hacer nada más esa noche, cosa que no fue así de ninguna de las maneras. Salieron acalorados y con los ojos brillantes, pero aún no tenían suficiente el uno del otro, empezaron a manosearse otra vez en el pasillo y fueron dejando su ropa tirada hasta la primera superficie practicable que encontraron, la mesa del comedor.

Fue Albert transformado, con su mirada más lujuriosa y completamente desnudo y dispuesto quién cogió un condón, lo dejó a un lado, y empujó a Pedro contra la mesa en la que leía su portátil los domingos por la mañana, le preguntó si quería mirarle a los ojos o no mientras lo hacían; el dueño de la casa le contempló con el pelo alborotado y una media sonrisa retadora y dijo que quería ver qué cara ponía cuando se corría. El otro empezó a besarle el cuello, la clavícula, le acariciaba el torso con la boca entreabierta, volvieron a encenderse y todo volvió a arder enseguida.

-Ya te caben tres dedos, vicioso.

-Pues ya sabes...

Se lo hizo salvaje, pensó que era lo que le gustaría más, y no se equivocaba. Le dejó pequeñas marcas en los brazos de la fuerza con la que lo sujetó. Era su cara la que había que ver cuando se corría, no la de Albert, que sencillamente cerró los ojos medio minuto antes de que él le manchara el torso con su semen, mirándole fijo con los suyos tan negros, diciendo su nombre sin parar...se excitó otra vez sólo de verlo dejarse ir de ese modo.


El sol entraba por las vidrieras de la cocina blanca y espaciosa, Pedro estaba apoyado en el marco de la puerta, con su café con leche a medias, camiseta y pantalón de chandal, despeinado y algo ojeroso, pero sonriente. Albert, aún sentado en la mesa con su traje de la noche anterior, no quería marcharse, quería quedarse un rato más en aquel simulacro de vida doméstica con él, imaginando que ambos trabajaban en prestigiosas consultoras sin debates ni plenos ni mierdas, pero tenía nueve llamadas perdidas en su móvil y estaba sonando la décima. Intentó marcharse, pero cometió la imprudencia de volver a besarle y acabaron follando contra la pared del pasillo, con Albert rezongando porque ya no le daba tiempo a volver a ducharse, ni siquiera se desvistieron; cuando consiguió que por fin Pedro dejara de jugar y le devolviera la corbata, abrió la puerta, y logró irse, no sin que antes le besara de nuevo y le dijese "Ya nos veremos", se quedó en la puerta, viendo como se iba por el sendero.

Caminó un par de manzanas y entonces llamó él mismo a Fernando, que vino a buscarle con el coche para llevarle a casa. No tenían actos para ese día, por suerte.

-¿Dónde te habías metido? ¿otra fiesta de las tuyas? Va siendo hora de buscarte a alguien fijo, te vas a meter en un lío cualquier día.

-Algo así. Ya te contaré.

Su perspicaz secretario de comunicación no pudo evitar observar que la corbata medio deshecha de Albert Rivera no era la misma que la que llevaba en el debate, era una de un bonito color turquesa que no le había visto nunca. Era un regalo de Pedro pero eso él no lo sabría jamás. Los dos la llevarían en varias ocasiones como una forma de decirse "hola" sin que nadie más lo supiera, pues Pedro se compraría otra igual a la semana de habérsela dado.  

BÉSAME, SOCIOLIBERALWhere stories live. Discover now